Unidad 11. El sentido espiritual de la vida
¿Cómo lograr la felicidad?
(Toni García Arias: Hacia una nueva educación)
En 1930, el filósofo Bertrand Russell escribía en su obra La conquista de la felicidad que “Los animales son felices siempre que tienen salud y comida suficiente. Parece que a los seres humanos les debiera ocurrir lo propio”. Sin embargo, los seres humanos no somos felices solo con comida y salud. Aunque disfrutemos de una buena comida, este acto de alimentarnos nos produce un placer efímero, un placer –por otro lado– que se encuentra en la representación mental del momento de la comida más que en el acto mismo de comer, como se ha descubierto en investigaciones neurocientíficas recientes. Así que, una vez pasado el acto de comer, el placer desaparece y no nos aporta un mayor grado de felicidad.
La buena salud tampoco nos da la felicidad. Tan sólo la pérdida de ella nos hace valorarla en su justa medida. Sin embargo, y curiosamente, la felicidad sí nos aporta una mejor salud. Investigadores de la Universidad de Columbia (EE UU) realizaron un estudio en el que analizaron y relacionaron las emociones optimistas y depresivas y los signos de enfermedad cardiaca de más de 1700 personas. Tras un periodo de seguimiento de 10 años, se mostraba en las personas analizadas una relación directa entre el “afecto positivo” –sentimientos de alegría, entusiasmo, felicidad, excitación y satisfacción– y una mejor salud cardiovascular. Así, los más “felices” tuvieron un 22% menos de riesgo de padecer un problema cardiovascular que los que presentaron alguna emoción negativa.
Por otra parte, y según los estudios más recientes sobre el tema, se sabe que el dinero tampoco nos da la felicidad. Es cierto que la posesión de dinero nos otorga cierta estabilidad y tranquilidad a la hora de planificar nuestras vidas, pero ello no quiere decir que nos aporte felicidad, sino seguridad, que es un concepto bien distinto.
Entonces, ¿dónde encontramos los seres humanos la felicidad? Para responder a esta pregunta habría que recurrir a la jerarquía de las necesidades del ser humano establecidas en la llamada Pirámide de Maslow, una teoría psicológica sobre la motivación que defiende que, conforme se satisfacen las necesidades más básicas relacionadas con la fisiología (respiración, alimentación, descanso, sexo) –que están en la parte inferior de la pirámide–, los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados. En el segundo nivel de esa pirámide estaría la seguridad física, de empleo, de recursos económicos y de salud. En la parte superior de la pirámide quedarían, respectivamente, el tercer nivel (afiliación: amistad, afecto, intimidad sexual), el cuarto nivel (reconocimiento: respeto, confianza, éxito) y el nivel más alto: el de la autorrealización, vinculada con la creatividad, la falta de prejuicios y la aceptación de hechos. Precisamente estos niveles superiores se corresponden con el mayor grado de felicidad del ser humano.
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El mercader de Venecia
William Shakespeare (Fragmento)
“The man that hath no music in himself
nor is not moved with concord of sweet sounds
is fit for treasons, stratagems, and spoils
the motions of his spirit are dull as night
and his affections dark as Erebus
let no such men be trusted. Mark the music”
TRADUCCIÓN aportada por Elvira Gabaldón García:
“El hombre que no aprecia la música,
ni se conmueve con la armonía de sus dulces sonidos
es proclive a traicionar, conspirar y arruinar.
Las motivaciones de su alma son tan negras como la noche
y sus afectos tan oscuros como Érebo.
No hay que confiar en ese tipo de hombre. ¡Siente la música!”
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Unidad 12. Vivir es un arte
Epitafio
(Jorge Díaz)
Panorámica o cámara negra. Se insinúa la balaustrada de un puente. Dos hombres están en el puente observándose de reojo.
UNO: Buenas tardes.
EL OTRO: Buenas.
UNO: Perdone, y no lo tome a mal, pero querría saber si piensa quedarse mucho rato aquí en el puente.
EL OTRO: No, unos minutos. Tal vez ni siquiera eso.
UNO: Ah, entonces voy a esperar.
EL OTRO: ¿Esperar qué?
UNO: Que usted se marche.
EL OTRO: ¿Para qué?
UNO: Para hacer lo que tengo que hacer.
EL OTRO: (Molesto) Esas cosas no se hacen en la calle. Vaya a un bar.
UNO: No es lo que usted piensa. En un bar me daría pudor.
EL OTRO: (Inquieto) ¿No será usted un exhibicionista?
UNO: No, por Dios, si lo que tengo que hacer es una bobada sin importancia.
