Isidoro Máiquez y una inestimable ayuda, Antonia Prado

Elvira Carrión Martín

Profesora de Danza Aplicada ESAD Murcia

Hablar de Isidoro Máiquez es indudablemente hablar de teatro y de constancia, lucha y superación, pero si a ello se le añade que quien escribe del actor es de Cartagena, sin lugar a dudas, no puedes obviar decir todo lo que has aprendido de él simplemente por haber nacido y vivido en la misma ciudad que le vio nacer a él. Quizás por ello, y porque la mayoría de los acercamientos centran su atención en su segunda etapa en la que alcanzó la fama, me detendré en la primera, cuando pocos le conocían.

Quiero destacar también el final de esa primera etapa, la que le daría paso al Isidoro Máiquez por todos conocidos, pues estuvo marcada por un hecho, con el que se cumple en este artista ese dicho que dice, valga la redundancia, que "detrás de un gran hombre siempre hubo una gran mujer". Realmente fue una mujer quien le abrió la puerta hacia la búsqueda del nuevo actor en el que se convirtió. Ella era una actriz bien situada artísticamente en su época y destacaba aún más por ser cantante y bailarina, ella fue ciertamente quien le introdujo en el círculo teatral de Madrid.

Nací en Cartagena y residí en la Calle Cuatro Santos durante años y posteriormente en la Calle San Francisco, he corrido y jugado, un sin fin de veces en la plaza San Francisco, plaza que rememora que antaño estuvo allí el convento de dicho santo y donde se encuentra actualmente la escultura de Isidoro Máiquez. De adolescente, tantas y tantas mañanas, bien temprano, cuando aún no había roto el día, daba los buenos días a tan ilustre figura, pues pasaba por delante de su imagen, acción inevitable ya que me pillaba de paso dicho lugar para coger el autobús que me trasladaba a Murcia al emblemático Teatro Romea, en donde inicié mis estudios superiores de danza en el Conservatorio de Música y Escuela de Declamación. Fue en este lugar donde empecé mi primer contacto con estudiantes de música y de teatro.

Cada mañana, durante años, pensaba lo mismo, ¡Buenos días Isidoro, para Murcia voy a encontrarme con tus colegas! Nunca creí que aquellos pensamientos los reflejaría un día por escrito, pero en esta vida, incluso lo menos que puedes esperar a los años sale a relucir. Yo estudiaba danza, pero Isidoro, de algún modo, me hacía conectar con los actores, y ahí estaba yo una hora después con ellos, en ese maravilloso espacio en dónde el arte confluía de forma espectacular. Era como si su alma, contenida en dicha estatua, quisiera decirme algo, curiosa sensación, pues con actores estoy en la actualidad todos los días, aunque enseñando danza, lo mío, algo en lo que también destacaba su esposa, conexiones de la vida.

Durante años, además, he investigado sobre danza de la misma época en la que vivió este actor, el siglo XVIII, pues me apasionó el estilo bolero cuando lo empecé a conocer con profundidad, estilo propio de ese momento, y de nuevo Máiquez aparecía en mi vida, pues estuvo también presente en mis investigaciones. La relación que había entre la danza y el teatro a mediados de ese siglo era muy estrecha, ya que convivían entre el pueblo más llano, en las calles y corrales de comedias, así como en los teatros, como en el Teatro del Príncipe y el de los Caños del Peral, lugar en donde precisamente adquiriría la fama este actor. Para más coincidencias, como se verá más adelante, Máiquez se casaría con una actriz que a la vez destacaba por ser cantante y bailarina.

Cartagena, realmente, se vanagloria de este actor, y su escultura, como he dicho anteriormente, luce desde antaño en la plaza de San Francisco o glorieta, como popularmente también se le conoce. Esta obra escultórica se inauguró el 2 de mayo de 1927 cuando el alcalde entonces de la ciudad, D. Alfonso Torres López, asesinado posteriormente en la Guerra Civil, se la encargó al castellonense José Ortells, obra que realizó en bronce fundido, en los talleres de Mir y Ferrero de Madrid.

