Como mil pedazos de vidrio que el dolor oscurece

Roberto Salgueiro

Premio "Rafael Dieste" 2015

(En escena una gran mesa que ocupa el centro de la estancia, que es llanura cenicienta sin paredes ni horizontes, y sobre la que están dispuestos los enseres de una cena que es de Navidad, con cubierto de odio, loza de miseria y copas que recogen lágrimas duras y lamentos ebrios. Un enorme puchero destaca en el medio de la mesa con un cucharón que asoma su mango levantando tímidamente la tapa, como un periscopio grasiento que acecha el peligro.

La familia está sentada, en actitud de espera, de la manera que seguidamente se expone. Frente al público, del otro lado de la mesa, las hijas. De derecha a izquierda de los espectadores, Greta Prudnikovas, que tiene por cuerpo un pellejo prendido a los huesos, cadáver en movimiento de cutis pálido y ojos que de hundidos son dos brillos en el fondo de un pozo. Ella se ahogó hace tiempo pero no lo sabe. Su cabeza, siempre quebradiza y de oscilación entrecortada, acaba en una melena breve de cobres retorcidos que la mamá le enseñó a domar trenzando con furia, y que ella adorna, coqueta, con una lazada de raso. Le sigue su hermana, Égle Prudnikovas, curva de figura cimbrada de tanto vomitar, alta y de hombros afilados, a quien le desapareció del rostro la mandíbula inferior a causa de meter el puño por la boca con el fin de provocarse la náusea. Sus manos, desmedidas, son abasto de nudillos y huesos enmarañados. Continúa la tercera hermana, Evelina Prudnikovas, de proporciones naturales y figura esbelta. Niña encantadora de cabellos blondos y labios de cereza, tiene dos mundos de azabache por ojos. Viste tutú blanco, bailarinas y medias a conjunto y engalana su cabello con un ramillete de flores azules que se diría robado de algún lienzo de Degàs. En la cabecera derecha de la mesa, sentada oronda en su redondez repetida en cara, pechos, dedos y tripas, ella. La que las fue pariendo por aquella orden enunciada: Enrika Valaukaskas, la madre. Tiene por ojos dos globos terráqueos que le salen de las cuencas como dos planetas queriendo huir del infierno, que es apocalipsis lo que le cabalga en el pecho y devastación lo que la arrasa por dentro. Decidió pintarse de rojo las hebras enjugadas que tiene por labios ya que esa es una noche especial. Por último, entre Enrika Valaukaskas y su hija Greta un cuerpo inconmensurable parece esperar sin vida con los brazos descansando en su regazo y con la cabeza, minúsculo botón tan pálido como el resto del grabado expresionista, apoyada en el plato sopero. No muerto, que vive. Respira. Un breve retumbo intermitente moldeado de moco le alienta en el pecho. Es Aligamantas Prudnikovas, el único hijo varón y primogénito de la familia.

Un retardado y grave tic-tac recuerda el paso del tiempo, golpeando lento y resonando en el inmenso vacío del comedor. Enrika Valaukaskas, impaciente, está sentada en el borde de la silla, con las dos manos abiertas sobre la mesa. Las hijas también esperan, inquietas, expectantes. Enrika Valaukaskas golpea con el puño a Aligamantas Prudnikovas, que levanta la cabeza del plato.)

EVELINA.- (Se levanta imprevistamente y se dirige al público.) Me llamo Evelina. Evelina Prudnikovas. Y esta es mi familia. Égle, Greta y Aligamantas, mis hermanos. Y mi mamá, Enrika Valaukaskas. Como todas las noches en Nochebuena mamá nos ordenó que nos lavásemos el pelo y que nos vistiésemos bien y estamos sentados a la mesa esperando por papá. Tenemos el corazón anudado a la garganta y un agujero con patas en el estómago que nos araña sin piedad mientras nos esforzamos en oír sus pasos subiendo las escaleras. Porque mamá dice que lo acaba de escuchar, aunque sabemos que no vendrá. Papá nunca viene en Nochebuena. Pero mamá siempre nos ordena estar listos por si acaso. Ella siempre dice que en esta vida nunca llega lo que uno quiere, pero que siempre hay que hacer como si las cosas fuesen a llegar algún día.

(Aparece en la llanura espectral Rimantas Prudnikovas, el castrón que abasteció de esperma el útero de Enrika Valaukaskas. Cuando aparece entre la bruma con su cuerpo de espaldas ciclópeas sus pupilas centellean en la oscuridad del comedor. Lleva la furia apretada entre los dientes y la rabia cogida en los puños. Entra, tambaleado por el vino, y pasa la mirada por encima de todos. Los cuerpos de las mujeres se tensan en un desasosiego inevitable y conocido. Enrika Valaukaskas esconde los labios rápidamente en un acto reflejo con el que quiere morder el miedo que nunca consigue sujetar. Y, aun así, espera con deseo algo que Rimantas Prudnikovas debería llevar oculto en esos puños de acero o, quizás, en los bolsillos de la chaqueta. Algo que ella busca con mirada inquisitiva y emocionada.

Y hablan todos de la manera que a seguir se relata y se dicen estas cosas mientras sus pechos respiran como si estuviesen en un lienzo de Otto Dix. A excepción de Evelina Prudnikovas, que es luz para ver como en día de verano, aunque triste como Ofelia prerrafaelita.)

RIMANTAS.- ¿Esas miradas de qué son?. ¿Y esas bocas torcidas que tenéis estampadas en la cara para qué? ¡¿No hay educación en esta maldita casa?! .Hostiaenputa, ¿no se saluda cuando hay gente delante?!

(Las tres hijas se levantan como resortes y las sigue el hermano varón, un tanto confuso. Los hijos, mirando hacia al público comienzan a presentarse.)

GRETA.- Greta Prudnikovas, es un placer.

ÉGLE.- Égle Prudnikovas, para servir.

EVELINA.- Evelina Prudnikovas, encantada.

ALIGAMANTAS.- Aligamantas Prudnikovas, feliz Navidad.

(Permanecen de pie los hijos esperando una orden del padre, que observa a su mujer.)

RIMANTAS.- ¿.Y tú, qué?

ENRIKA.- (Expectante) ¿Me traes algo?

RIMANTAS.- ¿No se saluda cuando un hombre llega a su casa?

ENRIKA.- (Defraudada porque Rimantas no le trajo lo que esperaba. Lloriqueando) .Llevamos esperando por ti una hora, como todos los años.

RIMANTAS.- ¿Te parece que esa es la respuesta que quiero escuchar?

ENRIKA.- Me parece que no, Rimantas Prudnikovas.

RIMANTAS.- ¿Y así es como pretendes educar a las putillas de tus hijas?

ENRIKA.- (Sonriendo, ilusionada) ¿Putillas.? ¿Eso quiere decir que yo soy más puta que ellas?

RIMANTAS.- ¿.La más puta? (se echa a reír y se dirige hacia ella) .Una vaca sebácea sin leche en las tetas, Enrika Valaukaskas. (La coge por el cuello.) Un vientre podrido lleno de grasa. Tocino sin carne, rancio y apestoso.

ENRIKA.- Rimantas, esta es una noche especial. (Rimantas aprieta un poco más.) Estamos la familia entera. para una vez que vienes. Y también hice el cocido como te gusta. crudo.

(Rimantas deja de apretar. Parece que la oferta culinaria calma su furia, o algo en la conciencia. La suelta y, tambaleándose, llega a la otra cabecera de la mesa.)

EVELINA.- Él es Rimantas Prudnikovas, mi papá.

RIMANTAS.- (Al público.) Salí como todas las tardes a tomar unos vinos a la taberna de Olegas Filautas. Él nunca cierra, hasta abría en Nochebuena. Pero cuando dieron las nueve echó la persiana y dijo que todo el mundo para su casa. Así que pagué lo que debía, me puse la chaqueta y me tuve que marchar sin aliviarme, y eso es lo que más me carga, porque he regresado a mi casa con la sangre hirviendo (se derrumba en la silla). Y aquí estoy. (Las hijas y Aligamantas se sientan también). En esta puta casa con mi familia a punto de cenar. (A Enrika) Enrika, lléname el plato. ¡Vengo con hambre!

(Enrika, muy solícita y dejando que los labios le sonrían, levanta la tapa del puchero y agarra el cucharón.)

ENRIKA.- Evelina, acércame el plato de tu padre.

EVELINA.- (Al público) Yo me quedo inmovilizada ante la idea de acercar mi mano a papá. Es como cuando hago el arabesque en las clases de ballet: debo observar un riguroso equilibrio que aquí, en mi casa, es imposible de mantener.

ENRIKA.- ¡Maldita zorra presumida!

EVELINA.- (Tiembla del susto. Al público) Yo quiero desvanecerme. Pero nunca lo consigo.

ENRIKA.- ¿Te crees que eres especial por ir a esa mierda de ballet? Yo a tus años también bailaba pero me quitaron muy pronto los pájaros de los pies.

EVELINA.- (Al público.) Y, en mi casa, lo más parecido a desvanecerse es no hablar.

ENRIKA.- ¡Acércame el plato de tu padre o voy a hacer que te arrepientas toda tu puta vida!

GRETA.- Hostias, mamá. Aquí todos cogemos los platos y servimos la comida. ¡Dile a esa zorra que le sirva a papá!

ENRIKA.- (Le da a Greta una bofetada en la boca.) ¡A tu padre le sirvo yo, bicha! Tú cállate que ya me tienes hasta las narices. (A Evelina.) ¡Evelina, te dije que me acercaras el plato de tu padre!

(Evelina, de luceros asustados, aprovecha una distracción del padre para cogerle el plato sopero.)

ALIGAMANTAS.- (Mientras la madre sirve verdura en el plato de Rimantas.) Mamá. mamá. Yo quiero la carne roja.

GRETA.- La carne roja siempre te toca a ti.

ÉGLE.- La carne roja se queda entre los dientes, yo no la quiero.

ALIGAMANTAS.- (En voz baja.) La carne roja para mí, mamá.

GRETA.- Mamá, ¿por qué le das siempre a él la carne roja?

ENRIKA.- ¿Os queréis callar? Vais a molestar a vuestro padre.

GRETA.- ¡Papá!

RIMANTAS- (Con la mirada perdida en el abismo del plato.) .¿Qué?

GRETA.- ¿A que tú quieres la carne roja? ¿Verdad que la quieres tú?

