Mujeres de letras: pioneras en el arte, el ensayismo y la educación
BLOQUE 5. Profesoras y pedagogas

Laura, María Enriqueta y un poco de Gabriela: maestras en América y en España

Lilia Granillo Vázquez

Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, Ciudad de México

Resumen: Este capítulo de historia literaria con óptica de género y enfoque de estudios trasatlánticos, revisa las aportaciones pedagógicas y literarias de dos pioneras mexicanas. Laura y María Enriqueta abrieron el camino para la alfabetización y la educación de niñas y mujeres. Pioneras en recibir pago como maestras, escritoras y ensayistas, su proceso de liberación abrió las puertas de la profesionalización y la autonomía para muchas. Sus obras educaron a varias generaciones en Iberoamérica. He aquí un vínculo con Gabriela, la maestra chilena, única escritora de habla española galardonada con el Nobel.

Palabras clave: Laura Méndez de Cuenca; María Enriqueta Camarillo; Gabriela Mistral; Escritoras Iberoamericanas; Estudios Trasatlánticos.

1. Maestras, escritoras y cautivas en la escuela; mujeres de letras

La Reforma hizo realidad la vieja aspiración de contar con bibliotecas públicas abiertas a todos los sectores sociales, cuyos acervos contaban con literatura e información actualizada. Sin la censura conventual ni los criterios medievales, las mujeres pudieron estudiar en escuelas públicas, gratuitas, y obtuvieron empleos mejores que los de institutriz, cocinera, obrera textilera o tabacalera (Molina-Henríquez; Lugo 2009: XVII)

Hablar de las mujeres de letras en México, en América Latina, es remitirse al mundo escolar. Hace apenas unos 150 años que la educación femenina se institucionalizó como proceso democratizador, hacia integración de “ambos sexos” y de toda clase social, luego de los 3 siglos de la Colonia. Tras el triunfo liberal sobre los conservadores, y con las Leyes de Reforma, en 1872 se fundó la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres, pionera de lo que serían luego las escuelas para niñas o para obreras o señoritas, los colegios de monjas, la universidad femenina. “Las mujeres también deben instruirse” (Bazant 2006: 118) dictaba el mandato del gobierno de Benito Juárez, el presidente indígena, abogado, que aprendió la lengua española a las 11 años de edad. Liberal ilustrado, patrono de la educación laica, pública, gratuita, siempre reconoció la deuda educativa enorme (la antropología diría “aculturación”) que le debía a su maestra, Margarita Maza, después su esposa. Porfirio Díaz siguió el impulso educativo y también se dejó ilustrar por su maestra de inglés, con quien luego se casó en segundas nupcias. Este presidente mestizo fue un héroe militar que al lado de la gran señora Carmen Romero Rubio, afianzó su buen gusto. El anhelo de distinción (en el sentido de Bourdieu), lo hizo aprender el refinamiento para congraciarse con la burguesía: de humilde origen y de pensamiento liberal, su movilidad social lo llevó al afrancesamiento y a la tiranía, ilustrada, cosmopolita, pero tirana, que lo mantuvo 30 años en el poder. Al promover la escolaridad femenina, el objetivo primordial de ambos –anhelo de las Primeras Damas– era impartir cursos que dieran “trabajo productivo a las mujeres”. Así surgieron los espacios públicos educativos como ámbitos propios para las mujeres, antes recluidas en las casas o en los conventos.

Ya en el México Independiente, tras la liberación de España y de las invasiones extranjeras, sobrevenía para la segunda mitad, la industrialización del país. En el movimiento de reconstrucción, la lengua nacional sería factor de unidad; el impulso a la literatura, su motor. Tras las luchas intestinas, se cambió la espada por la pluma, y se instituyó la “República de la Letras”, cuyo presidente fue Ignacio Manuel Altamirano, el maestro por antonomasia, pionero en incluir escritoras en sus proyectos culturales. En esas Escuelas de Artes y Oficios, si al principio los varones enseñaban a las mujeres, se procuró pronto que la mayoría del profesorado fueran mujeres. Para esos puestos las ex alumnas tenían prioridad. Pronto las profesoras ocuparon su lugar y en 10 años, en la Escuela de Puebla, ya sólo 2 docentes eran varones contra 27 maestras.

El liberalismo decimonónico atrajo la movilidad social, y con ello, beneficios para las mujeres. El género femenino, antes relegado a rezar, coser y cantar, ingresó al ámbito productivo con mucho éxito. Durante la Nueva España, las de clase baja estuvieron condenadas a ser esclavas y podían ser sólo sirvientas, cuando no andaban a salto de mata o resguardándose en mesones y posadas, casi prostíbulos. Las de clase media, cuando mucho podían aspirar a ser costureras, a destajo y mal pagadas. Las de clase alta, que tenían bienes materiales a su disposición, se ocupaban en ocio, paseos, visitas, bailes, el teatro y a veces beneficencia. Al abandonar el mundo privado para educarse en el espacio público y aprender en instituciones –ya no en la casa, o en la “escuela de amigas”1– las educadoras, ilustradas, instruidas, fueron supliendo a las institutrices, comúnmente solteronas o viudas, beatas2.

Aprender en comunidad impulsó la ambición femenina y alimentó el deseo de liberación de las mujeres. Tras la fundación de las escuelas “de Artes y Oficios”, otras pioneras comenzaron a perseguir los estudios superiores: las mexicanas empezaron su imparable carrera hacia las profesiones liberales. En 1880, no sin contrariedades, fue reconocida la primera médica, Matilde Montoya –obligada a practicar autopsias con los ojos vendados para que no viera “las partes” o “vergüenzas” de los varones–. Y enseguida, Margarita Chorné, quien debió presentar tres testimonios masculinos de ser “una señorita decente y cristiana”, antes de ser certificada como primera odontóloga.