Fig. 1. Inauguración del monumento al actor Isidoro Máiquez. El alcalde, señor Torres, descubriendo el monumento. (Archivo General Región de Murcia. FOT_DIG-0000273)

Existe una expresión popular en Cartagena "Eres más duro que Máiquez", que es empleada para designar a aquellos a los que resulta imposible convencer de algo. Se piensa que ese dicho hace alusión a la gran dureza de la escultura, aunque ciertos estudiosos, que van más allá de las tradiciones populares, alegan que se debe a lo que tuvo que soportar Máiquez cuando llegado de París despertó las envidias de sus compañeros de profesión, quienes lograron que el Rey lo desterrara para evitar que el cartagenero les hiciera sombra sobre las tablas. Este hecho ocasionó que el pueblo, como siempre ante las injusticias, se exaltara y dejara de acudir al teatro en su apoyo, querían verlo actuar, esto provocó que muchos actores pasaran hambre y finalmente el gremio tuvo que pedir al Rey que Isidoro volviera por el bien de la profesión.

No quiero dejar pasar los últimos acontecimientos en torno a ella, pues estos pasados años la propia escultura hacía aún más honor al dicho popular, mareada la tenían pues los diversos equipos consistoriales que ha tenido la ciudad la llevaban de un sitio para otro por la plaza buscándole nuevos emplazamientos, pero nada, ahí está, "duro como el solo", todo lo aguanta.

Otro cartagenero, Joaquín Belda, periodista e ilustre escritor que destacó sobre todo por su estilo jocoso, escribe sobre él a principios del siglo XX. Belda marchó tempranamente a Madrid para estudiar y llegó a escribir más de cien obras entre novelas cortas, cuentos, relatos y artículos en revistas y prensa. No es de extrañar que dedicara un libro al actor paisano, máxime si se piensa que siete años antes de la publicación de esta obra se había inaugurado su escultura en Cartagena, motivo suficiente para dedicarle un texto, pues era persona muy destacada en ese momento. Él pudo conocer bien la historia de Máiquez, y ya no solo por ser ambos oriundos de la misma ciudad, sino porque al dedicarse también al teatro, aunque no destacara demasiado en ello, se rodeó en la capital del ambiente teatral propicio para poder llevar a cabo sus investigaciones.

Fig. 2. Isidoro Máiquez en la plaza de San Francisco en Cartagena (Campillo Baños, Diego. 2018)

Fue en 1934 cuando se publicó Máiquez, actor guerrillero y hombre de amor, de Belda. Esta obra se difundió inserta en una serie titulada Los hombres de nuestra raza. En ella se puede observar que fue un gran luchador en torno a su trabajo de actor, pero también hombre que desprendiera amor y enamoradizo, a lo que le ayudaría su buena figura y presencia, es sabido, de hecho, que tuvo relaciones fuera de su matrimonio, como con su protectora, la Condesa de Osuna. El título de la obra define perfectamente a Isidoro, luchador, desde luego, pero su segunda cualidad, hombre de amor, también le ayudó mucho, pues fue una mujer, su esposa, quien le introdujo en el ambiente teatral madrileño, lo que le permitiría subir el escalón que tanto debía desear.

Anteriormente al cartagenero Belda, otros escritores habían contado la historia de Máiquez, como José de la Revilla en 1845, el que ya informa de que Isidoro Patricio Máiquez Rabay nació el 17 de marzo de 1768 y que pronto se interesó por el teatro, como lo hizo su padre, aunque este prefería que se dedicara a otro oficio, pero no fue así. También da cuenta de que Máiquez había actuado en diversos teatros, en Cartagena, Málaga, Valencia, Granada y otras ciudades de España, pero que no se observaba en él ninguna cualidad para tal arte, exceptuando su buena figura, que si le ayudaba. Así decía Revilla:

Maiquez no tenía en su primera juventud ninguna cualidad artística que le hiciese recomendable, á excepción de su figura que era interesante y bella; por lo demás, carecia de acción; su voz era oscura; y como no tenía modelo que imitar, su juicio, falto de tacto fino y delicado que proporciona una educación esmerada, no podía descubrir el verdadero camino de la perfeccion.