ENRIKA.- (Al público.) Y yo espero asustada a si mi marido levantará la mirada del plato para responder. Porque cuando Rimantas Prudnikovas alza en silencio sus ojos de fuego incendiados, viene el arrebato. Entonces Greta repite exactamente con la misma entonación.

GRETA.- (Al público.) .que si quiere la carne roja.

ENRIKA.- Y él contesta

RIMANTAS.- ¡Échale vino a tu padre!

ENRIKA.- (Al público.) Y yo no quiero que beba más porque después las noches son interminables cuando me monta.

ALIGAMANTAS.- (Al tiempo que Greta le sirve vino al padre. En voz baja.) Mamá, la carne roja para mí.

(Enrika trincha un enorme pedazo de carne roja como la sangre, que pinga en su dura crudeza, y la echa en el plato de Rimantas.)

ENRIKA.- (Le ofrece el plato a Evelina.) Pónselo a tu padre. (Evelina no se atreve a cogerlo.) ¡¿Quieres cogerlo, hostia, que no aguanto con la artrosis de los dedos?!

(Pero cuando Evelina acerca la mano, Greta coge el plato y se lo pone al padre para disgusto de Enrika, mientras Aligamantas sujeta el brazo de la madre.)

ALIGAMANTAS.- Pero mamá, mamá.

ENRIKA.- (Cautelosa.) Joder, a ti te gusta el espinazo, Aligamantas Prudnikovas.

ALIGAMANTAS.- (Levantando la voz.) ¡Pero yo no quiero el espinazo!

(De repente, Rimantas Prudnikovas tira de un manotazo el plato al suelo, que cae por el lado de la mesa de frente al público.)

RIMANTAS.- ¡¡Me cago en Dios!!

LAS TRES HIJAS AL MISMO TIEMPO.- Y a nosotras se nos encoge el corazón.

ENRIKA.- Y a mí las tripas, porque el corazón me lo arranqué de niña.

RIMANTAS.- ¡A ese hijo tuyo lo tienes malcriado!

ENRIKA.- (Lloriqueando.) La carne roja es para ti, Rimantas Prudnikovas. (Arrodillándose para recoger la comida.)

EVELINA.- Y mientras mamá recoge la comida hay un latido que martillea con furia el aire, como anunciándose un estruendo inminente.

RIMANTAS.- ¡Habría estado mejor tirado en la puerta de la taberna de Olegas Filautas!

ENRIKA.- (Recogiendo la comida del suelo.) Aquella no es tu casa. Este es tu hogar.

RIMANTAS.- ¿Un hogar? (Echa una carcajada.) Esto es una pocilga, hostia. Mira como tienes la casa. Y como educas a tus hijos. Una mierda de casa y una mierda de familia.

ENRIKA.- Hoy no, Rimantas. Hoy es un día especial.

RIMANTAS.- Me importa una mierda tu Nochebuena.

ALIGAMANTAS.- (Temeroso curioseando en el puchero.) .¿Queda carne roja?

EVELINA.- Y entonces se desata la tormenta.

RIMANTAS.- (Yendo hacia a él.) ¡¿Qué cojones es lo que no te entra en esa cabeza de guisante que tienes, hostiaenputa?!

ALIGAMANTAS.- (Asustado.) Yo sólo quiero un poco de carne roja.

EVELINA.- Y a mamá se le cuartean los ojos (Enrika se lamenta arrodillada en el suelo.)

RIMANTAS.- Sabes muy bien que la carne roja en esta casa sólo la como yo. ¿no es así?

(Aligamantas se encoge de hombros ignorando la respuesta que todos conocen en casa. Rimantas Prudnikovas lo mira fijamente y le revienta una bofetada que le hace perder el equilibrio y caer encima de la mesa.)

ENRIKA.- Y comienza el espectáculo. (Mientras ella habla desde el suelo, el padre le da una descomunal paliza al hijo.) Rimantas Prudnikovas le escribe al hijo de mis entrañas un compendio de felicidad y amor con letras rubís y puntos de zafiros. Le explica con caricias granadas el amor de un padre y le rubrica en las mejillas una declaración purpúrea de afecto paternal, que mi niño bebe como sediento de amor y necesitado de estima.

RIMANTAS.- La próxima vez te clavaré en el culo el respeto que se le debe a un padre. ¿Escuchaste bien, cabeza de guisante? Te joderé tan vivo que no te quedarán ganas de cagar en toda tu vida. Dime si entiendes lo que te estoy diciendo. ¡Dímelo, hostia!

ALIGAMANTAS.- (Llorando.) Lo entiendo, señor. Lo entiendo.

RIMANTAS.- (Lo suelta y regresa a su silla.) Entonces hagamos por una vez como que en esta casa somos una familia normal que cena tranquilamente.

ENRIKA.- (Mientras recoge.) Y acabo de recoger la comida y dejo el plato en la mesa y limpio la carne roja con el trapo. Porque la vida continúa.

(Se sientan.)

ALIGAMANTAS.- (Balbuceando.) Mamá. Mamá.

ENRIKA.- Mi pequeño (secándole la sangre con una servilleta). No es nada, esto se pasa.

ALIGAMANTAS.- Mamá.

ENRIKA.- No fue nada. ¿Quieres que te ponga.?

RIMANTAS.- (Interrumpiéndola.) ¡Enrika! (se lleva el tenedor a la boca mientras Enrika espera. Masticando.) No lo sobes tanto que lo estás amariconando. El día que tenga una mujer delante no va a saber qué hacer.

ENRIKA.- (Observando a Rimantas.) .Sólo es un poco de cariño, Rimantas Prudnikovas.

RIMANTAS.- El cariño está bien para los animales. ¿Acaso crees que mi hijo es un perro? (Empuja su vaso sobre la mesa hasta Evelina.)

ENRIKA.- (A Evelina, entre dientes.) Sírvele a tu padre.

RIMANTAS.- El cariño acaba con el orgullo de un hombre. Y no quiero que mi hijo se pase la vida lamiéndole los pies a la gente.

GRETA.- (Se adelanta y coge rápido la jarra del vino.) La tía Rasa era muy cariñosa con su perro, hasta que se murió. Ahora está siempre seria.

RIMANTAS.- (Fijándose en como Greta le sirve el vino en el vaso.) .Ya.

ÉGLE.- (Mientras come con la mano pequeños trozos de comida.) Será porque en el mismo accidente se murió también el tío.

(Se hace un silencio espeso como el engrudo. Y revienta una sonora e inacabable carcajada de Rimantas que Greta imita sin saber por qué. Égle continúa comiendo hocicada en el plato y Evelina los observa asustada y sorprendida, mientras Aligamantas tiene la cabeza echada hacia atrás, en el respaldo de la silla, con los brazos caídos y la mirada perdida, exhausto del apaleo.)

ENRIKA.- Esa está amargada por otras cosas.

RIMANTAS.- No tiene un hombre que la llene, por eso tiene la cara torcida.

ENRIKA.- .¿Está buena la carne, Rimantas Prudnikovas?

RIMANTAS.- (Masticando.) Sí. Está buena, hostia.

(Enrika suspira recobrando la calma. Coge su vaso y lo golpea con el cuchillo.)

ENRIKA.- A ver, a ver. esta noche es muy especial. (Mirando a Rimantas con una evidente segunda intención.) Y no sólo porque sea Nochebuena. Así que vamos a hacer un chin chin.

RIMANTAS.- Bah.

GRETA.- ¿Puedo brindar con vino?

ENRIKA.- No.

GRETA.- ¡Puta mierda, mamá! ¡Con agua trae mala suerte!

ENRIKA.- ¡Tus hermanas brindan con agua!

GRETA.- ¡Pues por mí como si se mueren!

ENRIKA.- ¡No vas a beber vino, zorra! (Se miran retadoras.)

RIMANTAS.- .¿Y por qué no?

(Enrika, asombrada con la intervención de Rimantas, apenas masculla.)

ENRIKA.- Pero si es una niña.

RIMANTAS.- Pues alguna vez tendrá que ser una mujer.

(Y Greta, radiante y decidida por el apoyo del padre, llena su vaso de vino al tiempo que le lanza a la madre una mirada desafiante.)

ENRIKA.- (Al público.) Y siento como las palabras de mi marido le llenan a mi hija el vientre de mariposas. Y le revolotean allí dentro como en un cielo limpio sobre un campo de trigo.

GRETA.- ¡A brindar!

ENRIKA.- Pero sé que el útero le tornará en erial, en una tierra baldía donde el viento levantará el polvo y dejará a la vista un pedregal que le aplastará los ovarios en un dolor interminable.

GRETA.- ¡Evelina, coge el vaso! De pie, de pie todos. Como en las películas americanas!

(Evelina se levanta y coge el vaso asustada mientras Égle sigue comiendo sobre el plato y Aligamantas continúa recostado en la silla hacia atrás con la mirada perdida. Y ante la sorpresa de Enrika, que está sentada, Rimantas se levanta de la silla y alza el vaso de vino.)

RIMANTAS.- .Chin, chin.

GRETA.- No. Así no, papá.

RIMANTAS.- (A Enrika.) ¡Levanta, hostia!

(Enrika, asustada, se levanta.)

GRETA.- (Tirándole brutalmente de la oreja a Égle.) ¡Levántate, coño! (Égle deja escapar un aullido.) .Unas palabras, papá. Ahora unas palabras, como en las películas americanas.

(Por un instante se quedan todos callados, sin saber qué decir. Entonces Enrika se decide a hablar, levantando el vaso.)

ENRIKA.- (Cómplice con Rimantas.) Vosotras no sabéis que vuestro padre antes, en este día, siempre me regalaba una bolsita de fruta confitada. Y yo le cocinaba un bizcocho de zanahoria y le colocaba los cachitos de fruta por encima haciendo una figura.

(Silencio.)

GRETA.- Joder, ¿y eso qué tiene de especial, mamá?

RIMANTAS.- Habla tú, Greta Prudnikovas.

ENRIKA.- Pero era yo la que estaba diciendo unas palabras.

RIMANTAS.- Pues ahora que las diga Greta.

ENRIKA.-Y ella dice esto, alzando el vaso de vino como el trofeo que siempre deseó:

(Enrika dice el texto, triste, mientras Greta mueve los labios, feliz, exactamente al mismo tiempo.)

"La vida es como una caja de dulces, nunca sabes cuál te va a tocar. A mí me tocó esta familia, que es mi caja de bombones. Los hay de licor y otros de chocolate negro y también los hay de praliné. La caja entera compone una rica fábula en la que todos nos podemos reconocer. Dios bendiga los alimentos de esta mesa que vamos a comer. Amén."