EL OTRO: ¿Qué es lo que va a hacer?
UNO: Matarme.
EL OTRO: ¡Es increíble!
UNO: No intente disuadirme. Será inútil.
EL OTRO: Pierda cuidado. El caso es que yo vine aquí por el mismo motivo.
UNO: (Asombrado) ¿Va a suicidarse?
EL OTRO: Si la suerte me acompaña.
UNO: Que sea por muchos años.
EL OTRO: Y usted que lo vea.
UNO: ¿Qué sistema eligió usted?
EL OTRO: Bueno, está claro, ¿no?: ahogarme en el río.
UNO: Lo suponía, pero me refiero al problema fundamental: hundirse. Ha de saber usted que soy un suicida reincidente.
EL OTRO: Le felicito.
UNO: La vez anterior la gente aplaudía y me pedía que me volviera a tirar al río.
EL OTRO: Ya pensé en eso. No crea que soy un suicida irresponsable, de esos que se tiran por una ventana y caen sobre una viejecita vendedora de tabaco. ¿Ve mis zapatos?... Tienen las suelas de plomo. Pero hay algo más. Toque aquí. (Señala su cuello) ¿Nota una rigidez?
UNO: ¿Artrosis cervical?
EL OTRO: No, una cadena de hierro que me da vueltas al cuello.
UNO: Todo eso le habrá costado un ojo de la cara.
EL OTRO: Bueno, yo he ahorrado toda mi vida para poder ir a mi propio entierro con la cabeza muy alta.
UNO: Yo busqué una solución más económica: llevo los bolsillos llenos de piedras.
EL OTRO: Yo también llevo los bolsillos llenos, pero de monedas de diez duros. Es todo el capital que tengo: me ayudará a hundirme.
UNO: Bueno, pues cuando usted quiera.
EL OTRO: ¡No faltaba más! ¡Usted primero! Si quiere que le ayude en algo.
UNO: ¿Ayudarme?
EL OTRO: Empujándolo, por ejemplo.
UNO: Gracias, muy amable, pero usted llegó antes. Siempre he sido muy respetuoso con el orden de llegada, y usted me dio la vez.
EL OTRO: No faltaba más. Un caballero es un caballero, hasta el último segundo de su vida. ¡Usted primero, y no se hable más del asunto! ¿Puedo satisfacerle su último deseo?
UNO: Ya puestos, mi último deseo sería un mentolado largo con filtro.
EL OTRO: Sólo tengo negro y sin emboquillar.
UNO: No, gracias. Jamás me fumaría un cigarrillo sin filtro. Arruina los pulmones. Quiero morir de una forma natural y ecológica.
EL OTRO: Usted es muy dueño. (Un silencio perplejo). Bueno, se nos ha hecho tarde.
UNO: ¿Tarde para qué?
EL OTRO: Pues para tirarnos de una vez del puente.
UNO: ¿Acaso tiene usted alguna otra cosa que hacer después de suicidarse? Tanta prisa es lo que provoca el infarto.
EL OTRO: Pero tampoco es plan de andar toda la tarde con los zapatos de plomo. Me aprietan. Me suicidaría sólo para librarme de estos zapatos.
UNO: ¿Ha pensado en su epitafio?
EL OTRO: A mí no se me da muy bien la literatura sepulcral.
UNO: Para mí yo he pensado el siguiente: “Perdone que no me levante a saludarle”.
EL OTRO: Muy apropiado. Una vez, vi en un cementerio de Castilla el siguiente epitafio que me impresionó mucho. Decía: “Me daba el corazón que me iba a pasar una cosa así”.
UNO: Le propongo una cosa: vamos a tomarnos unas copas y elegimos su epitafio. No se va a tirar al río sin dejar resuelto ese detalle.
EL OTRO: No es mala idea.
UNO: Conozco un chiringuito al otro lado del río donde preparan un pulpo a la gallega que está para morirse.
EL OTRO: Estupendo. Lo ahogaremos con un vinito de Ribeiro.
UNO: Y, de paso, inventaremos un epitafio digno de usted.
EL OTRO: Gracias, es usted muy amable. Creo que me voy a quitar los zapatos: pesan como el demonio. No le importará que vaya descalzo, ¿verdad?
UNO: Por mí, como si quiere ir desnudo.
(El otro se quita los zapatos.)
EL OTRO: (Suspirando) ¡Uy, qué alivio! Me estaban matando.
UNO: Vamos. (Inician el mutis) Para epitafios curiosos, el de mi padre. Puso en su tumba: “El género dentro por el calor”… (Salen charlando. Oscuro rápido.)
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