El proceso de educación en artes, oficios, comercios y profesiones para mujeres (secretarias, tenedoras de libros, impresoras, obreras, cocineras, enfermeras, bordadoras, costureras)comenzó a transformar el dominio y la sumisión patriarcal. Durante los 300 años de historia virreinal, las mexicanas debieron permanecer en lo doméstico, en la casa o en el convento. La educación favoreció el trabajo en las fábricas y obrajes o talleres, y oficios en las escuelas de comercio (Tuñón 1987). A fines del XIX, se podía practicar ya una profesión independiente y recibir un salario. Con algunos tropiezos podían convertirse en profesoras, incluso dirigir y fundar escuelas. Había sonado la hora para que mujeres –primero las de clase alta y media– empezaran a abandonar paulatina, lentamente, los cautiverios de madresposas, monjas, putas, presas y locas donde el patriarcado nos recluía (Lagarde 1990).

Cierto, el aliento de educar mujeres provenía de la necesidad patriarcal de controlar el proceso de formación de la ciudadanía. Se necesitaban mejores ciudadanos, mejores madres; era necesario contar con mujeres “bien educadas”, y quien mejor que las mamás–maestras. Cabe notar que sector social femenino se precipitó de buena gana y atrapó las oportunidades. Incluso hoy, en el tercer milenio, ser maestras, educar, enseñar, es una de las actividades reconocidas socialmente para las mujeres. Y es uno de los pocos nichos en el mercado laboral donde los salarios son generalmente igualitarios para ellos y ellas (Artículo 3º de la Constitución de 1910).

La incorporación de la mujer al trabajo no es un hecho reciente. La mujer ha trabajado siempre, en lo doméstico, en lo privado, sin recibir salario. El fenómeno de los últimos 100 años es su incorporación al mercado de trabajo, el reconocimiento –todavía precario– de su contribución en el ámbito de lo público y competitivo. Cabe notar que aun hoy, pese a que en la base de la pirámide ocupamos hoy la nómina escolar con mayoría, en la cúspide de la pirámide, en los puestos directivos, la mayoría son varones. La falta de equilibrio de género –de equidad– se agudiza en el caso de las Instituciones de Educación Superior, donde aún hoy sobran los dedos de la mano para contar rectoras. Un siglo después de que se titulara la primera médica, se hablaba de la “feminización de las Universidades”. En la reunión anual de la Federación de Mujeres Universitarias, Sylvia Ortega, primera rectora de Universidad Pública, indicaba el “vertiginoso” acceso de las mujeres a los estudios superiores:

… en el período 1969-1989, observaremos que mientras la matrícula global estudiantil se quintuplica y la población masculina logra triplicarse, las mujeres incrementan su presencia 12 veces. Y lo hacen a la velocidad de una tasa promedio anual de 65%, mientras que el ritmo general es de apenas 28% y el de los hombres de 21.15%. Es así como la población femenina fue elevando su participación relativa en la educación superior hasta lograr los niveles actuales, ya cercanos a la paridad respecto a los hombres (17.3% en 1969, 27.3% en 1977, 34.5% en 1985 y 39.09% en 1989). Lo anterior permite pensar que, de mantenerse los ritmos de crecimiento, la relación hombres-mujeres en la educación superior [estudiantes] alcanzará el equilibrio antes del año 2000 (Ortega 1992: I, 31).

Si por equilibrio se quería decir igualar el número de hombres que de mujeres estudiando en las universidades, en efecto, eso ya se ha verificado en este Milenio. Además, las mexicanas completamos más y mejor los estudios superiores; esto es obtenemos el grado en el tiempo prometido. No obstante, persiste la desigualdad en cuanto a la presencia femenina en niveles jerárquicos, toma de decisiones presupuestales, rediseño de programas curriculares:

Cerca del 63% de las mujeres no consigue superar la primaria, mientras esa cifra es del 56% en el caso de los hombres. En cuanto al acceso a los estudios universitarios, la proporción de mujeres que lo logran es cerca de la mitad de los hombres: en 1991, sólo un 10% de las mujeres mayores de 12 años declaraba haber alcanzado estudios superiores, mientras esa cifra era del 18% en el caso de los hombres (Valdez y Gomariz 1993: 53)

Con todo, la enseñanza remunerada ha significado la autonomía para muchas. La escuela y el salario docente fueron y siguen siendo el equivalente a “una habitacion propia y 500 libras”, la plataforma básica para la liberación femenina que Virginia Woolf pregonaba3.

2. Laura, la más culta, la mejor escritora del siglo

Sobre todo –decía Doña Macaria– los hombres son siempre un peligro, cuando se es viuda con cuatro hijas casaderas./La educación de las niñas requería gastos de consideración, pero indispensables [...] Vino de México una maestra de labores, bordadora en fino muy recomendada, que deshilaba, calaba y tejía randas de aguja con singular primor. [...] Para que las niñas se hicieran mujeres en toda forma, la madre propuso a la cocinera francesa [...] Para cantar y tocar el clavicordio, se les puso un profesor local que había aprendido en Europa [...] se completaba en aquél entonces la educación femenil, quedando cualquier chica apta para el matrimonio y la institución de la familia (Méndez 1908: 4).

El 10 de febrero de 1875, el leído periódico El Siglo Diez y Nueve, bajo el titular “Colegio para niñas” daba noticia de que:

La Señorita Laura Méndez ha establecido un colegio para niñas en la casa sin número del cuadrante de San José …/ Como profesora su instrucción es basta y su método de enseñanza de inmejorables resultados. La recomendamos pues a aquellos nuestros lectores que deseen poner en buenas manos la instrucción de sus hijas” (Sánchez 2011: 651).