(Enrika continúa hablando, pero ahora ella sola.)

Y Greta levanta el cáliz con la sangre que beberá, mientras adivino en los ojos de Rimantas Prudnikovas cómo le empieza a hervir la suya.

(Todos beben.)

GRETA.- (Exultante al acabar el vino.) "¡Quiero el cuento de hadas!"

ÉGLE.- "Lo malo es siempre más fácil de creer."

(Greta se desinfla y mira a Égle.)

GRETA.- ¿Qué coño dices?

ÉGLE.- ¿Pero tú te crees que eres Julia Roberts?

GRETA.- ¡Cállate, puta Égle!

ÉGLE.- (Bajando la voz.) Claro, como ahora tienes un Richard Gere.

GRETA.- ¡Feliz Nochebuena, zorra! (Le tira a Égle el vino de su vaso. Rimantas se cae en la silla riéndose.)

RIMANTAS.- ¿Ves, Enrika, el genio que sacó la Greta?

ÉGLE.- ¡Mira cómo me has puesto!

GRETA.- ¿Ah, sí? Pues espera que vas a ver cómo te voy a poner.

(Greta agarra a Égle de la melena, le tira con fuerza y finalmente acaba metiéndole la cabeza en el puchero, donde intenta ahogarla. Rimantas no para de reír a carcajadas.)

ENRIKA.- ¡Rimantas Prudnikovas, haz algo! ¡Haz algo, hostia, que la va a ahogar! (Como Rimantas se sigue riendo, Enrika coge el cucharón que estaba en la mesa. Amenazante.) ¡Greta! ¡Greta, suelta a tu hermana! ¡Que la sueltes, puta! ¡Para!!

(Y Enrika le golpea feroz el brazo a Greta con el cucharón. La hija grita de dolor y suelta a Égle, que saca la cabeza del puchero casi ahogada, tosiendo y con el pelo lleno de cocido, pringado de caldo y verdura.)

RIMANTAS.- Y yo que pensaba que esta cena iba a ser un puto aburrimiento.

ENRIKA.- ¡Mirad cómo pusisteis la mesa, hostias! ¡Es el mantel de las fiestas!

GRETA.- (Rugiendo) ¡Me cago en Dios, mamá! ¡Me jodiste el brazo! ¡No puedo abrir la mano!!

ENRIKA.- ¡Pues usa la izquierda, que te llega de sobra!

ÉGLE.- .pero es con la derecha con la que le hace las pajas a Pulkaininkas ¡Por eso está cabreada!

(Llega un silencio de trueno, una pausa precipitada de miradas huidizas que se quiebra cuando Aligamantas se despierta precipitadamente incorporándose en su asiento y observando a su alrededor como si tratara de reconocer en qué lugar está.)

ENRIKA.- ¿.Cómo que le haces pajas a Pulkaininkas?

RIMANTAS.- ¿Quién es Pulkaininkas?

ALIGAMANTAS.- (Sin darse cuenta de lo que ocurre) Trabaja conmigo en el supermercado. Como reponedor.

ENRIKA.- (A Greta) ¿Cuando vas al supermercado andas con ese?!

ALIGAMANTAS.- (Inocente) Se mete con él en el almacén de los productos lácteos.

ENRIKA.- Y como estoy prendida de furia quiero saber más y le exijo que me dé cuentas. Pero observo de reojo a Rimantas y comprendo que esta discusión le está gustando de manera especial. No me detiene y deja que le pregunte a la niña: (a Greta) ¡¿desde cuándo vas con Pulkaininkas al almacén?! Dime, ¡¿te obliga él a que le hagas las pajas?! ¡¿Sólo le hiciste eso?! (Al público) Y me doy cuenta, por los chispazos de los ojos de mi marido, de que ya es demasiado tarde porque no conseguí atar esas preguntas a mi boca.

RIMANTAS.- (Con una sonrisa que le brota entre las palabras) Contéstale a tu madre.

ALIGAMANTAS.- A veces se echan más de media hora donde los desnatados.

RIMANTAS.- ¿Le hiciste a Pulkaininkas algo más?

(Greta está aterrorizada.)

RIMANTAS.- ¿Con las manos o con la boca? Y que no se te ocurra mentirme.

ENRIKA.- Esa es la frase terrible, queno se te ocurra mentirme. La más temible de todas porque Rimantas es como Dios: tiene ojos en todas partes y todo lo sabe. Y en casa sabemos lo que ocurre cuando mentimos.

ÉGLE.- (Sin levantar los ojos del plato) Oh, claro que le hace algo más. Le abre las piernas para que Pulkaininkas se hunda en ella y para que se pierda en su vientre. A veces ni ella misma lo encuentra y por eso tardan en salir del almacén. Yo los vi una vez que fui a comprarle el coñac a papá.

ENRIKA.- (Se echa a llorar, incrédula, masticando las palabras con odio) ¡.Mi hija, mi propia hija.!

EVELINA.- (Observando que Greta es incapaz de articular una palabra) .Es amor. No tiene nada de malo.

(Todos se quedan desconcertados ante la intervención de Evelina.)

RIMANTAS.- ¿.Amor?

ENRIKA.- ¡¿Amor?! ¡¿Pero tú estás tonta, niña?! ¡¿Amor?! ¡¿Tú sabes lo que es el amor?! ¡¿Eh?! ¡¿Lo sabes?!

ALIGAMANTAS.- Cómo va a saber lo que es el amor, mamá.

EVELINA.- Pues es cuando dos personas se quieren.

ENRIKA.- ¡Yo quiero a tu padre y nunca me fui a follar con él a un almacén! ¡Eso no es amor!!

RIMANTAS.- (Bebiendo, a Greta) ¿Tú lo amas?

GRETA.- .Yo no amo a Pulkaininkas.

ÉGLE.- ¡Joder, claro que lo ama! Se lo oí decir aquella vez que los descubrí. Le dijo que lo amaba profundamente y que sentía en el pecho un vacío insoportable cuando se marchaba del supermercado y lo dejaba allí trabajando. Que cuando no estaba con él se acordaba de su olor y de la fuerza de sus manos recorriéndola. Y de su voz, acariciándole el cuello. Y se lo dijo tajante, "te amo, Pulkaininkas", cuando la arremetida definitiva.

RIMANTAS.- ¿Y él que te dice?

(Greta contesta a su padre. Ella moverá los labios, con emoción, pero será Enrika quien hable. Dirá el texto a la fuerza, como no queriendo oírlo, tapándose los oídos.)

ENRIKA.- (Moviendo los labios Greta)

"Que nunca sintió algo así. Que cuando está entre sus brazos y siente sus manos enredarse en su pelo todo es un instante donde ella es el centro de la vida. No hay nada. El tiempo se detiene. Y el viento se para. Que las voces se quedan mudas y el mundo se calla para que ella y él puedan entrelazar sus corazones en silencio."

GRETA.- (Continúa la narración, avergonzada, mientras Enrika mueve los labios siguiendo el texto, pero con una expresión de rabia voraz en su rostro)

Que me ama. Que hasta conocerme su vida era una confusa sensación de inercia y que los días eran todos tan parecidos que no le importaba demasiado cuántos le restaban por vivir. Que se estremece cuando estoy a su lado, y que le conmueven mis ojos cuando detengo mi mirada en la suya.

RIMANTAS.- (Golpeando la mesa con el puño) ¡¿Pero qué te dice cuando se corre?!

ÉGLE.- Nada, papá. El capullo no le dice nada.

ENRIKA.- (Le da un puñetazo en el pecho a Aligamantas) ¡¿Y tú, imbécil, cómo no me lo contaste?!

ALIGAMANTAS.- Son las cosas de Greta, mamá. ¡Yo no quería meterme en líos! ¡Yo no quiero meterme en líos, señor!

GRETA.- (Llorando) .Pero yo no lo amo.

(Rimantas coge el vaso y apura lo que le queda de vino. Después agarra la jarra y llena el vaso hasta rebosar. Todos están atentos a lo que hace, en silencio, prevenidos.)

RIMANTAS.- (Bebe) ¿.Y te gusta lo que te hace?

ÉGLE.- Por supuesto. le encanta. En el rostro se le dibuja una felicidad desconocida. Y por entre los gemidos se le escapan volando mariposas de colores. Y cuando entreabre los párpados se le asoman en los ojos amaneceres de primavera.

RIMANTAS.- (A Greta) Cuéntamelo tú. Con tus palabras.

GRETA.- Yo no sé lo que me pasa cuando me toca.

ENRIKA.- Puta hostia, ya te había explicado que tenías que desconfiar de todos los hombres. Tú eres tonta y mujer. Los hombres lo saben y por eso vienen a por nosotras. Como las moscas a la mierda.

RIMANTAS.- ¿Cuando te toca te pasa algo en el coño?

ENRIKA.- Y yo no quiero que le diga que se le despereza como una flor en la alborada y que el vientre le arde como un verano.

RIMANTAS.- ¡Me cago en Dios !¡¿Te pasa algo en el coño?!

GRETA.- (Llorando avergonzada) .Creo que sí, señor

(Rimantas aparta a Evelina y a Égle para acercarse a Greta por su espalda, y la coge por el cuello desde detrás.)

RIMANTAS.- Pues ahora me lo vas a contar todo. Pero despacio, sin prisas. .Venga.

GRETA.- .Creo que me gusta cuando me toca.

RIMANTAS.- ¿Dónde te toca, dime?

GRETA.- Me coge de las manos y me las besa.

RIMANTAS.- Sigue.

GRETA.- Me gusta sentir su aliento cálido acariciando mis dedos. Y cuando hunde su boca en las palmas de mis manos me parece que el corazón se me va a parar.

RIMANTAS.- ¿Y qué más te toca?

GRETA.- Le gusta besarme los lóbulos de las orejas y arrullarme con su nariz por detrás de ellas. Y después baja por mi cuello oliéndome y siento que respira acompasado. Y el calor de su jadeo es como si me adormeciese.

RIMANTAS.- (Apretándole la garganta) ¿Y después qué?

GRETA.- .No lo sé, estoy confundida.

RIMANTAS.- ¿No te soba las tetas?

GRETA.- Sí, señor.

RIMANTAS.- ¿Y?

GRETA.- Los pezones se me ponen duros como la piedra y los pechos me parece que me van a reventar.

RIMANTAS.- ¿Y el coño? (la asfixia y ella se queja)

GRETA.- .es como si llegase el estío y hubiera que segar la hierba.

RIMANTAS.- ¿Y pasó él la guadaña?