Sin embargo de sus desventajas, como naturalmente se hallaba dotado de imaginación viva, penetrante, tenaz y vigorosa, se afanó incesantemente en buscar los medios de agradar á un público que en tantas ocasiones había herido su amor propio, dedicándose con el mayor ahinco á descubrir los fundamentos de un arte que, con serle familiar desde la cuna, le era no obstante muy desconocido (pp. 18-19).1

Vicente Cepeda (2004), ya en el siglo XXI, manifiesta nuevamente que la familia Máiquez, el padre y sus hermanos José y Juan, ambos más jóvenes que Isidoro, tenían una compañía de teatro y que actuaron juntos en diversas ciudades de España, como en Granada, Valencia, Málaga y, por su puesto, Cartagena, pero la acogida del público nunca fue muy buena, aunque especifica que realmente Isidoro intervenía en papeles secundarios por lo cual fue poco juzgado. Con ello parece que el autor no quiere dar por sentado que Isidoro Máiquez fuera un mal actor, sino que no pudo demostrar en esa primera etapa sus verdaderas cualidades.

Es posible que Máiquez creciera, como traslada Belda, en la Calle Cuatro Santos de Cartagena, más exactamente su casa parece que se situaba en el número 32, aunque actualmente no coincide ese número con el existente pues a lo largo de los años fueron cambiando la numeración de los edificios, por lo que no se sabe, a fecha de hoy, cuál fue ese emplazamiento ya que no existe ningún distintivo que marque cuál fue su casa. Dice sólo el autor que en la localización de ese lugar, en el momento en el que Belda escribe sobre Máiquez, se encontraba un solar.

La información sobre el lugar en donde nació Máiquez realmente me conmueve, de nuevo otro paralelismo con el actor. Durante años, como se mostró en el inicio de este artículo, viví en esa misma calle, en la calle en donde la familia Máiquez Rabay crió a sus hijos, y además en un edificio que construyeron en un solar que llevaba años sin edificar, el número se acercaba mucho al suyo, ¿podría ser acaso el mismo lugar en donde nació el actor? habría que seguir indagando en ello más exhaustivamente. Por otro lado, desde 1934, año en el que Belda da esa información, hasta 1973, año en el que empecé a vivir allí, hay casi cuarenta años y es demasiado tiempo para tener un solar sin construir, quizás todo una coincidencia. Persistiendo en mi idea, indagué en la numeración actual de la calle, y ahora puedo confirmar que, efectivamente, nuestras casas no coincidieron en el mismo lugar pero que su casa estuvo en frente de la mía, un poco más a la derecha o un poco más a la izquierda. Ahora pienso que desde mi balcón podría imaginarme a Isidoro Máiquez, de joven, asomado, mirando a la misma calle que yo miraba, la calle en donde nos criamos los dos.

Por otro lado, D. Manuel Ponce, escritor, periodista, actor y director de teatro actual, dice en Máiquez, el actor maldito (1995), que Máiquez probablemente nació en la calle de la Serreta a la altura de la calle San Vicente, cerca de la calle anterior, y muy cerca de donde, durante años, estuvo el Teatro Máiquez, el que, por cierto, estaba en mi ruta diaria cuando yo era estudiante de danza en Murcia, todas las mañanas pasaba por delante de él, aunque ya, convertido en cine.

El cine Máiquez, anteriormente Teatro, llevaba el nombre de Máiquez, según Ponce, pues se lo dedicaron a él, información que no coincide con lo que cuenta Belda en su obra, que dice que dicho teatro perteneció a su padre, del que heredó Isidoro su amor a la escena. Por otro lado, Puig Campillo (1958) en El actor Isidoro Máiquez manifiesta que el Teatro Máiquez fue anteriormente el Teatro de San Vicente, construido en 1877 e inaugurado por la compañía de Antonio Vico el 13 de abril de 1878 pero posteriormente pasó a ser llamado Máiquez simplemente en honor al actor.

Máiquez padre, Isidoro Máiquez Tolosa, llegó a Cartagena en busca de trabajo. En aquella época la región de Murcia era una de las primeras regiones en España que producía seda, y ese fue el motivo, trabajar en la seda y compaginarlo, como haría, con el teatro. En esta ciudad conoció a la que sería su mujer, Josefa Rabay, hija de un genovés que residía en la ciudad, seguramente venido a esta ciudad por algún asunto relacionado con la mar. Isidoro y Josefa se casaron y tuvieron tres hijos los que, al igual que su padre, siguieron la afición de este, el teatro, y trabajaron juntos en ello, aunque sin conseguir muchos éxitos.