También su examen de maestra de educación secundaria había sido excelente. Nacida en 1853, en una hacienda en Amecameca, coetánea de Sor Juana; Laura Méndez de Cuenca desde que emigró a la Ciudad de México fue noticia. De ser notoria pasó a notable tanto por sus estudios y publicaciones, como por su vida misma: amores, letras, enseñanzas y viajes. Era noticia en la prensa mexicana de la época y en Estados Unidos y Europa. Publicaba aquí y allá poemas y narrativa corta; y también crónicas de viaje, semblanzas y ensayos sobre la vida de entonces, obra que su compilador actual llama “miscelánea” (Cáceres 2011: III 431). Protagonista de grandes amores y grandes amistades esta escritora, maestra, narradora, ensayista, cronista, tuvo 8 hijos y vivió en ciudades grandes y pequeñas, aquí y allá, pero la mayor parte del tiempo sola. Estudiosa de las pedagogías europeas, fundadora y directora de escuelas ampliamente recomendadas, llegó a ser ponderada en la prensa en 1915, como “la mujer más culta del país” (Granillo 2012: 208).

Laura María Luisa Elena Méndez Lefort, nieta de mexicano y francés, fue amada y admirada en su juventud por grandes escritores como Altamirano o el “Senador” de la República de las Letras, Ignacio Ramírez; maestros de lo llamaríamos políticas públicas educativas. Protagonizó una de las tragedias románticas más sonadas del siglo, incluido el suicidio del galán atormentado, Manuel Acuña, en 1873. Hija de comerciantes, de familia de la incipiente pequeña burguesía –negocios de telas y panaderías, repostería, cocina–, se fue vivir sola a la Ciudad de México para estudiar. Fue bien recibida en la República de las Letras y tuvo la osadía de concebir un hijo siendo soltera. El niño, único hijo de Acuña, murió a los 3 meses de neumonía; Acuña se suicidaría, romántico exceso, al poco tiempo.

Mujer inteligente, además de atractiva e interesante, se casó luego con uno de los primeros modernistas, Agustín Cuenca, también de la República, excelente, alcohólico, seguramente esposo golpeador que murió pronto y dejó a la familia sin fortuna. ¿Qué hubiera sido de Laura, si no fuera maestra ni pudiera enseñar ni recibir salario, cobrar sus publicaciones? Siempre tuvo amigos y admiradores, muchos protectores, como Justo Sierra y Enrique Olavarría y Ferrari. Toda su vida estudió, mientras escribía, publicaba y enseñaba o dirigía escuelas. Fue pionera en el establecimiento del sistema alemán pre-escolar (Kindergarten) y en conocer y replicar la Pedagogía Rébsamen; y en aprender de sistemas educativos en San Luis Missouri y en Berlín.

Un día decidió irse a vivir en Estados Unidos, y eso que entonces no sabía hablar inglés. Llegó a traducir a Byron y a otros románticos. Logró lo que pocos escritores: que su poesía fuera traducida al inglés y publicada allá. Eso sí, fundó un periódico y logro atravesar la turbamulta de la Revolución Mexicana de 1910, tanto que dedicó un poema a Venustiano Carranza, el triunfador. Sexagenaria, además de haber aprendido francés, inglés, griego decidió estudiar sánscrito e ingresó a la Escuela de Altos Estudios de México, precursora de la Universidad Nacional. Fue alumna de grandes maestros, hombres de letras, más jóvenes que ella, ya en el siglo XX, como Francisco Monterde.

La biografía de Laura como su producción poética y su legado pedagógico en materiales educativos y argumentos de “feminismo letrado” (título de 1902 que se reproduce en la entrada que le dedica Wikipedia) la convierten en la pionera, una mujer de letras, cosmopolita, maestra de muchas generaciones. De “indómita y moderna”, la califica su biógrafa. Escribió uno de sus benefactores, un diputado, “Mujer cuya virilidad y energía femeninas podrían envidiarle muchos hombres”, al recomendarla para dirigir una escuela (Bazant 2009). Una de las primeras profesionales en el sentido de lograr vivir de su trabajo docente y su escritura. Sola, ante esa pésima tradición de paternidad irresponsable, mantuvo a su familia, a los dos hijos que sobrevivieron a la mortandad infantil de entonces (una hija demente, padre alcohólico), a una hermana y algún otro miembro, con la pluma y ante el pizarrón. Su vasta actividad literaria y pedagógica se equipara a la de Altamirano o al mismo Rébsamen, y a Lafragua, Zarco, Vigil, Cuéllar quienes veían en su escritura una misión. Su obra cumple las propuestas de los grandes del XIX, la de ser:

… útil al Estado… (pues la literatura es) la expresión de un sentimiento social que no tiene un carácter pueril ni de mera diversión: sus miras son elevadas, santas y salvadoras… es un medio poderoso de civilización y de adelanto al género humano…La literatura refleja la sociedad, debe tender a un fin moral y por lo tanto no sólo es útil sino también misionaria (Schneider 1986: 86)

Con la experiencia de viajes y trabajo, para despejar los problemas sociales y de marginación del fin de siglo, escribió el ensayo estudio El hogar mexicano, nociones de economía doméstica para el uso de las alumnas de instrucción primaria, magna obra didáctica. Manual moderno de educación, higiene, organiza el trabajo doméstico, incluido el cuidado de los hijos y ancianos tanto como la distribución del gasto. Constituye una aportación pedagógica fundamental para el México Moderno, laico, civilizador. Con enfoque científico y notables aciertos en la sanidad y la salud alimentaria y buenos hábitos, es un libro de autoayuda que incluso hoy día sería lectura útil para zonas empobrecidas. El tono y la convicción de la importancia de destacar lo auténticamente femenino, “El hogar mexicano según una escritora cosmopolita” (Romero 2011: 241) acelera el cambio de los prescriptivos y anacrónicos “Manuales de buenas costumbres”, que surgían del deber ser femenino concebido por los varones.