GRETA.- Era un colmillo de acero que silbaba en el viento cada vez que bajaba con fuerza para cortar el trigo. (Rimantas sigue apretándole el cuello) Como una media luna de hierro bruñido, como una sonrisa afilada que tiraba la mies con su encanto.

RIMANTAS.- ¿Y dejó limpio el prado?

GRETA.- No. Apenas tiró unas brazadas que no darían para hacer dos manojos.

RIMANTAS.- ¿Con una guadaña nueva? ¿Brillando arrogante al sol?

GRETA.- Sí, señor. Se paró enseguida y tiró la guadaña encima del trigo.

RIMANTAS.- ¿Y tú que hiciste?

GRETA.- (Llorando) .Nada, señor.

RIMANTAS.- ¡¿Qué hiciste, hostias?!

GRETA.- Me eché a llorar.

(Rimantas se queda perplejo y dolorido. Deja libre a Greta y la empuja contra la mesa. Todos, en silencio y asustados pero sin sorpresa que los angustie, observan la escena. Rimantas regresa a su silla y se sienta.)

RIMANTAS.- .Se echó a llorar (se llena el vaso de vino). ¿Escuchaste, Enrika Valaukaskas? Se echó a llorar (se bebe el vaso entero). ¡Sentaos, hostiandiós, que estamos cenando!

(Todos obedecen.)

ENRIKA.- (Forzando normalidad) Aligamantas, hijo, ¿quieres más espinazo?

RIMANTAS.- (A Enrika, sin mirala) Eso es lo que les enseñas a tus hijas: (masticando un bocado mientras los demás observan en silencio) a que sean unas lloronas como tú. (Al público) Y yo, que una cólera me centellea por dentro y me abrasa la garganta, reconozco la furia que me arde en la verga y que se quiere soltar. Estoy jodido. Los huevos se me pusieron como piedras. Y siento que llega como una ceguera ese arrebato que me hierve la sangre y que desea estallar. (A Enrika, golpeando la mesa) ¡A que sean unas lloronas como tú!

ENRIKA.- (Justificándose) .Yo a mis hijas les enseño a vivir con decencia y a no revolcarse en los almacenes de los supermercados. (A Greta) ¡A no revolcarse en los almacenes de los supermercados!

RIMANTAS.- (Mientras come, gesticulando con el cuchillo) Vais a joder bien a los hombres. Sí, vosotras dos. Le vais a arruinar la vida a cuanto hombre se os acerque, si todo lo que os ha enseñado vuestra madre es esa mierda que sabe Greta.

ENRIKA.- (A Greta) Apuraste demasiado, Greta Prudnikovas. Y a los hombres hay que hacerles esperar, cuanto más mejor. Eres una niña y quisiste ser una mujer. Y te han jodido bien porque ahora ningún hombre te va a querer.

EVELINA.- Pero Pulkaininkas ya la quiere. ¿Para qué va a necesitar Greta que la quieran más hombres?

ENRIKA.- ¡Porque las mujeres tenemos que estar siempre en el mercado, estúpida!

RIMANTAS.- (Al público) Sí, me arde la furia y sé que no voy a poder apagarla como quisiera porque el alcohol ya me ablandó la dureza. Entonces busco aliviarme hurgando donde más duele, echar la sal en la herida y después hincar las uñas en la carne y desgarrarla. Y por eso le pregunto a mi hijo: (a Aligamantas) ¿y tú, pasmón. te follaste ya a alguna tía?

ENRIKA.- (Sorprendida) .Si es un niño.

RIMANTAS.- ¿Te machacaste algún coño del supermercado?

ENRIKA.- Déjalo tranquilo.

ALIGAMANTAS.- (Temeroso) Señor. yo.

RIMANTAS.- Seguro que reventaste ya a alguna cajera. Las cajeras son muy putas. Parece que están tranquilamente sentadas en sus taburetes tecleando números en la caja registradora. Pero realmente están echando cuentas de las veces que les gustaría que se las follasen.

ENRIKA.- ¡Ninguna cajera ha tocado a mi hijo! ¡Ninguna! Díselo tú, Aligamantas. Dile que nunca has estado con ninguna cajera, ni con ninguna reponedora, ni con la mujer de la carnicería.

ALIGAMANTAS.- Mamá, la señora de la carnicería es una vieja.

ENRIKA.- ¡Pero tiene chocho! (Reaccionando) Joder, no habrás estado con ella. ¡¿Has estado con ella?!

ALIGAMANTAS.- (Abrazándose a la cintura de su madre) No, mamá. No he estado nunca con ella.

RIMANTAS.- ¿Ni con Ania Simonis?

ALIGAMANTAS.- No. Ni con ninguna de las cajeras. Yo sólo te quiero a ti, mamá.

ENRIKA.-. Nunca me hablaste de Ania Simonis (levanta la tapa del puchero)

RIMANTAS.- (Riéndose, a Enrika) ¿Y qué te va a contar? Si estás todo el puto día encima del chaval. Pasa tanto tiempo pegado a tus espaldas que ya no sabe si forma parte de tu culo. ¡Déjalo crecer!

ENRIKA.- (Llorando) ¡Mira en qué has convertido la cena de Nochebuena, Rimantas Prudnikovas! ¡Éramos tan felices y era una cena tan bonita y vas tú y lo mandas todo a tomar por el culo, como siempre!

(El tiempo decide detenerse y del frío se congela el silencio. La imagen de la cena se queda capturada como en un grabado de Kokoscha. Cada una de las intervenciones siguientes serán dichas en tiempo real, mientras que los demás personajes se moverán a una interminable cámara lenta.)

ENRIKA.- (Coge el cucharón) Entonces se hace un silencio espeso, pegajoso, como la grasa del cocido. Me siento desnuda, como si un ventarrón me arrancase de repente la ropa, y tengo la incómoda sensación de que todos me están mirando. Me quedo así, apresada en este instante con el cucharón en la mano, retenida en el tiempo sin atreverme a levantar los ojos. Nunca me había enfrentado de esta manera a Rimantas Prudnikovas. Jamás había tenido el valor de revolverme con esta fuerza y comprendo que me estoy internando en un paisaje extraño por el que no sé cómo avanzar.

EVELINA.- (Echando el pecho contra la mesa y apoyándose con las manos en ella) ¿Por qué Greta insiste en que no quiere a Pulkaininkas? Yo sé que ella lo ama, se lo vi en los ojos cuando hablaba de él. Y también sé que cuando papá la coge por detrás los ojos se le ponen en negro, y sé que lo de papá no es amor. Porque el amor debe ser algo así como cuando bailo y dejo que la música me eleve y parece que el cuerpo no pesa y ves todo desde arriba. Como cuando hago el fouetté en tournant y puedo girar mil veces, veloz, sin perder el equilibrio. Sólo que en el amor lo haces con alguien que te respira con las manos besando tu cintura. El amor no puede ser la mejilla de Égle contra la mesa ni el borde de la mesa contra su espalda, porque eso duele y después ya todo se te derrumba.

ÉGLE.- (Cortando furiosa la carne del espinazo) Pulkaininkas es un cretino con ínfulas de grandeza. Se da muchos aires cuando ordena con precisión milimétrica los cartones de leche pasteurizada, exactamente a la misma altura en cada uno de sus estantes y sin que sobresalgan de la balda ni un solo milímetro: la desnatada, la entera, la de calcio rico en isoflavonas. Y cuando está en la sección de perfumería presume de elegancia y de savoir faire al distribuir los champús anticaspa y los dentífricos dentales. El muy presuntuoso, si me ve por allí, se me acerca con modales de dandi para aconsejarme si es mejor este desodorante o este otro. .Y entonces me coge el pelo con afectación, lo examina al tacto mientras yo espero callada con el corazón que parece que me va a salir por la boca y va y me aconseja que cuando sea mayor no use tinturas con amoníaco, que resecan el cabello! ¡Y que debería aplicarme un aceite después de lavarlo!

GRETA.- (Revolviendo la comida del plato con el tenedor) Yo no amo a Pulkaininkas. Cómo podría hacerlo, si me están cincelando el corazón en un fragmento de granito.

ALIGAMANTAS.- (Sacando con la mano un trozo de comida de la boca) A mí se me ha quitado el hambre con el miedo. Ahora ni siquiera pienso en el melocotón con almíbar que mamá tiene en la nevera, ni en el turrón de chocolate. Es como si el espinazo que he cenado se me liase con la verdura en el estómago y se formase una masa compacta imposible de digerir. Y no me atrevo a levantar la cabeza porque tengo miedo de que papá me siga preguntando. Es más fácil contestarle a mamá.

RIMANTAS.- (Al público) Y me divierte ver cómo se va acercando, la manera en que demoro el momento que va a estallar. Me encanta sentir el dominio de lo que está ocurriendo. Supongo que Dios sentirá algo así. Entonces doy un paso más. (A Enrika) Deja que el chico se tire a Ania Simonis. ¿No ves que lo está deseando?

ENRIKA.- ¡¿Pero quién cojones es esa puta?!

RIMANTAS.- La chica de la frutería.

ENRIKA.- ¿La chica.? (A Aligamantas) ¿Pero la frutería no la atendía también la vieja de la carnicería?

ÉGLE.- Ahora pusieron una frutería más grande. Tiene frutas tropicales de esas: papayas, chirimoyas y también algún aguacate hay.

ENRIKA.- ¿Así que Ania Simonis.? (Le da una colleja a Aligamantas) ¡Mírame cuando te hablo!

RIMANTAS.- Le da vergüenza. Ja, ja ja.

ENRIKA.- (Vuelve a golpear a Aligamantas, que se queja) ¡¿Tienes algo con ella?! (Lo agarra por el pelo y le obliga a mirarla) Maldito cabrón, ¡¿la tocaste?!

ALIGAMANTAS.- No, mamá. No la toqué, no la toqué. ¡Te lo juro! ¡No la he tocado nunca!

ENRIKA.- (Lo suelta. A Rimantas, sobrada y satisfecha) ¿Lo ves?

RIMANTAS.- (Mientras parte con la mano un cacho de pan y lo moja en su plato) Pero te la meneas pensando en ella, ¿no?

(Aligamantas, sobrepasado, no consigue responder a pesar de que busca palabras.)

ENRIKA.- (A Rimantas) ¡Él sólo piensa en mí!

RIMANTAS.- (Violento, clavándole la mirada al hijo) ¡¿Te pajeas o no?!

(Aligamantas, avergonzado y rendido, asiente. Enrika, sorprendida y afectada, se marea y pierde el equilibrio. Se apoya en el respaldo de la silla y consigue sentarse, desconcertada.)