Se sabe por lo que nos cuenta José Luis Navarrete Casas (2013) en su artículo "Los grandes olvidados" que el padre de Máiquez pertenecía a diversos círculos teatrales en Cartagena, por un lado al grupo formado por varios interesados en ello en el barrio pesquero de Santa Lucía, y también a otro que se reunía justo detrás del Convento de las Carmelitas, convertido posteriormente en Colegio, escuela en donde estudié yo durante muchos años.

Sería esta misma ciudad que le brindó la posibilidad de actuar en el teatro, ayudado económicamente por su trabajo de cordonero de seda, la que le vio también caer en depresión a la muerte de su mujer, hecho que le hizo abandonar su trabajo, aunque no hizo igual con el teatro, con en el que siguió activamente.

Cuenta José de la Revilla que la familia Máiquez se trasladó a Madrid en 1791 y que fue cuando D. Manuel Martínez incorporó a Isidoro en su compañía que actuaba en el Teatro del Príncipe. Al principio ocupó el cargo de noveno galán, al año siguiente ascendió a séptimo galán y en el año 1793 subió al puesto de sobresaliente. Por otro lado, Antonio Puig Campillo (1958) expresa que al hacer Máiquez una sustitución de un actor en una compañía en Valencia, una actriz, Antonia Prado, la que destacaba ya no solo por la interpretación sino por el canto y el baile, se quedó prendada de él en cuanto le vio y pronto se casaron, en 1789. Por tanto, Isidoro contrajo matrimonio con Antonia dos años antes que se presentara en Madrid e ingresara en la compañía de D. Manuel Martínez para actuar en el Teatro del Príncipe.

En referencia a ello, nos dice también José Luis Navarrete Casas (2013) en "Los grandes olvidados" que muchas personas pensaron que Máiquez pudo casarse con Antonia Prado por interés, porque podría ayudarle a alcanzar su sueño, introducirse en el verdadero ámbito teatral español. Sería entonces la Sra. Prado, quien le llevaría, ya pasados los veinte años, a Madrid, como expresa Belda (1934), pues decía que Máiquez empezó a introducirse en el ambiente teatral de Madrid pasados ya los veinte años de edad.

En el Memorial Literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid, correspondiente al mes de marzo de 1784 se puede ver que Antonia ya estaba introducida en el ambiente actoral de Madrid antes de conocer a Isidoro. En ese periódico se presentaba a los actores y actrices que se habían contratado para llevar a cabo diversas representaciones en el coliseo de la Cruz y del Príncipe, y entre estos aparece Antonia Prado, así dice:

TEATROS. El Sr. D. Joseph Antonio de Armona, Corregidor é Intendente de esta Villa, el Sr. Marqués de Hermosilla y D. Antonio María de Quijada, Regidores Comisarios de Comedias, con asistencia de otros Regidores y de D. Manuel de la Vega y Cosío Síndico Procurador General y Personero de Madrid, celebraron el día 1º de este mes Junta General para la elección de los Actores que han de representar en los Coliseos de la Cruz y del Príncipe desde el día 11 del mes próximo de Abril, hasta el día tercero de Carnestolendas del siguiente año de 1785; y formaron las siguientes Compañías. COMPAÑÍA DE MANUEL MARTINEZ para el Coliséo de la Cruz. Damas. 1ª Maria del Rosario Fernandez. 2ª Francisca Martines, Antonia Prado, Sobresalienta de 1ª y 2ª. (Nueva) (p. 104).

Por esta fecha, 1784, Isidoro contaba con diecisiete años recién cumplidos y Antonia con veinte, como se observa, ella ya trabajaba en los coliseos inserta en una compañía que estaba establecida en la capital e incluso ostentaba el cargo de Sobresalienta.