Con estas “acciones afirmativas”, como diría el feminismo actual, abre la puerta a la escritura plenamente femenina y feminista. De ella, dice el poeta mexicano J. E. Pacheco, Premio Cervantes 2009:

…Persona de insaciable curiosidad intelectual que aún hacia 1925 asistía como oyente a las clases que daban en la facultad de Altos Estudios los jóvenes poetas como Salvador Novo [...]fue sobre todo una de las primeras y más activas feministas mexicanas. Dio clases en la escuela de Artes y Oficios para Mujeres y dirigió en Toluca la Normal para Profesoras. Representó a México en muchos congresos internacionales de educación, colaboró en los periódicos revolucionarios, publicó un libro para niñas, Vacaciones, y un Tratado de economía doméstica. (Pacheco 1970: 182)

Marcelino Menéndez y Pelayo la incluyó en la Antología de poetas hispanoamericanos que preparó para festejar el IV Centenario del Descubrimiento y alabó su buena escritura: “ poesía descriptiva y filosófica”. El erudito español decía que Laura y Sor Juana eran las mejores escritoras mexicanas”. También son las únicas dos mencionadas en el Índice de autores hispanoamericanos que “escribieron en publicaciones aparecidas en Madrid con motivo del IV Centenario” (Mejías 1999: 197). Un siglo después, cerca del V Centenario, en otra antología española, se le reconoció como “escritora imprescindible, todavía muy poco conocida, en las letras mexicanas de todos los tiempos” (Del Saz 1972: 111) Pocos poetas varones logran inscribirse fuera de la tradición nacional.

También con Sor Juana, y debido a la calidad de la escritura y la profusión de publicaciones, está registrada hoy en los anales de la historia literaria de España. Por confusión fue registrada como nacida allá, así aparece en el catalogo de escritoras españolas del siglo XIX (Simón Palmer 1991: 433). Así, logra derribar límites espaciales, también soporta el paso del tiempo y se proyecta hasta nuestros días ocupando el espacio iberoamericano y su lugar en el canon literario (Romero 2008). Tan vasta obra vuelve a circular; acaba de ser reeditada, adjetivada como “Su herencia cultural”, en tres tomos. Pionera de las letras femeninas, deja un mensaje fecundo y resonante, pensamientos en voz de mujer que logra insertarse en el sistema literario mexicano por diversas y múltiples relaciones entre los textos, evidentes en diálogos, ecos, calcas, reminiscencias. Considerada entre las mejores narrativas del siglo XIX, “La Venta del Chivo Prieto”, tiene como protagonistas a un matrimonio español, y se nota una escritura entre realismo y modernismo, crítica social, muy cercana a los relatos de la Pardo Bazán.

Laura resulta ser mejor escritora, más profesional que Acuña, o que Cuenca. Acuña, por cierto, más que valor poético, ostenta cierto despropósito mítico y un localismo prosaico que imposibilita disimular el infantilismo del argumento, digno de revisión siquiátrica : “[...].Y en medio de nosotros, Mi Madre/ Como un Dios …” (Dauster 1956: 82).

El experto en narrativa mexicana, asegura que Laura Méndez de Cuenca se consagra como “la mejor escritora del siglo XIX” y la califica de “la cuentista que no desperdicia una sola palabra [...] narradora de primer nivel, capaz de escribir textos de óptima calidad, sin que importara que fueran breves o la mar de extensos” (Mata 2003: 130). Reviso la historiografía del experto y de nadie dice que sea “el mejor escritor”.

Laura fue pionera de la incursión femenina en el ambiente literario y en la vida intelectual para favorecer la educación de la niñez, mejorar el desempeño social de las mujeres mediante la exposición crítica del deber ser femenino: musa, esposa y madre; mexicana universal, escritora trasatlántica, mujer de letras cuya poesía y pensamiento trascienden la época que la vio nacer para adquirir actualidad y vigencia en cada generación, murió en 1928, a los dos años de su jubilación. Dueña de su historia, es maestra de la vida y de la nación. “Escritora Faro”, pionera, figura ejemplar para las maestras en todas las regiones del país, simboliza la presencia femenina en la plaza pública; sola, pero no única.

Las escritoras mexicanas del prolongado o segundo romanticismo, –en transición hacia el realismo, el naturalismo y el modernismo– aparecían cada vez más y más en la escena literaria. Eran estudiantes; lectoras; esposas; amas de casa; señoras elegantes y reinas del hogar. Aunque también maestras, editoras, empresarias culturales, tertulianas y amantes de los mexicanos. En el sureste está el grupo de “Las siemprevivas”, las mujeres de toda una familia, primas, tías, sobrinas, que durante décadas educaron a la niñez y la juventud yucateca: Rita Cetina Gutiérrez, Gertrudis Tenorio y Dolores Correa Zapata. En el Bajío, región central del país, destaca la escritora ciega, María Néstora Téllez Rendón, guía espiritual de muchas, autora de un ensayo poético místico con el que daba clases, Staurófila, cuento alegórico, narración singular, composición teológica cristiana, de notable creatividad, libro que hoy día se sigue estudiando en círculos religiosos. En la región de Occidente, rumbo al Pacífico, en Michoacán, Colima, Jalisco, destaca Refugio Barragán de Toscano, fundadora de escuelas,. Viuda como Laura, con muchos hijos que mantener, fue editora y directora del periódico La Palmera del Valle, que según la máxima horaciana, instruía deleitando. Con sutil enfoque pedagógico y civilizador, casi profiláctico, ahí se pueden leer cuentos y leyendas, tanto como pasajes históricos y noticias de los adelantos tecnológicos de la época para la mejora de las cosechas y por supuesto, de los hogares (Granillo 2010). Estas pioneras son antecesoras de las grandes maestras del siglo XX, profesoras que lograron incluso llegar a ocupar puestos políticos importantes como Palma Guillén, la maestra Gutiérrez Eskildsen, Griselda Álvarez, primera gobernadora, o parlamentarias, diputadas como Amalia Castillo Ledón o Ifigenia Martínez de Navarrete.