RIMANTAS.- (Comiendo) ¿Y cuando te la pelas en qué piensas? ¿En sus tetas o en su culo?

ALIGAMANTAS.- (Al público) Yo pienso en el olor a manzana de Ania Simonis cuando pasa a mi lado. En sus labios de fresa cuando me llama para que la ayude a mover las cajas de los kiwis, y en sus ojos como grosellas negras cuando me mira desde los estantes de la fruta de importación.

RIMANTAS.- ¿Se te pone muy dura?

ÉGLE.- (Al público) ¡Por el amor de Cristo! Estoy con la cena en la boca y tengo que escuchar estas cosas. (A Enrika) ¿Podemos comer ya el melocotón en almíbar?

ENRIKA.- Pero mi hijo es incapaz.

ÉGLE.- No, mamá. Es capaz. Y con dos manos.

ENRIKA.- Si apenas.

ÉGLE.- De apenas nada, mamá. Se le pone enorme.

ENRIKA.- ¿Pero qué estás diciendo, Égle Prudnikovas?!

ÉGLE.- (Al público) ¿Hay algo más asqueroso que pillar a tu hermano en el baño?

GRETA.- (Se echa a reír histéricamente) Ja, ja, ja. ¿Con Ania Simonis?

ÉGLE.- No, él solo. (Enrika se lamenta)

GRETA.- ¡Pero si Ania Simonis no levanta un palmo del suelo! (Aligamantas la mira) Y tiene sarro en los dientes. ¡La tipa apesta que tira para atrás!

ALIGAMANTAS.- (Al público) .Huele a manzanas.

GRETA.- (Tratando de convencer a todos) ¡Le atufa el aliento! ¡Tiene toda la boca podrida!

RIMANTAS.- (Mientras mira a Enrika) Pero tiene dos tetas como dos pomelos y con eso llega. ¿Verdad, hijo?

GRETA.- Es nauseabunda. La gente sólo va a la frutería después de la una para evitar que Ania Simonis les dé los buenos días. Con esa sonrisa incrustada en la boca que deja al aire su dentadura carcomida.

ALIGAMANTAS.- (Al público) Y como estoy acostumbrado a enmudecer como un cobarde y, lo que es peor, a ni siquiera tener ganas de decir nada, la impotencia me anuda la garganta tan fuerte que el silencio me empieza a pitar en los oídos mientras ellos siguen insultando a Ania Simonis. Sus voces estridentes y sus rostros deformados se dibujan ante mí como un lienzo irremediable en el que ocupo un lugar previamente designado y de donde sé que nunca podré desaparecer. Entonces, cuando comprendo que me hice ilusiones equivocadas con Ania Simonis y asumo que no soy más que un mierda que ni siquiera tiene el valor de taparse los oídos para no escuchar lo que no quiere oír, en ese instante de aceptación el corazón se me revuelve en el pecho y siento que el aire me comienza a faltar y me caigo sobre la mesa intentando desabrocharme la camisa. (Todos lo miran)

ENRIKA.- Jódete, Aligamantas Prudnikovas. Por mentirme.

(A Rimantas le da un ataque de risa mientras Égle y Greta siguen comiendo indiferentes a lo que le ocurre a Aligamantas.)

EVELINA.- ¡Si él no te ha mentido, mamá.! (Abandona su silla para ayudar a su hermano)

ENRIKA.- (Lloriqueando) ¡Claro que sí me ha mentido! ¡Claro que sí! ¡Me acaba de decir que sólo me quería a mí, a mí! .Y resulta que mientras me decía eso estaba pensando en cubrir a esa puerca de Ania Simonis.

EVELINA.- ¡Por favor! ¡Haced algo! ¡Aligamantas está mal!

(Aligamantas rompe los botones de la camisa en un intento desesperado de conseguir respirar, mientras Evelina trata de acercársele pero sin conseguirlo porque él no deja de bracear.)

EVELINA.- ¡Ayudadme! ¡Mamá, por favor.!

ENRIKA.- ¡Qué se joda! Total ya se fue al carajo la cena de Nochebuena y encima me quedé sin sorpresa.

(Aligamantas deja escapar un último aliento que le queda en el pecho y sin aire en los pulmones cae de bruces en la mesa. Cada uno sigue a lo suyo, menos Evelina, que tímida posa la mano en la espalda de Aligamantas. De manera inesperada el hermano se mueve y, al fin, levanta la cabeza.)

RIMANTAS.- (Limpiándose los dientes con un palillo) Es lo que tiene los cobardes., Siempre sobreviven.

(Evelina ayuda al hermano a sentarse en la silla y trata de recomponerle la camisa y le da un vaso de agua. Nadie habla, es silencio. Entonces Enrika se echa a llorar con una amargura tan atroz que conmueve a Evelina. Greta cierra con fuerza los ojos y Rimantas y Égle observan a Enrika, que no deja de llorar desconsoladamente. En ese momento llaman a la puerta. Todos se quedan sorprendidos, sin saber cómo reaccionar. Enrika se traga el llanto. Y vuelven a golpear la puerta, esta vez con más fuerza.)

RIMANTAS.- ¡A ver, hostia! ¿Es que no hay nadie en esta puta casa que abra la puerta?

(Evelina sale corriendo. Ahora Rimantas mira a Enrika con ojos de espadas y ella, que lo descubre, se va calmando y, recomponiéndose, acaba por levantarse de la silla y coge el cazo de la pota y le pregunta temerosa a Rimantas, con una expresión de marioneta desvencijada: )

ENRIKA.- ¿.Quieres más, cariño?

(Entra Evelina, asustada. Se queda muda delante de todos, que la miran esperando.)

EVELINA.- .Es Pulkaininkas.

(Y a Greta, con el semblante demudado, se le nublan los ojos. Égle, inquieta, deja de comer.)

RIMANTAS.- Tiene valor, el cabrón. ¿Y qué más?

EVELINA.- Que quiere que salga Greta.

RIMANTAS.- (En un ataque de furia, cogiendo el cuchillo) ¿Pero ese hijo de puta a qué viene? ¿A qué viene, Greta Prudnikovas?

GRETA.- No lo sé, papá.

RIMANTAS.- ¡¿A qué viene?!

EVELINA.- Papá.

RIMANTAS.- A levantarme el ganado, a eso viene el muy hijo de puta. ¡Hostiaendios!

ENRIKA.- (A Greta, suplicando) No destroces esta familia, hija. No acabes con nosotros.

(Entra Pulkaininkas.)

PULKAININKAS.- .Greta. (Greta le tuerce la cara)

ÉGLE.- Hola, Pulkaininkas.

RIMANTAS.- (Observándolo mientras se vuelve a sentar) Así que tú eres el reponedor.

(Pulkaininkas, nervioso, dirige su mirada a Rimantas.)

PULKAININKAS.- .León Pulkaininkas, señor.

RIMANTAS.- (Al público) A mí me revienta que, a pesar de que el miedo le hace agua la voz, el cretino no me aparta la mirada.

PULKAININKAS.- .Greta.

ÉGLE.- (Ofreciéndole su silla a Pulkaininkas) Ten, Pulkaininkas, siéntate aquí.

RIMANTAS.- Así que tú eres el reponedor.

(Pulkaininkas, nervioso, dirige su mirada a Rimantas.)

PULKAININKAS.- .León Pulkaininkas, señor.

RIMANTAS.- Oh, vaya. (Deja el cuchillo en la mesa) León. Como Tolstoi. Dime, Pulkaininkas, ¿eres cristiano como él? ¿Has venido a celebrar la Nochebuena con esta familia?

PULKAININKAS.- .Señor, yo amo a su hija.

RIMANTAS.- ¿A cuál de ellas? Porque tengo tres. (Antes de que Pulkaininkas llegue a hablar) A la más puta, claro. Siempre es más fácil amar a la más puta, es la que menos problemas da. Y a fin de cuentas también es lo que buscamos en las mujeres, ¿eh, Pulkaininkas? Que nos expriman los huevos y que no nos rompan la cabeza. Otros lo llaman amor. ¿Tú cómo prefieres llamarlo, León Pulkaininkas?

PULKAININKAS.- .Yo lo llamo amor, señor. Pero no a eso que usted dice. El amor es otra cosa.

RIMANTAS.- ¡Ja! ¡Otra cosa! (Se ríe a carcajadas) .Pero hay que reconocer algo: amar a una puta no tiene mérito, Pulkaininkas. No hay esfuerzo, ni paciencia, ni frustración. Amar a una puta es llegar y besar el santo. Porque, al final, Pulkaininkas, ¿qué es lo que cuenta? (Silencio. Rimantas mira a Pulkaininkas esperando una respuesta que no llega) .Siéntate, Pulkaininkas. Siéntate. (Pulkaininkas se sienta.) ¿Tú sabes por qué sigo casado con Enrika Valaukaskas? ¿Sabes por qué? (lo agarra con fuerza por la nuca, haciéndole daño y arrastrándolo hacia él para hablarle al oído) .Porque cuando bebo hasta mamarme y subo tropezando las escaleras de mi casa y abro la puerta después de pelearme con la cerradura y al fin entro en mi casa, mi mujer me está esperando abierta de piernas para que la monte. Y yo me acuesto y la monto hasta hartarme. Ella hunde la cara en la almohada y no dice nada. Está como muerta. Y lo hace porque sabe que a mí me gusta correrme así, sin tener que abrir la boca. Entonces, cuando acabo con lo mío y me desplomo en el colchón, boca a arriba, Enrika Valaukaskas se limpia con las sábanas y me deja tranquilo y se echa a dormir. ¿Comprendes lo que trato de decirte, Pulkaininkas? (le aprieta el cuello). Ella se limpia con las sábanas y me deja en paz (le aprieta más el cuello y León se queja). ¿Cuánto tiempo crees que la iba a aguantar si cada vez que me la follase tuviese que darle explicaciones? ¿Eh?

PULKAININKAS.- Si usted la ama, no tiene que darle ninguna explicación, señor.

RIMANTAS.- (Manteniendo la presión en el cuello de Pulkaininkas) ¿Ah, no?

PULKAININKAS.- No, señor. Si ama a su mujer, no es necesario que le explique por qué desea estar con ella.

RIMANTAS.- Ja!... ¿Tú sabes qué es lo que destruye las relaciones, León Pulkaininkas? Las explicaciones. ¿Y sabes qué es lo que quiere una mujer después de que se la follen? Explicaciones. Besos en las orejas, caricias en el pelo, palabras susurradas, y quedarse así hasta que el sueño las venza.