Cinco años pasarían para que Antonia e Isidoro contrajeran matrimonio, fue en 1789, siendo aún muy joven Isidoro, ella ya era bastante conocida en el sector, y dos años más tarde, en 1791, fue cuando Isidoro Máiquez entra a formar parte de la misma compañía que su mujer, la Compañía de Manuel Martínez. Para Máiquez sería una subida de estatus bastante importante pues la mayoría de actores malvivían correteando por los pueblos actuando en los corrales de comedias. En relación a todo esto expresa Puig Campillo (1958):

En 1791, reconciliado con su mujer, lo llevó ésta a la compañía del teatro del Príncipe donde ella trabajaba, y pronto llegó a ocupar el puesto de "sobresaliente" reducido a sustituir al primer galán, cuando éste no podía trabajar. Por esta época era Máiquez poco expresivo, extremadamente frío y le designaban "galán de invierno, voz de cántaro"; logró luego verse aplaudido, especialmente actuando en los Sitios reales, pero no era más que, "el marido de la Prado" (p. 24).

Como se desprende del texto anterior, entre su matrimonio y 1791 tuvieron ya algunas desavenencias, pero lo que está claro es que Máiquez, ascendió a los coliseos gracias a una mujer, Antonia Prado.

Transmite José de la Revilla que marcharía Máiquez en 1794 a Granada pues no llegaba a encajar con sus compañeros en Madrid, él buscaba trabajar desde lo verdadero y conectar con el público, pensó Isidoro que si conseguía agradar en esa ciudad, a su regreso a Madrid le respetarían más, pero a su vuelta el público siguió actuando de igual manera que lo hiciera antes, así expresa:

Así, pues, sostuvo con heróica constancia una lucha desigual y tenaz con el público, sin que se pueda decir cuál fuese mas admirable, si la obstinación de los espectadores en no reconocer el mérito artístico de Isidoro, ó la superioridad y temple diamantino de su alma, para sobreponerse á los ultrajes que recibia en la escena y luchar á porfia contra el mal gusto de su tiempo, y vencerle y domeñarle (p. 25).

Un paso decisivo en su carrera sería cuando le introdujeron en la compañía que le posibilitaría actuar en los Sitios Reales. El mismo Isidoro dijo, como expresa Revilla en su obra, "La constancia y el tiempo todo lo vencen, y que los obstáculos opuestos á una innovación en sus principios, no impiden sea por fin admitida con aplauso, si tiene por apoyo la razón" (p. 26).

Sería en este ambiente donde pudo entablar amistad con altas esferas de la sociedad, los que le ayudarían a marchar a París para seguir aprendiendo teatro, pues estaba convencido de que el teatro era mucho más de lo que se mostraba en España. En relación a ello expresa la Real Academia de la Historia:

Conviene señalar que las acusaciones de frialdad y distanciamiento, de voz que transmitía poco, han de ser puestas entre paréntesis o al menos matizadas, pues tanto se trata de rumores, como que se producen en una época en que el mundo de la actuación estaba cambiando, aunque la mayoría de los cómicos y del público prefería aún una interpretación amanerada y gesticulante, que poco tenía que ver con lo que décadas más tarde acabaría triunfando: un tipo de declamación verosímil, cercana a las emociones y sentimientos del personaje.

En el círculo teatral de Madrid se oía hablar de diversos actores extranjeros como Talma, Kemble y Lafond, entre otros, y no dudó Isidoro en conseguir marchar hacia París. Vendió casi todas sus pertenencias para poder hacer su viaje, y con la protección de Godoy, que le concedió la regia licencia y una pensión, y la ayuda de los duques de Osuna partió el 7 de octubre de 1799. Una vez llegado allí pasó penurias, aunque su mujer le ayudaba enviándole dinero, finalmente pudo contactar con algunos españoles que se encontraban en dicho país, como D. José María de Carnerero, el que le ofreció su ayuda y así pudo conocer a los grandes actores de París, como Talma, Picard, Lafond, M. Mars, M. George, M. Duchesnois y Clauzel, de los que aprendió que la sencillez y naturalidad eran los puntos clave en la actuación, había que desechar la afectación pedante que se mostraba en Madrid. Además, ver a Talma en el papel de Hamlet le dejó totalmente impresionado, por lo que no dudó en aprender todo lo que pudo de ello, dice Puig Campillo (1958).