3. María Enriqueta, “Honra de la raza y del idioma”

Yo bajo de las nubes.

Lavo los árboles y los campos.

Doy de beber a las flores.

Hago correr a los niños y a las personas grandes.

Alegro a las ranas.

Produzco ruido en los paraguas.

Aumento el cantar de los arroyos.

Dejo gotas en los vidrios de las ventanas.

Pongo perlas brillantes en las flores.

¿Quién soy?

(Camarillo 1914: 27)

María Enriqueta Camarillo y Roa, luego De Pereyra, nació el mismo año en que murió Benito Juárez, 1872, en Coatepec, Veracruz. Cuenta la leyenda que publicó su primer poema a la edad de 8 años. Lo cierto es que tenía más de 50 años cuando el español Ángel Dotor, elogiaba dos libros suyos publicados en España. El historiador del arte, experto en Ultraísmo, recomendaba poesía y prosa de esta “mujer artista”, y la reconocía como “espíritu superior, creadora de obras maravillosamente bellas, intensas y complejas”. Este estudioso decía así en La Nación, prensa madrileña:

Cuando aún persisten y se renuevan los ecos encomiásticos con que la crítica de todos los países acogió hace tres meses la aparición de El misterio de su muerte [...] la postrera obra de la insigne escritora mexicana María Enriqueta, honra de la raza y del idioma; la poetisa, de día nos ofrece otro nuevo libro análogo por sus méritos al anterior, Enigma y símbolo [...] la mujer artista cuando es de tan fuerte y excepcional alcurnia mental, cuando ama tanto la bondad y la belleza como esta ilustre portalira [...] sabrá valer para el arte más que las gemas de las que hablaba Salomón; logra destacar su estilo que, en la mujer más acaso que en el hombre, es siempre exponente del propio “ego”, lo mismo con los emotivos cantos en verso que mediante las sensitivas narraciones en prosa (Dotor 1926: 3 y 12).

La columna de Dotor se reprodujo en La Prensa de Texas, y en varios periódicos del otro lado del Atlántico, Los reconocimientos al oficio y estatus de esta veracruzana y noticias de sus libros o bien, sus poemas o ensayos poéticos aparecían en España y se repetían en México, en La Habana, en Santiago de Chile y en Estados Unidos. Salió del país natal poco antes de 1910 para vivir casi siempre en España, y siguió alfabetizando y educando más allá de su muerte en 1968. Admirada por López Velarde y muchos otros poetas, maestra de los cantautores de la llamada “trova yucateca”, por su gran lirismo y profundo sentimentalismo, brilla su reputación como educadora sentimental y alfabetizadora. Un editor actual, en la era digital, afirma: “ La obra de Camarillo, [...] la única poetisa del modernismo antes de Delmira Agustini, asimila influencias del romanticismo, el modernismo y la lírica popular española” .

Fue maestra de todos y de todas por medio siglo. En México, en 1908, había publicado con esplendor meridiano unos Rumores de mi huerto, poemas, que tuvieron gran acogida por el público lector y la crítica. La Casa Editorial J. Ballescá & Co. Sucs. se aseguró de que el libro –igual que El Misterio de su muerte o Enigma y Símbolo— fuera reseñado y se vendiera bien. Victoriano Salado Álvarez, intelectual mexicano, escribió la presentación para este primer poemario. María Enriqueta entraba por la puerta grande en el ambiente cultural, el orden patriarcal ponderara las virtudes femeninas de esta “esposa que lee, toca el piano … borda y atiende las cosas de su estado como cualquiera otra ama de casa” (Salado 1908: 5) Nuestra mujer ideal, esposa abnegada y domesticada, es la única invitada a formar parte, al año siguiente, de la primera generación de escritores del siglo XX, el Ateneo de la Juventud. Dos años después logra lo que muy pocos poetas, una 2ª edición en México, por la misma casa. Una década después, la Casa Pueyo de Madrid publicaría sus Rincones Románticos, otro éxito de librería, acompañado de la 3ª de Rumores. Pronto la famosa editorial Casa Bouret le encarga la iniciación literaria de la niñez en las escuelas primarias.

María Enriqueta trabajó arduamente en cinco tomos de esta obra que tituló Rosas de la Infancia, Lectura para los niños. Publicada en 1914, fue libro de texto según el Despacho, hoy Secretaría de Educación Pública, para la escuela primaria. Numerosas generaciones de mexicanas y mexicanos aprendieron a leer y escribir y a disfrutar la literatura. Se educaban y también se deleitaban con leyendas, poemas, reflexiones, fragmentos de los clásicos. Esta selección muy personal también fue conocida y utilizada en España y en otros países de América. Una historiadora de la lectura en México certifica que Las Rosas fueron reeditadas muchas veces. Se documenta que entre 1940 y 1960 tuvo tirajes altísimos. En 1957 se imprimieron 30 000 ejemplares, cifra que sólo alcanzaban los bestsellers. La propuesta didáctica era aceptada en la mayoría de las escuelas (Torres 1998: 313). Cuando regresó de Europa, en 1949, se le encargó el sexto volumen pues la educación primaria aumentó el programa educativo en un año. Maestra, pues, de la niñez de los 7 a los 12 años de edad, sus lecturas para la infancia seleccionan fragmentos de la gran literatura universal así como textos propios; de calidad literaria como contenido ético. El clásico infantil en Iberoamérica educó desde 1914 hasta la séptima década del XX, a todas las niñas y niños. En 2007, mientras que el gobernador de Veracruz exigía que se restituyera Rosas de la Infancia en las aulas, el bibliófilo y erudito De la Torre Villar revelaba el contagio de esta maestra: “Tuve mucha afición a los libros desde la primaria, cuando ya aprendí a leer, recuerdo bien, mi madre me regaló Rosas de la infancia, un libro que me abrió muchas expectativas y con fortuna me dediqué a leer” (Bucio 2007).