PULKAININKAS.- Eso no son explicaciones, señor.

RIMANTAS.- Y tú qué sabrás, si eres un crío.

PULKAININKAS.- A los hombres también nos gusta que nos besen.

RIMANTAS.- ¿Ah, sí? ¿Te gusta que mi hija Greta Prudnikovas te bese después de montarla? (Lo suelta y Pulkaininkas se duele, pero no deja la silla) ¿.Y crees que eres un hombre porque te la follaste una vez? Escúchame bien, León Pulkaininkas. Para ser un hombre te tiene que salir callo en la polla.

PULKAININKAS.- (Se levanta de la silla, decidido) ¡Señor, no quiero escuchar más!

RIMANTAS.- Y tú qué vas a saber lo que quieres. ¿Sabes realmente lo que quiere un hombre? (Coge nuevamente el cuchillo. Gesticulando con él y apoyándose en la mesa con la otra mano) Que lo dejen en paz. Y por eso Enrika Valaukaskas y un servidor somos un matrimonio feliz. Pero resulta que ahora vas y llegas tú y entras en mi casa y pretendes arrebatarme un cacho de esa felicidad que he construido con tanto esfuerzo.

PULKAININKAS.- Señor, yo vine a su casa porque tengo algo importante que decirle a Greta.

RIMANTAS.- ¡Pues díselo y acabemos ya! (lo anima con el cuchillo)

PULKAININKAS.- (A Greta) ¿.Podemos salir un momento?

ÉGLE.- ¿. Por qué?

ENRIKA.- ¡Lo que le tengas que decir puedes hacerlo aquí delante!

PULKAININKAS.- (Temeroso pero decidido) Greta, el otro día cuando estaba reponiendo las conservas de pimientos y te dije que no quería volver a verte, pues no era cierto. Porque lo que más quiero en esta vida es verte todos los días y a todas horas, y no quiero separarme de ti. Cuando estoy trabajando no hago más que mirar a la puerta del supermercado para ver si te veo entrar y no deseo otra cosa que vengas para acercarme a ti, y oír tu voz, y sentir tus manos. Te dije que no quería volver a verte porque estaba enfadado contigo. Porque el día anterior no quisiste darme un beso cuando nos cruzamos en el pasillo de los productos lácteos. Pasaste a mi lado y ni siquiera me miraste cuando me acerqué a ti para besarte. No lo entendí. Y sigo sin entenderlo. Pero no es cierto que no quiera volver a verte. (Silencio. Pulkaininkas espera una palabra de Greta, que no dice nada) Greta. Yo te quiero.

RIMANTAS.- ¿Ah, sí? ¿La quieres?

PULKAININKAS.- Sí, señor. La quiero.

RIMANTAS.- ¿Pero la quieres o la amas?

PULKAININKAS.- (Confuso) ¿Y cuál es la diferencia?

RIMANTAS.- Pues que se quiere con el corazón y se ama con la polla. Yo, por ejemplo, estoy completamente enamorado de mi mujer, pero no la quiero.

PULKAININKAS.- Y por eso ella hunde su cara en la almohada.

RIMANTAS.- Ella sabe lo que me gusta. Y en el amor saber lo que le gusta al otro es muy importante.

PULKAININKAS.- ¿Y usted cree que eso satisface a su esposa?

RIMANTAS.- Qué sabrás tú de lo que le satisface o no a una mujer. A ellas les gusta que las miren, les encanta sentirse observadas. Y a los hombres nos gusta mirar y demorarnos en el placer que la vista nos da. Yo sé que la que está ahí abajo, aunque no le vea el careto, es ella. Y ella sabe que a mí me pone la verga como un toro cuando la oigo llorar. Y para eso no necesito mirarla a la cara: porque para amar no es necesario ver, ¿entiendes? Así que entonces, Pulkaininkas, dime de una vez si quieres o amas a mi hija, para saber de qué estamos hablando.

EVELINA.- Entonces en el comedor se hace un silencio tan grande que podemos oír a los nigerianos vendiendo en la calle los gorros de Papá Noel. Y también el zumbido del congelador, que lleva funcionando al máximo toda la noche. Y retumban nuestros corazones palpitando al mismo tiempo mientras esperamos la respuesta de Pulkaininkas. Entonces él respira hondo y dice:

PULKAININKAS.- Las dos cosas, señor.

EVELINA.- Y papá observa a Pulkaininkas como meditando lo que va a hacer con él.

RIMANTAS.- ¿.Así que la quieres con tu corazón inocente y la amas con tu picha de crío.?

EVELINA.- Y Pulkaininkas le contesta con decisión que

PULKAININKAS.- Cuando veo a su hija, señor, al fondo del pasillo donde estoy trabajando deseo con todas mis fuerzas que se acerque a buscar algo en los estantes que estoy ordenando. Y si lo hace y la veo avanzar hacia mí me parece que el corazón me va a explotar, como cuando cae un cartón de leche al suelo y revienta. Así que desvío la mirada, contengo la respiración y siento como los latidos de mi corazón me golpean los tímpanos avisándome "aquí viene", "aquí viene". Y cuando vuelvo a alzar la cabeza y la descubro a mi lado estirando el brazo para coger un bote de leche condensada o un paquete de gelatina Royal y me llega el perfume de su cabello, en ese momento lo que deseo es aproximar mi nariz a su nuca mientras ella se esfuerza en alcanzar los paquetes de azúcar, que le quedan altos, o quizás no y finge que es así para que yo me acerque por detrás y me deleite con la fragancia de su cuello. Señor, yo no estoy muy seguro de lo que es el amor. Pero me imagino que debe ser algo así como que cuando la mujer que te hace poner el estómago en un puño va al supermercado y estira los brazos para alcanzar algo con la idea de que tú te aproximes para olerle el cabello. Y deja que te quedes allí un momento, como si no hubiera clientes esquivándonos con el carro de la compra. Y sientes que su perfume te embriaga el pensamiento, que el corazón se te reblandece y que la emoción te aturde los sentidos porque no importa que un cliente te pregunte obstinado que dónde está la pasta integral, ni tampoco que la encargada te diga que ya está bien de pasmar. Y sólo por ese mínimo instante en el que te pusiste de puntillas para llegarle al cabello, deseas que toda tu vida sea siempre así. Caminar de puntillas a su lado.

(Silencio de miradas.)

ENRIKA.- ¡¿Eso quiere decir que los que no trabajamos en los supermercados no somos capaces de amar?!

EVELINA.- Entonces, sin que nadie lo pudiese imaginar, mamá se pone fuera de sí, literalmente, porque vomita cada una de las palabras que va pronunciando.

ENRIKA.- ¡¿Toda esa poesía es para qué?! ¡¿Al final no acabará todo en el mismo lugar: en el coño de mi Greta?! ¡¿No es que, después de tanta lindura, querrás hincarle a mi pequeña las metáforas por el culo?! ¿Y que, finalmente, cuando te laves la boca, le chuparás a mi niña hasta la última gota y que de ella sólo quedará un revoltijo de huesos que sólo el pellejo le mantendrá unidos? ¿Que harás de ella un lamento sin suspiro, un campo yermo para parir cadáveres?

PULKAININKAS.- Señora, su hija Greta ya es una mujer.

ENRIKA.- ¡Ja! (Da un manotazo en la mesa) ¡Una mujer! ¿Oyes lo que dice, Rimantas? Una mujer. ¡Dice que mi Greta es una mujer! Claro, es una mujer porque cuando le metiste la polla le hiciste daño y empapó de atardeceres las sábanas. ¡Ja! (Vuelve a golpear la mesa, pero esta vez con el puño) ¡Ja!! Porque le dolió, sí. Imbécil, duele mucho más cuando tienes que abrir el coño para echar a los hijos fuera! ¿Acaso tienes la verga tan grande como la cabeza de alguno de mis hijos? ¿Tú sabes lo que es sentir como esa criatura que flotaba en tu útero se estampa contra tu vientre cuando rompes aguas? ¿Y sabes qué? Cuando tienes toda esa mole pesada entre las piernas partiéndote por dentro, embistiéndote desde las entrañas para abrirte y te das cuenta de que para que ese suplicio acabe de una vez vas a tener que pasar por otro aún mucho peor, entonces maldices como nunca y piensas que para que me metería en esto y juras por lo más sagrado que nunca más te la meterá. Entonces es cuando se te abre así, ¿ves? (hace un gesto con las manos) así de grande y la cabeza de ese hijo se va haciendo sitio por tus partes como si fuese una broca que te va taladrando. Y encima tienes que tener el pico cerrado. Porque si gritas, porque si tan sólo suspiras, te lamentas, te quejas por la bajo, sólo por vencerte un poco, la cabeza del niño se te queda atascada y tienes que empujar otra vez, y otra, y otra, y así hasta que por fin lo echas. Sacas un hijo veinte veces más grande que la polla que te metieron. ¡Y eso sí que duele, gilipollas! ¡Así que no vengas a mi casa el día de Nochebuena y en el medio de la cena a decirme en los morros que mi Greta ya es una mujer porque le metiste tu pito de crío en su cajita sin pelos! Eso no es nada. Porque para ser una mujer tienes que sufrir mucho más, tienes que desear no haber nacido, ¿comprendes? Porque es tanto el dolor que te llega a avasallar y tanto el padecimiento que te flagela que hasta te duele respirar y entonces deseas no estar viva. Y si a pesar de desearlo aún sigues agonizando entonces te arrancas el corazón! (Agarra a Greta del pelo y la arrastra con furia hacia ella. Le rompe la camisa y le deja al descubierto el pecho izquierdo) ¡Cógele el pecho! ¡¡Cógele el pecho!! (Pulkaininkas, asustado, acerca temeroso la mano al seno desnudo de Greta. Enrika lo apresa de la muñeca y le arrastra la mano hasta el pecho de la hija) ¡Cógelo!! ¿.Qué sientes?!

(Silencio.)

PULKAININKAS.- .Su corazón.

ENRIKA.- ¿Lo ves? Todavía es una niña. .Yo me lo arranqué hace ya muchos años y maceré en golpes. A esta la tenemos a medio criar y no la vamos a soltar hasta que tenga el cuero bien curtido. ¿Y sabes por qué? Porque si la soltamos antes de tiempo puede dar con un cualquiera que le destroce la vida y acabe con ella. Y eso no lo quiero yo para una hija que parí. No quiero darles la vida para que después deshagan la suya porque pensaban que las cosas podían ser como les gustase, cuando no es así, porque las cosas siempre caen del revés.