Todo el tiempo que aconteció desde que conociera a Antonia en 1789, hasta que se marcha a París en 1799, década en la que pasa de la veintena a los treinta años de edad, constituyó una etapa de gran lucha por ascender en el sector. Cabe recordar que todo ese tiempo Máiquez convive con Antonia Prado, quien tuvo que dejar en él indudablemente una huella.

La Sra. Prado era actriz, aunque su voz no era considerada como la más adecuada para la declamación, también cantaba y bailaba. Cabe recordar que en esta época la tonadilla escénica, en donde el canto y el baile eran imprescindibles, estaba totalmente de moda. La desenvoltura y gracia a la hora de moverse cantando y bailando cuando interpretaba eran sus mayores virtudes. En el Diario de Madrid, nº 218, del día 6 de agosto de 1790 dice:

Teatros. Hoy no hay Opera. En el de la calle del Principe por la Compañía de Martinez, se representa la Comedia intitulada: El Dichoso arrepentimiento, de música nueva, en dos actos, con una tonadilla, y un saynete por fin de fiesta, en el que canta una tirana la Sra. Antonia Prado (p. 4).

Respecto al baile, también se puede observar la capacidad de Antonia en el Diario de Madrid, nº 365, del 31 de diciembre de 1799, que expresa: "Teatros. finalizando toda la función con un sainete alusivo al tiempo, en el que baylarán el Zorongo la Señora Antonia Prado y el Señor Josef Gonzalez" (p. 4).

Parece ser que Antonia era natural de Cádiz y habría aprendido ese arte allí. En aquella época, esa ciudad era una de las pocas en las que se dejaba ver un poco el flamenco, poco a poco este arte iba viendo la luz por toda Andalucía, aunque aún con gran dificultad, las leyes impuestas desde la capital por Carlos IV seguían insistiendo en su marginación. Algunas leyes iban directamente en contra de los gitanos y todas sus manifestaciones, como se puede comprobar en el tomo V, libro duodécimo, denominado "De los delitos y su penas y de los juicios criminales", exactamente en el título XVI, "De los gitanos, su vagancia y otros excesos", en donde establece:

Ley 1. D. Fernando y Dª Isabel en Medina del Campo por pragm. de 1499; y D. Cárlos I. En Toledo año 525 pet. 58, y en Madrid año de 28 pet. 146, y año de 34 pet. 122. Expulsion del Reyno de todos los egipcianos que anduvieren vagando sin aplicación á oficios conocidos. Ley IV. D. Felipe III. En Belen de Portugal por céd. De 28 de Junio de 1619. Expulsion de los gitanos que no se avecindaren en pueblos de mil vecinos arriba; y prohibicion de usar de su trage, nombre y lengua, y de tratar en compras y ventas de ganados. Ley V. D. Felipe IV. Por pragmática de 8 de mayo de 1633. Observancia de la ley precedente; y modo de proceder á la execucion de lo dispuesto en ella. 2. Y para extirpar de todo punto el nombre de gitanos, mandamos, que no se lo llamen, ni se atreva ninguno á llamárselo, y que se tenga por injuria grave, y como tal sea castigada con demostracion; y que ni en danzas ni en otro acto alguno se permita accion ni representacion, trage ni nombre de gitanos; pena de dos años de destierro y de cincuenta mil maravedís par la nuestra Cámara, Juez y denunciador por iguales partes, contra qualquiera que contraviniere por la primera vez, y la segunda sea la pena doblada (pp. 357 - 359).

A pesar de ello, el pueblo, como siempre lo ha hecho, no acataba todas las normas, y por esta razón que el flamenco, que surgía de la idiosincrasia propia del pueblo gitano asentado en Andalucía desde siglos atrás, siguiera practicándose en zonas escondidas a la ley, como las propias cuevas y casas particulares de gitanos, tal y como era habitual en Cádiz.