En 1970, década de las contracultura, comenzó a desaparecer de las librerías y a ser reemplazada por la literatura del Boom. Aunque esta maestra de la cultura letrada y la moral, el sentido común y comunitario, la civilidad de los buenos tratos, sigue siendo leída:

7. La fuente mansa

(Versos para recitar de memoria)

Florencio,

Que fluye sin rumor, y baña el prado.

Con su ejemplo, enseñado,

Haz al prójimo bien, y hazlo en silencio.

Una exegesis acompaña los poemas; o sea, notas para la enseñanza. La “Explicación” al calce demuestra la voluntad de la educadora.

Explicación.- La fuente sin ruido, esto es, sin ostentación, sin vanidad, hace al prado el beneficio de regarlo con sus aguas. Y el autor de estos versos quiere decir con ellos que hagamos lo que hace la fuente: dar limosnas y hacer beneficios sin referir a nadie esas buenas acciones, sin ostentación, con gran humildad y en silencio. Tan sólo de este modo no pierden su mérito las bellas acciones.

En 1989, Martha Robles se propuso trazar el itinerario de escritoras en la cultura nacional y menciona como “precursoras” a Sor Juana Inés de la Cruz y a Sor María Águeda de San Ignacio. Según Robles, maestra también, ambas monjas del virreinato son pioneras, fundadoras de la escritura femenina mexicana. Como necesitaba forjar su linaje, establecerse en la tradición, Robles leyó la obra de las dos; y también la de la tercera predecesora: María Enriqueta, cuya escritura no le agrada por moralista y sensiblera:

…un discurso moral y la vida familiar representó el pequeño universo en el cual la autoridad paterna, reflejo de la dictadura, se ejercía regulando los destinos de las hijas conforme las normas de la decencia: ni palabras peligrosas, ni señales transgresoras; recato y distancia ante los hombres; devoción religiosa; prenda de la pureza y de la severa vigilancia del sacerdote. (Robles 1989: 95)

La contrasta con su autora favorita, Rosario Castellanos, su maestra e inspiradora. María Enriqueta que seguramente leyó a Laura Méndez, es indudablemente precursora de las escritoras-maestras-periodistas del último cuarto del Siglo XX. La década de 1970, el Primer Año Internacional de la Mujer convocado por la ONU en México, 1975, marcó la incesante presencia femenina en el ambiente literario, y el reconocimiento de los varones escritores. Aunque a las alumnas no les gustara el talante taciturno y moderado, con sumisión de víctima, como sombra casi invisible, tanto Robles, escritora menor, como las grandes, desde la misma Rosario, Elena Garro, Margarita Michelena, Concha Urquiza, Isabel Freyre, Enriqueta Ochoa, María Castro, poetas nacidas en la segunda y tercera década del siglo XX, la leyeron. También las narradoras nacidas en la cuarta o quinta década, Beatriz Espejo, Laura Esquivel, Ethel Krauze, Elena Poniatowska hasta Brianda Domecq, Aline Peterson, María Luisa Puga en fin, leyeron a María Enriqueta. Y sus madres y sus abuelas, sus maestras, compañeras de escuela, las monjas que las educaron también recibieron las lecciones de esta pedagoga, que se tituló como maestra de piano, pero que como poeta, cuentista novelista, ensayista, cronista singular, ocupa el ambiente literario con su tono nostálgico y mirada femenina algo tradicional.

Aunque se rebelaran contra el espíritu suave, de trágica aceptación y tintes llorosos que pinta, evoca o narra el paisaje social, rural, familiar, sentimental que la rodea, aunque la repudiaran, María Enriqueta fue su maestra y es pionera en el siglo XX para las escritoras que luego invadirán el espacio público del Boom Latinoamericano, junto a los escritores. Pionera en el manejo de la imagen femenina y de los medios de acceso a editoriales y empresas culturales, y a círculos de poder. La historia literaria la concibe como prototipo, ideal de escritura femenina. Mi maestra, María del Carmen Millán, primera mexicana académica de la lengua, ensayista, historiadora de la literatura, además de leerla, la estudió profundamente y dedicó su discurso de ingresa a la Academia correspondiente de la española, a responder la pregunta “¿Quién es María Enriqueta?” (Millán 1992: II)

Se casó con un historiador algo famoso, menos estimado, menos leído que ella, que a fines del Porfiriato obtuvo un puesto diplomático menor y se la llevó a vivir a España. Ella supo ser fuente de aprendizaje –aunque no de inspiración– para gestionar una vida literaria y no acabar como el refrán del Virreinato: “Mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni tiene buen fin”. Figura enigmática, que vivió en soledad casi toda su vida, sin hijos, lejos del terruño, sosteniendo a Pereyra y aun sobrino político; con todo es pionera en atraerse “la mediación masculina” (Castellanos 1973: 14) concepto de Rosario, otra pionera, y de entablar vínculos entrañables y provechosas para ella, con los hombres de letras y diplomáticos de Iberoamérica; amistades que primero fueron del marido y luego de ella para siempre.