PULKAININKAS.- ¿Pero qué es lo que le enseña a su hija?

ENRIKA.- ¡A desconfiar! A no fiarse de nadie porque la vida es demasiado puta como para andar por ahí con el culo al aire. Después llegan los lamentos, las lágrimas anudadas en sogas y, finalmente, la miseria.

PULKAININKAS.- Ese es un riesgo que corremos todos, yo también.

ENRIKA.- Pero tú eres un hombre y es muy diferente.

PULKAININKAS.- ¿Por qué?

ENRIKA.- Porque por muy mal que te vaya, por muy terrible que pueda ser tu vida y atroz tu pesar, los hombres sólo tenéis un agujero para que os jodan, y nosotras dos. Por esa razón las mujeres siempre llevamos la peor parte. No nos podemos fiar de nadie.

PULKAININKAS.- Pero su hija confía en mí.

ENRIKA.- ¡Por Dios Santo! ¿Estás seguro? ¿Confía tanto en ti como para qué? ¿Cómo para saber que si te culpa de su fracaso tú aceptarás callado su reproche? ¿Tanto como para estar segura de que si un día te reclama lo que no tienes se lo vayas a dar?!

PULKAININKAS.- ¡Ella confía en mí!

ENRIKA.- ¿Ah, sí? ¿Te la ha dicho?

(Silencio.)

ENRIKA.- ¡¿Te lo ha dicho?!

PULKAININKAS.- (A Greta) Greta, dile a tu madre que confías en mí. Díselo, por favor.

EVELINA.- Y todos esperamos atentos la respuesta.

GRETA.- .Pulkaininkas. .Yo confío en mi familia.

PULKAININKAS.- Pero Greta. En el supermercado tú me querías.

GRETA.- Pero esto es la vida.

PULKAINKAS.- Entonces, ¿todo lo que me decías?

GRETA.- .No sé.

PULKAININKAS.- Tú me quieres.

GRETA.- No lo sé, Pulkaininkas.

PULKAININKAS.- Claro que lo sabes.

GRETA.- ¿Y cómo voy a saberlo? ¡¿Cómo voy a saber algo, así, joder?! ¡¿Cómo lo va a saber nadie?!

(Greta se sienta desfallecida.)

PULKAININKAS.- .Pero Greta.

GRETA.- Cállate. (le hace un gesto despectivo con la mano indicándole que se retire.)

ÉGLE.- (Con un nudo en la garganta) .Pulkaininkas, es mejor que te marches.

PULKAININKAS.- (A Greta) ¿Y qué hay de tus besos?

GRETA.- Eran besos. ¿No te gustaban? ¿Qué creías? ¿Qué nos estábamos cosiendo con ellos?

ÉGLE.- (Con los ojos llenos de lágrimas) ¡¿Podemos tomar ya el melocotón en almíbar, por favor?!

(Pulkaininkas, abatido y desconcertado, se abrocha el abrigo e inicia la salida del páramo.)

RIMANTAS.- (A Pulkaininkas) Por lo menos sé un hombre y guarda un poco de dignidad. No pongas esa cara de pena. Si te crees que gimoteando vas a conseguir que una mujer se te abra de piernas es que leíste demasiado a Tolstoi.

(Pulkaininkas se marcha.)

RIMANTAS.- Cuando un hombre no sabe defenderse es mejor que desaparezca. Porque ya no es un hombre.

(Silencio.)

ENRIKA.- .Comamos ya el melocotón.

ÉGLE.- (Llorando) Sí, mierda. Si no, esto no va a parecer la cena de Nochebuena.

RIMANTAS.- ¡Enrika Valaukaskas! (Le hace un gesto con la mano para que se detenga) .Deja el melocotón. Para esta noche traje un postre especial. (Todos están sorprendidos y expectantes) .Greta, busca en mis bolsillos. (Insiste con un cierto aire de cariño) ¡Venga, busca!

ENRIKA.- (Sonriendo con ojos tristes) Como cuando era pequeñita.

RIMANTAS.- Busca, busca sin miedo. (Sonriendo) .¿Qué? ¿Qué encuentras?

(Ante la sorpresa de todos Greta Prudnikovas saca una bolsa de plástico llena.)

GRETA.- ¡La puta! Es. ¡es fruta confitada!

ENRIKA.- Ay. ¡qué detalle! ¡Qué detalle, Rimantas!

ÉGLE.- (Secándose las lágrimas) .Hostia, hacía años que no la comíamos.

ENRIKA.- Porque es un artículo de lujo, imbécil. A ver si sabes apreciar lo que tu padre hace por ti.

EVELINA.- (Al público) Y Greta se abraza a papá y no lo suelta, y lo llena de besos, y papá le aprieta el culo como muestra de cariño. (Greta grita de dolor y Enrika se echa a reír)

GRETA.- Es la Navidad más bonita de mi vida.

ÉGLE.- Reparte y deja de hablar, hostia.

EVELINA.- (Al público) Entonces yo pregunto si voy a por platos limpios (pregunta) ¿Voy a por platos limpios? (Rimantas y Enrika se echan a reír) Y ellos se echan a reír y me van a decir:

ENRIKA.- (Al público) Que la eche en estos platos, que para qué carajo vamos a manchar otros.

EVELINA.- Y entonces Greta mete la mano en la bolsa y saca a puñados trocitos confitados de limón de Sumatra, naranja ácida, pera de Cantón, piña de La Habana y los va dejando en los platos. Primero sirve a papá, después se echa en el suyo, después me echa a mí, luego a Égle y como no llega al otro extremo de la mesa le pasa la bolsa a Aligamantas y le dice:

GRETA.- Sigue sirviendo tú, hostia.

EVELINA.- Y mamá le pone el plato en la cara a Aligamantas para que le sirva.

ENRIKA.- ¡Sírveme! ¡Sírveme!

EVELINA.- Y Aligamantas le sirve un puñado de fruta confitada. Pero mamá le insiste que quiere.

ENRIKA.-¡Más, joder! ¡Quiero más!

EVELINA.- Y como apenas queda nada en la bolsa Aligamantas rebusca en ella y en el último puñado que le sirve a mamá va algo que ella descubre sorprendida entre la fruta, algo que le cambia el rostro y que la hace estremecerse de alegría.

ENRIKA.- (Emocionada) ¡.Rimantas!

EVELINA.- Y papá, con un cacho de naranja confitada entre los dientes, mira para ella.

ENRIKA.- ¡Te acordaste.!

EVELINA.- Dice ella.

RIMANTAS.- ¿De qué?

EVELINA.- Pregunta él.

ENRIKA.- (Riendo nerviosa) Ja, ja, ja. ¿De qué?

EVELINA.- Y mamá coge algo entre la fruta confitada y deja caer el plato en la mesa.

ENRIKA.- ¡De nuestro aniversario.!

EVELINA.- Grita mamá exultante enseñándonos un anillo que nos pasa a todos por las narices demasiado rápido como para apreciarlo.

ENRIKA.- ¡Oh, Dios! Es la primera jodida vez que te acuerdas en veinticinco años.

EVELINA.- Y papá, sin saber qué decir, rompe a reír mientras mamá continúa hablando excitada y todos empezamos a pensar que realmente esta es una Navidad diferente.

ENRIKA.- Como coincidía con la Nochebuena pues yo siempre pensaba que era por eso. .Aunque tampoco vinieras a cenar y no celebrásemos nunca ninguna de las dos cosas.

EVELINA.- Y no deja de hablar mientras intenta ponerse el anillo.

ENRIKA.- Pero cuando te sentí subir las escaleras y les grité a los niños que se sentasen corriendo a la mesa, que esta vez sí, que esta noche venía papá a cenar, pues fue como si tuviese un pálpito.

EVELINA.- Y mamá, emocionada, se coge con tanta fuerza el pecho izquierdo que parece que se lo quiere arrancar.

ENRIKA.- Y pensé: éste se va a acordar. ¡Y te acordaste!

EVELINA.- Pero entonces pasa algo.

ENRIKA.- Hostia.

EVELINA.- Surge un problema.

ENRIKA.- Hay un problema.

EVELINA.- Dice ella.

RIMANTAS.- ¿Cuál?

EVELINA.- Pregunta él.

ENRIKA.- Me cago en la puta, ¡no me entra en ningún dedo.! (deja el anillo encima de la mesa)

EVELINA.- Y como mamá se da cuenta de que el tono que empleó no era muy cariñoso y no quiere estropear el ambiente, corrige y añade sonriendo, con gesto pícaro.

ENRIKA.- Ya te olvidaste del tamaño de mi mano. Como hace tanto tiempo que no te toco, ¿eh?

EVELINA.- Y papá se vuelve a reír con tanta fuerza que a todos nos sorprende. Menos a mamá, que está decidida a zambullirse en los recuerdos y a compartir con nosotros su pedida de mano.

ENRIKA.- Era por San Juan. Habíamos bajado de la siega con los carros llenos y la aldea entera olía a hierba seca. Y esa noche después de asearnos, cuando los mozos estábamos de fiesta en la era de Üdra Povilaytite bajo el cielo picoteado de estrellas, Rimantas Prudnikovas me agarró por el cuello y me arrastró hasta la cuadra de su casa. Y allí me puso contra el muro. Y me dijo unas cosas y luego me hizo otras que una madre no debe contarle a sus hijos. Y justo seis meses después nos casamos: el día de Nochebuena.

EVELINA.- Pero mientras mamá naufraga en su pasado, Aligamantas coge el anillo de la mesa y, con la lengua trabándosele, asegura sorprendido que

ALIGAMANTAS.- . es el anillo de Ania Simonis.

EVELINA.- Y mamá enmudece. Y regresa.

(Enrika se muerde los labios, y si pudiera, los ojos.)

ALIGAMANTAS.- ¡Es el anillo de Ania Simonis.!

EVELINA.- Insiste Aligamantas y mamá le suelta.

ENRIKA.- Que no me lo voy a comer, joder.

EVELINA.- Que.

ENRIKA.- No es un anillo confitado.

EVELINA.- Y que.

ENRIKA.- ¡Qué coño pinta aquí!

EVELINA.- Mirando a papá con una furia de córneas carmesís.

(Rimantas se ríe como loco, en un crescendo final que lo hace atragantarse.)