Por otro lado la danza bolera, a mediados del siglo XVIII, era ya una realidad, en esta se fusionaba el baile popular junto con algunas maneras afrancesadas e incluso ya también ciertas influencias de Italia, pues llegaban las modas de dichos países, pero lo que es más importante, en Cádiz estas danzas boleras se fusionaban también con algunas características del flamenco, por la convivencia entre gitanos y andaluces. Todo ello hacía que las bailarinas andaluzas tuvieran una forma especial de bailar, su baile seducía al público, pues mostraban una elegancia que a la vez se unía a ciertos rasgos más pícaros propios de esa zona, como los escorzos del cuerpo, la mirada atrevida, los movimientos vigorosos de las faldas o el repiqueteo de las castañuelas, por lo que venían magníficamente a introducirse en la escena de la época, en las obras de teatro menor.

Esta es la época que vivió Máiquez antes de su marcha a París. No se puede olvidar que el actor antes de ser famoso fue "el marido de la Prado", como dice Puig Campillo. Antonia fue quien le abrió las puertas al teatro de la capital, desde donde partiría hacia su gran objetivo, sin ella, probablemente, no hubiera tenido acceso a las altas esferas del teatro de España para poder ascender en su carrera.

Sin lugar a dudas, junto a su mujer y el ambiente teatral previo a su fama, vivió muy de cerca también el ambiente del baile. Sin Antonia, y sin esos ambientes en los que vivió, nunca hubiera sido quien llegó a ser, su idiosincrasia propia junto a todos sus procesos en la vida fue lo que hizo que llegara a ser quien fue. Algo que parece dejó presente en su reglamento de 1818 donde planteaba reformas para el teatro, pues expresa que se debían unir los intereses que ya se tenían en las compañías de verso con una de cantado y otra de baile.

Destacar también que tuvo que ser muy duro para Antonia Prado ver como al pasar el tiempo Isidoro Máiquez, su marido, triunfaba mientras ella, que fue quien lo introdujo en el mundo teatral de Madrid, caía en el declive. Ciertamente, Antonia no destacaba por su voz y el baile fue perfeccionándose por aquellos que se dedicaron a ello y prohibiéndose para aquellos actores o actrices que no lo dominaran pues las lesiones estaban a la orden del día. Así lo transmite Rodríguez Calderón (1807), "Afi la dije. Celebro, feñora, la ocafion de faver de mi señora Doña Clara ¿Há quedado perfectamente curada? ¡Ah Señor, me refpondió, fuè inevitable la cojera: quedó defectuofa - Quanto lo fiento; y como podrá ahora bailar?..." (p. 101).

Todo el ambiente que les rodeó causó el éxito de su marido y su declive, y no solo eso sino además el mal entendimiento entre ambos, ya que su matrimonio finalmente fracasó.

De este modo se puede dar por concluida esta primera etapa de Isidoro Máiquez, un periodo de su vida muy importante porque realmente fue el impulso hacia el nuevo actor que se convirtió posteriormente. Una etapa marcada por su afán en conseguir aquello que se propuso, una etapa en donde no se puede dejar pasar que todo lo que confluyo en ese momento de su vida le proporcionó lo que posteriormente fue. Una etapa en dónde cabe recordar la presencia de Antonia Prado.

Fig. 3. Ilustración de Isidoro Máiquez (Goya, 1807), primer actor del Teatro del Príncipe,
en Revilla, José de la (1845).

Referencias bibliográficas

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Prieto, Andrés (2001). Teoría del Arte Dramático. Madrid: Resad y Fundamentos.

Puig Campillo, Antonio (1958). El actor Isidoro Máiquez. Murcia: Universidad, Cátedra Saavedra Fajardo de Literatura. (Fichero 06, Vol. 22). Recuperado de: https://digitum.um.es/digitum/handle/10201/14861

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Rodríguez Calderón, Juan Jacinto (1807). La Bolerología o quadro de las escuelas de bayle bolero, tales quales eran en 1794 y 1795, en la corte de España. Philadelphia: Zacharias Poulfon.

Otra información:

Archivo de Cartagena. https://archivo.cartagena.es/cartagena_historica.asp

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Catastro de Cartagena. C/Campos, nº2.

Museo del prado. www.museodelprado.es

Real Academia de la Historia. http://dbe.rah.es/


1 Todas las citas textuales se conservarán en este artículo tal como los escribió su autor.