Cuando se mira el cuidado con el que las obras de María Enriqueta reposan en su Fondo Reservado, en la Biblioteca Nacional de México, y se registran las notas de la autora acerca de las ediciones y reediciones, recensiones, adiciones, surge el contraste con las obras perdidas o dispersas de tantas y tantas escritoras. La extendida presencia pública de esta mujer, en tiempos en que la condición femenina marcaba domesticidad, silencio, sumisión, vida privada, hace pensar en una voluntad de trascender lo doméstico y brillar aunque con matices discretos, opacados para conservarse atrás del esposo, en la vida literaria de toda Iberoamérica y más allá, de Occidente.

Como las escritoras del Boom lo harían luego, María Enriqueta no firmaba con su nombre de casada. Acción afirmativa, negar el genitivo subordinante, alarde libertario ante la violencia conyugal, que llegó a repugnar a sus amigos y protectores. Cuando publica el Álbum Sentimental en España, llega asegurado –por ella o sus editores– el elogio del Marqués, también poeta: “Con elegante sobriedad de buena cepa española, María Enriqueta describe magistralmente las más recónditas sutilezas del alma humana,… [...] afirmo mi creencia de que en todas las Españas de acá y de allá de los mares no se escriben por manos de mujer poemas de tan exquisita calidad y de tan alta perfección como los de María Enriqueta” (Lozoya, cit. por Dotor 1926: 3). El aprecio en España y en Europa lo aseguran las investigadoras de hoy, quienes citan al poeta y crítico González Ruano: “Figura preeminente que destaca su silueta poliaspectal en el horizonte americano. Poetisa, cuentista y novelista, es la melancólica lira, dulce y seria, si bien estremecida por un patético presentimiento de muerte”. Fue reconocida como una de las más destacadas escritoras hispanoamericanas del momento “por el cuidado de su palabra tanto en prosa como en verso” así que “contó con valiosas credenciales de las plumas de Rubén Darío, la Pardo-Bazán, Díez-Canedo, Blanco Fombona, Torres Bodet, Enríquez Ureña” (Martínez y Mejías 1994: 139). Su novela El Secreto, al año de su publicación en español fue traducida al francés –premio a mejor novela en lengua extranjera– al portugués y al italiano; recibió la medalla Alfonso El Sabio.

Otra maestra de hoy, autora de del libro de texto que enseña literatura hispanoamericana desde 1980 a la actualidad en las escuelas preparatorias, traza linajes y establece en el capítulo “Voces Femeninas” el parentesco con Juana de Ibarbouru; Alfonsina Storni y Margarita Michelena. La ubica junto a la maestra chilena, Gabriela Mistral, única escritora, única voz en lengua española que ha recibido (1945) el Premio Nobel de literatura (Álvarez 2003: 488). Gabriela Mistral, también pionera, la distingue como magistral al elegir 3 textos, “Soledad”, “Mi Carta” y “El Afilador”, para las paradigmáticas Lecturas para mujeres, con las que la Maestra de América, educaría a generaciones de adolescentes, jóvenes y adultas, alumnas de 15 a 30 años. En 1922, José Vasconcelos, Titular de Educación Pública, invita la chilena a trabajar en México, a enseñar y a escribir en beneficio de Iberoamérica. Atento a lo que entonces se llamaba “la unidad esencial en América Latina”, que Gabriela “sentía no sólo en la Historia y en la lengua, sino en la sangre y en la tierra que nos liga y nos identifica” (Guillén 1967: vi). Todavía hoy seguimos leyendo en toda Iberoamérica. Escribe la chilena universal en “Palabras de la extranjera” que el ímpetu del texto es para sus alumnas que “[...] bueno es darles en esta obra una mínima parte de la cultura artística que no recibirán completa y que una mujer debe poseer. Es muy femenino el amor de la gracia cultivado a través de la literatura” (Mistral 1923: XIII). En México, acerca de la “índole de las lecturas”, Mistral sintetiza así el proyecto pedagógico que eleva a la mujer a la altura del varón, y a los dos géneros les habla:

Tres cualidades he buscado en los trozos elegidos: primero, intención moral y a veces social; segundo, belleza; tercero, amenidad [...]/ Sin intención moral, los maestros formamos sólo retóricos y diletantes; creamos ocios para las academias y los ateneos, pero no formamos lo que Nuestra América necesita con una urgencia que a veces llega a parecernos trágica: generaciones con sentido moral, ciudadanos y mujeres puros y vigorosos e individuos en los cuales la cultura se haga militante, al vivificarse con la acción: se vuelva servicio (XVII)

Una investigadora española asegura que Gabriela Mistral había escrito y dicho repetidamente que le hubiera “gustados ser una mujer como María Enriqueta, vivir como ella y trabajar como ella.” Y añade que fue pionera como “escritora profesional que hizo de la literatura su medio de vida tanto en el sentido económico como en el vital” (Soltero 2005: 235).

4. Para educar mujeres, mejor mujeres

Al toparse conmigo, sentada en primera fila, desvía la mirada y salta al siguiente pupitre. No puede soportar mis actitudes retadoras, porque el profesor Ponchito está profundamente enamorado de mí. Todas lo dicen… (Espejo 2009: 136)

No todo ha sido, ni es, miel sobre hojuelas para las maestras. Por un lado, la organización patriarcal, por otro, el acoso sexual de los profesores o la ambigua seducción siguen amenazando el desarrollo de las mujeres. Durante los 300 años del virreinato, las mujeres escribían poco y publicaban menos, y que en su mayoría permanecieron analfabetas (como el resto de las mujeres en Oriente y Occidente). La escritura, el conocimiento, lo público era predominio masculino. Acaso algunos confesores mandaban que las monjas –en cautiverio— llevaran la “Cuenta de conciencia”, una especie de diario personal, cuadernos sobre su vida espiritual. El miedo a que las mujeres se perdieran al salir a la plaza pública, al abandonar lo doméstico, o a que con sus “encantos perversos” lograran “la perdición de los hombres”, restringía el acceso femenino a la cultura letradas (Muriel 1983).