EVELINA.- Y papá rompe a reír, pero tanto tanto y tan fuerte tan fuerte como nunca antes lo habíamos escuchado en casa. Y es como si nos contagiase, porque se nos dibuja a todos una sonrisa irreprimible en la boca. Menos a mamá, que no deja de mirar a papá toda seria. Y tampoco a Aligamantas, que no deja de mirar el anillo con el semblante oscurecido. Y como un exabrupto final que no sabemos cómo entender va papá, apenas con aliento, y dice, como explicándolo todo:

RIMANTAS.- Joder, le cayó dentro de la bolsa.

EVELINA.- Y repite, porque no acabamos de entender:

RIMANTAS.- ¡Joder, le cayó dentro de la bolsa.!

EVELINA.- Y mamá abre la caza.

ENRIKA.- ¡¿A quién le cayó dentro de la bolsa?!

EVELINA.- Y comienza a disparar.

ENRIKA.- ¡¿Por qué le cayó dentro de la bolsa?! ¡¿Qué quiere decir que le cayó dentro de la bolsa?!

EVELINA.- Y papá se traga la risa que le quedaba en la boca.

RIMANTAS.- ¡Porque me hacía daño, hostiaenputa!

ENRIKA.- ¿Cómo que te hacía daño?! ¡¿Dónde te hacía daño?!

EVELINA.- Y papá escupe con sangre entre los dientes.

RIMANTAS.- En la polla, joder, me hacía daño en la polla, así que le dije que se sacase el puto anillo porque me iba a dejar la verga en carne viva. ¡Y la muy retrasada va y lo deja dentro de la bolsa!

ENRIKA.- ¡¿Pero quién?!

RIMANTAS.- ¡Ania Simonis, hostia!

EVELINA.- Y el silencio se estampa contra la mesa. Y se derrama sobre los platos.

(Silencio.)

ENRIKA.- Pero entonces. ¿esa chica te pela la polla?

EVELINA.- Y papá le contesta, como desnudando de la boca su brutalidad natural.

RIMANTAS.- Me la pela, sí. Desde hace tiempo.

ENRIKA.- ¿.Por qué?

EVELINA.- Y papá baja la mirada.

ENRIKA.- ¿Pero por qué?!

EVELINA.- Y papá contesta:

RIMANTAS.- Porque tus manos están viejas. La artrosis las ha ido deformando y tienes la piel áspera y consumida. Cuando tú me la pelas es como si la muerte me apresase por la polla. Y cuando me corro en tus manos es como si la muerte me exprimiese el alma. .Cuando Ania Simonis me masturba siento sus dedos firmes y seguros agarrando mi verga y disfruto de la tersura de su mano. Cuando tira de mí es como si me arrastrase a donde está ella, a su juventud, a un mundo que me quedó muy atrás y que ella me puede recuperar del lugar de la memoria donde me quedó enterrado.

(Silencio.)

ALIGAMANTAS.- Pero papá.

EVELINA.- Interviene Aligamantas, con la voz entrecortada, confundido.

ALIGAMANTAS.- .yo amo a Ania Simonis.

RIMANTAS.- Amar a alguien no te garantiza que seas tú la única persona con la que sueña. Ni siquiera la única con quien se acueste.

ENRIKA.- Entonces. no te acordaste de nuestro aniversario. Como siempre.

EVELINA.- Dice mamá, abatida, y se sienta.

ENRIKA.- Entonces no te acordaste de nuestro aniversario. Como siempre.

EVELINA.- Y dice papá:

RIMANTAS.- No, joder. Y hasta hoy parece que no te molestó mucho.

ENRIKA.- .¿Me vas a dejar por esa cría?

EVELINA.- Papá entonces entorna los ojos, como si se estuviese mirando por dentro.

RIMANTAS.- Si pudiera, sí. Pero tengo el alma zurcida con mis pasos, así que de qué me iba a valer. No volveré a tener veinte años, como cuando podía romper a las mujeres por dentro. Ahora tengo que conformarme con pagarles a las putas de Olegas Filautas. O con engañar a las retrasadas cuando son lo bastante estúpidas. Y eso me hace sentir, por un instante, que aún sigo vivo.

EVELINA.- Y va Aligamantas y golpea con todas sus fuerzas la mesa.

ALIGAMANTAS.- ¡No hables así! ¡No-hables-así!!

EVELINA.- Y papá lo mira sorprendido porque Aligamantas nunca se había puesto de esa manera.

ALIGAMANTAS.- ¡Eres un cabrón! ¿Cómo puede alguien tener tanta maldad metida en el cuerpo?

RIMANTAS.- Venía en el sebo que me cubría cuando mi madre me parió.

ALIGAMANTAS.- ¡No! ¡Nadie nace tan retorcido!

RIMANTAS.- Yo sí. Fue en aquella puta placenta donde me convertí en un ser perverso. Junto con cada uno de mis miembros y cada uno de mis órganos también se fue formando mi crueldad. En aquella placenta que después echaron a los perros porque venía tan podrida cuando la matrona la sacó que no se aguantaba en la habitación de tanto como apestaba.

ALIGAMANTAS.- ¡Pero la abuela Zukauskas era muy buena!

RIMANTAS.- Dulce y cariñosa. Me cubría de besos todo el día y por la noche me arrullaba con cantares. Pero para ser un puto cabrón no hay que buscar explicaciones. Ni tampoco excusas. Cuando una mujer se abre de piernas para parir es como si jugase a los dados: nunca sabe qué le va a salir. Y a mi madre le tocó parirme a mí. La vileza no es un mérito, es un don con el que se nace.

ALIGAMANTAS.- ¡Ania Simonis sentía algo por mí.! Siempre que me veía llegar con el carrito esperaba al lado de las sandías para ayudarme a cargar las cajas. Y se me acercaba para que la rozase con el brazo cuando yo las levantaba.

RIMANTAS.- ¿Y crees que ahora no siente nada por ti?

ALIGAMANTAS.- Te aprovechaste de su ingenuidad y la confundiste.

RIMANTAS.- ¿Crees que porque me hizo unas pajas no sigues siendo el amor de su vida? (Silencio. Aligamantas lo mira desconcertado) .Está enamorada de ti, imbécil. ¿Qué nombre crees que pronunciaba cuando estaba conmigo en el almacén?

ALIGAMANTAS.- .No entiendo.

RIMANTAS.- Si te sirve de consuelo se revolvió cuanto pudo, pero ella es poca cosa y yo la tenía bien sujeta por el cuello y no la dejaba respirar. Gimoteaba mientras le agarraba las manos. Yo le decía "llora, llora, pero bajito" porque la verga se me incendiaba al oírla lamentarse. Me gusta que las mujeres se resistan. Y cuando le rompí la bata del trabajo fue cuando ella empezó a pronunciar tu nombre, como cuando una niña asustada llama a su padre, mientras me dejaba ver sus braguitas blancas y como le temblaba el cuerpo. Y entonces comencé. Y mientras la devastaba sentía cómo se iba fracturando por dentro, ¿sabes?, como cuando el parabrisas de un coche se rompe en mil pedazos. Y yo era feliz.

EVELINA.- Entonces Aligamantas coge el cuchillo y le grita a papá:

ALIGAMANTAS.- ¡Cállate, cabrón!

RIMANTAS.- Yo era feliz al sentir cómo ella se agrietaba por dentro en mil pedazos de vidrio. Y disfrutaba viendo cómo resbalaban por ellos sus lágrimas cristalinas, que el dolor le iba oscureciendo al deslizarse.

EVELINA.- Y Aligamantas se echa a papá.

ALIGAMANTAS.- ¡¡Cállate!!

EVELINA.- Y le pone el cuchillo en la garganta.

RIMANTAS.- Yo era feliz porque sabía que sus lágrimas no volverían a brotar de sus ojos puras y límpidas. Y aquellas, últimas y definitivas, eran para mí como el agua de un manantial que yo exprimía con mis manos.

EVELINA.- Y Aligamantas empuja el cuchillo y siente la resistencia de la piel del cuello y cómo, finalmente, la hoja corta la dermis y se hunde tímidamente en la garganta de papá.

RIMANTAS.- (Ahogándose lentamente en la sangre que le comienza a encharcar la garganta) .¿Sabes lo placentero que resulta hacer mal a alguien? ¿Y sabes por qué? Porque es muy fácil. Como hundir el cuchillo en la garganta de un hombre. Como rajar el vientre de una mujer. O partirle el corazón.

EVELINA.- Y mientras observamos atónitos como Aligamantas le hunde el cuchillo en la garganta, papá continúa hablando.

RIMANTAS.- Y eso te hace sentir poderoso porque tienes la posibilidad de controlar la vida. Cuando le haces daño a alguien piensas que eso te podría pasar ti. Y no es así. Y de repente es una sensación maravillosa de felicidad. .Podría estar pasándote a ti, ¿ves? .Y no es así.

EVELINA.- Y Aligamantas, llorando de rabia y con el corazón arrebatado, acaba por hundirle el cuchillo a papá. .Y después le corta el cuello como cuando abres un melón.

(Aligamantas coge la cabeza del padre.)

.O como cuando rebanas un bolla de pan, cogiéndole la cabeza con fuerza.

(Aligamantas le corta todo el cuello de un tajo y Rimantas cae encima de la mesa.)

ALIGAMANTAS.- .Ella tenía el corazón azulado de tan limpio que era.

EVELINA.- Y deja caer el cuchillo en la mesa (cae el cuchillo).

(Silencio donde resuena una gotera solitaria, como la de un grifo abierto.)

EVELINA.- .Nosotras tres, asustadas, observamos cómo la sangre de papá gotea en el suelo.

(Silencio de papá con los ojos en blanco.)

EVELINA.- Y en medio del repiqueteo de la gotera, como si quisiese ocultar ese ruido con el sonido de su voz, rencorosa y arrogante, mamá dice llorando, sentada a la mesa y sosteniendo la cabeza con la mano:

ENRIKA.- .Joder, puso todo como un cerdo.

(Silencio.)

EVELINA.- Y observo cómo los dedos de mamá, deformados, desaparecen entre su pelo revuelto como si quisiesen esconderse avergonzados. La oigo respirar y comprendo que la angustia le atrapa el pecho. La contemplo abatida. Como una bailarina agotada de sostenerse toda la vida en puntillas. Entonces veo cómo los labios le comienzan a temblar. Y cómo por la comisura le asoman los años vividos, que se entrelazan para dibujarle en la boca una derrota absoluta. En ese momento papá deja de sangrar. Y el silencio se abre ante mí como un precipicio al que me asomo. Y veo allí, por primera vez, la verdad: que las personas se arrancan el corazón porque sin él no necesitan nada. Y viven así porque ni siquiera precisan respirar. Como los muertos.