Sor Juana Inés de la Cruz, en su Carta Atenagórica da testimonio del mandato de ignorancia, de esta condición de sumisión. Luego de insistir en que escribe sólo por que los demás se lo exigen –incluido el destinatario de la Carta– , argumenta que su escritura es “error de obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y mas cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común acepción de todo el mundo”. La celebrada como “Décima Musa” en España, niega retóricamente enseñar, ser maestra, pues eso sería soberbia, enorme presunción. Aunque para denunciar el acoso masculino, sí señala la falta de maestras, ancianas doctas, que eduquen mujeres. Lo deja muy claro en la conocida Respuesta a Sor Filotea, los padres de familia ven peligros en educar a sus hijas:

[...] llevar maestros hombres a enseñar a leer, escribir y contar, a tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimentan cada día en lastimosos ejemplos de desiguales consorcios, porque con la inmediación del trato y la comunicación del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser posible. Por lo cual, muchos quieren más dejar bárbaras e incultas a sus hijas que no exponerlas a tan notorio peligro como la familiaridad con los hombres[...] (Sor Juana 1691)

De manera que el acoso sexual, el abuso de poder, la violencia docente,4 como la tipifica ahora la legislación mexicana, ha sido siempre y sigue siendo un obstáculo para la educación integral, para la paz de las mujeres... Cabe destacar que al impulso de las políticas feministas y los estudios de género, en la actualidad el Estado Mexicano adoptó como política pública la perspectiva de género. Con ello, se atiende algo, aunque no lo suficiente, la violencia contra las mujeres en los centros educativos. Es preocupación prioritaria en la Defensoría de Derechos Universitarios de mi institución, como en muchas universidades de América del Norte.

Por otro lado está la invisibilidad de las mujeres en la Historia, la división sexual del trabajo, que prohibía antes, y ahora sigue demeritando a las mujeres de letras. Dice atinadamente, otra gran profesora, ensayista, narradora, mi maestra Beatriz Espejo, que hay mil y una maneras del disimulo femenino en la escritura de mujeres, para resguardarse al ser publicadas:

A juzgar testimonios de toda índole, en México las mujeres del siglo XIX eran consideradas representantes del “bello sexo”; pero tras la galante apreciación dicha por orondos señores quitándose la chistera con leve reverencia, tras la galante apreciación que conllevaba supuestas virtudes morales, se escondía una trampa mortal.

Esa belleza y esas virtudes adjudicadas tan arbitrariamente implicaban múltiples restricciones. La más grave, cerrarles las puertas del estudio, vetarles actividades de carácter público, condenarlas al ámbito privado para ocuparse en fruslerías que iban desde rizarse los cabellos manteniendo un perico en el hombro, entretener tardes desocupadas jugando con un mono o acariciando a un perrillo hecho bola sobre las faldas y repetir oraciones si ahogos soterrados les señalaban ese camino. (Espejo 2005)

Como Sor Juana, las dos maestras que esta investigación destaca fueron mujeres de letras, creadoras, poetas, narradoras y ensayistas, publicaron su obra en periódicos y volúmenes propias, vivían de sus publicaciones y de su trabajo docente. Con su ejemplo y sus escritos, influyeron en la tradición femenina liberal iberoamericana, y nos legaron su herencia –liberadora–, ideas y modos de existir, conocimientos y estrategias que hoy circulan (parte del patrimonio intangible de la lengua y la literatura hispánicas) por el corredor cultural trasatlántico. En otra parte he investigado sobre este corredor y “la prensa y el discurso de ambos mundos” (Granillo 2003). Su escritura muestra siempre compromisos pedagógicos y con el género. El tratado de Economía domestica de Laura Méndez de Cuenca es un manual de higiene y salud materno infantil requerido por el Despacho de Educación de México a fines del siglo XIX. Los libros de texto, Rosas de la Infancia, escritos en España por María Enriqueta a solicitud del gobierno fueron manuales de alfabetización y cultura literaria. Lo mismo se ha de decir de la Lectura para Mujeres de Gabriela Mistral: educación para las mentalidades, formación cultural y liberadora para generaciones enteras de hispanohablantes, muchas mujeres Iberoamericanas. Las tres mujeres de letras, profesionales y pioneras en el arte, el ensayismo y la educación, dan materia de estudio en este esfuerzo de recuperar la contribución femenina a la cultura universal.

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1 Nombre de la “casa decente” de una viuda o una solteronas donde las niñas pequeñas de clases alta ,y a veces media , recibían algo de primeras letras y mucho de rezar y coser. Con “amigas” Sor Juana aprendió el alfabeto.

2 Las “nanas” siguen siendo nodrizas, cuidadoras, educadoras. Véase al personaje en las obras de Rosario Castellanos y de Laura Esquivel.

3 Bazant, Tuñón, Lagarde, Muriel, Ortega han sido maestras. También lo fue Woolf y las demás mujeres que menciono en este artículo. Ortega ha sido rectora de varias universidades. La mayoría de las autoridades bibliográficas aquí citadas incursionaron o siguen en la docencia.

4 El Capitulo II, Articulo 10, de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, tipifica así la violencia docente: Se ejerce por las personas que tienen un vínculo laboral, docente o análogo con la víctima, independientemente de la relación jerárquica, consistente en un acto o una omisión en abuso de poder que daña la autoestima, salud, integridad, libertad y seguridad de la víctima, e impide su desarrollo y atenta contra la igualdad./ Puede consistir en un solo evento dañino o en una serie de eventos cuya suma produce el daño. También incluye el acoso o el hostigamiento sexual.

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