Mujeres de letras: pioneras en el arte, el ensayismo y la educación
BLOQUE 4. Artistas, mujeres de teatro y espectáculo

Santa Orlan. La subversión de la iconografía patriarcal cristiana asociada a la mujer virginal

Joana Ortega Mota

Universidad Complutense de Madrid

Resumen: Desde el pecado original, cuando Eva condenó a la humanidad, este peso se ha situado sobre el género femenino generación tras generación, convirtiendo a la mujer en un paradigma de pecado que debe ser adecuadamente perseguido y castigado. Los roles asociados al papel de la mujer como la maternidad constituyen un lastre para ella, que anhela escapar de esa visión “esclavizadora” de su género.

Orlan deconstruye la imagen de una sociedad que robotiza a las mujeres desde la infancia; les dice cómo y qué tienen que vestir, cómo actuar y se alimenta de esa inseguridad que tanto se afana en implantar en la tierna edad, con su Santa Orlan ridiculiza esa idea de pureza virginal, de mujer asexual a la que el cristianismo nos ha relegado, emplea las sábanas de su ajuar, mancilladas por la semilla inútil de múltiples amantes, como una superchería que enfrenta radicalmente la imagen iconográfica de la sexualidad femenina –los senos, símbolo de alimento, vida y objeto de deseo– con esa idea de pureza histriónica y teatralizada.

Palabras Clave: feminismo, arte, performance, Orlan, religión.

1. La mujer como modelo y musa

Cuando echamos un vistazo al papel de la mujer -o tal vez sea más adecuado hablar del cuerpo femenino- en la historia del arte y de la literatura, nos damos cuenta (salvo honrosas excepciones) de que su papel se limita en la mayoría de los casos al de modelo o fuente de inspiración, pero nunca al de creadora o fuente de producción.

El cuerpo de la mujer ha sido concebido como un receptáculo de ideales generados por las mentes masculinas en los que se ha exaltado su sensualidad, su carga erótica, su poder de seducción. La mujer ha sufrido un proceso de animalización, se ha visto reducida a lo sexual y a su función reproductora, siendo privada de grandes oportunidades que siempre se han ofertado a sus compañeros masculinos.

Dice Mª Jesús Salinero que “por su armonía, el cuerpo femenino (le beau sexe) se ha prestado más que el masculino a la plasticidad y a la recreación” (2001: 41) y es que es precisamente esa iconografía, esa vinculación de la imagen como fuente de pecado lo que la sociedad ha transformado de forma drástica y visceral en publicidad destinada a moldear a futuras mujeres sumisas que se aseguren de que la instauración de esta mentalidad retrógrada y elitista perdure en el tiempo.

2. Breve reflexión sobre el papel de la religión en el arte contemporáneo

Sólo a día de hoy el curso de la evolución del posmodernismo en el arte parece haberse esclarecido un poco. Al igual que el modernismo, el periodo artístico comprendido entre la década de los ochenta hasta nuestros días ha estado caracterizado por un fluir constante de movimientos y tendencias. Según algunos críticos e historiadores del arte como Demetrio Paparoni, nos encontramos sumidos en la tercera generación del posmodernismo.

El credo del modernismo buscaba la liberación total del arte de las barreras físicas por las cuales este se regía en épocas anteriores tales como la perspectiva, la facultad narrativa de la representación figurativa y la dependencia de los factores sociales del momento.

Sin embargo, es a partir de la década de los 90 que la narración vuelve a adquirir un papel significativo en la esfera artística contemporánea. Es en estos años, en los que encontramos obras como el ciclo Cremaster del artista Matthew Barney y los animales suspendidos en tiempo y en el formaldehído de Damien Hirst. Se trata de una reinvención de la idea de terror y muerte; una digestión de la cruda realidad que atormenta el imaginario colectivo del ser humano, la sombra diariamente presente de nuestra propia destrucción, la cual contemplamos día a día en telediarios y masacres alrededor del mundo y que viene infligida de la mano de nuestro propio reflejo.

Ese crudo realismo que resurge de la mano de artistas como Manuel Serrano o Joel Peter Witkin, nos muestra un ejercicio de exorcización y de penitencia a través de la crudeza humana, a la vez que asistimos a la reinvención de la iconografía cristiana que renace con nueva fuerza abriéndose paso, de manera visceral, en representaciones que tienen algo de sublime, ya sea por esa belleza atroz que incluso aquellos que la condenan no pueden ignorar o por lo carnal y dolorosamente presente de su esencia.

La artista reinventa la iconografía clásica para usarla a modo de herramienta, para que el alcance de su obra obtenga una mayor aceptación por aquellos ajenos al mundo del arte, aquellos que más sencillamente pueden verse retratados en esta familiar simbología religiosa.

Se trata de una labor egoísta pero también liberadora: es una revolución en la que el autor contradice los dictados de religiones y fundamentalismos banales para caer en la independencia del símbolo, en el cuestionamiento de unas reglas dialécticas utilizadas en tiempos anteriores como elementos de censura y que ahora se convierten en una inteligente forma de marketing que habla por sí sola. Se condena pues, la labor deshumanizadora del modernismo de una manera indirecta, huyendo de esa naturaleza antipopular que mencionaba Ortega y Gasset en 1925 en su libro La deshumanización del arte.

Tal y como leemos en el artículo de Paparoni, el arte se convierte en la sal que revivifica la herida abierta y que hace que el dolor de ésta resurja más de lo que lo hizo en el pasado. Esta revivificación responde al afán publicitario de los post-modernistas ya que esta iconografía religiosa es común a un mayor número de espectadores de todo tipo de culturas. Por lo tanto, esta utilización de lo religioso adquiere un carácter herético que, lejos de negar necesariamente la verdad de los sagrados cultos, simplemente busca hacer que la humanidad cuestione sus propios fundamentos morales.

Y es que, cuanto más avanza el mundo, cuanto más nos sumergimos y nos dejamos guiar por la ciencia y la medicina –nueva religión en la que la sociedad contemporánea vuelca su fe-- más los valores tradicionales y la simbología heredada renuevan sus fuerzas de atracción y parecen erguirse en la sombra de la duda contemporánea que nos atenaza cuando nos damos cuenta de que, en lugar de crecer en independencia, somos cada día esclavos en mayor medida de nuestros nuevos dioses y modernas quimeras. Fantasmas como la cirugía estética o la milagrosa industria farmacológica nos inducen poco a poco un sopor mediático que no tiene nada de mágico pero que nos sigue hipnotizando desde pantallas de LCD y carteles publicitarios. (Paparoni 2007: 7-41).

3. Religión y feminismo. El cuerpo abierto. Visión de la sexualidad femenina en las sagradas escrituras

Como introducción hay que tener presente la idea base que encontramos en el cristianismo de la metódica identificación del cuerpo femenino como origen de pecado. Toda alusión a lo carnal se convierte en pecaminoso, en incitador de lujuria, en perdición de la especie. Esta condena a la sexualidad y a los placeres terrenales del cuerpo es algo que encontramos en las diferentes ramas del cristianismo.

Son muchos los católicos a los que persigue el fantasma de la culpa, la idea de pecado les es inculcada desde el principio. Y es que sus infancias y adolescencias, estos períodos tan complejos en el desarrollo del individuo, quedan envenenados por el sentimiento de culpa. (Paparoni 2007:135) Esto lleva a los creyentes a sufrir psicológicamente, y qué decir tiene si nos centramos en las mujeres.

Principalmente durante la Edad Media, y de la mano de la religión, los conceptos de cuerpo y pecado se identifican entre sí, encontrando su mayor representante de lo impuro en el cuerpo femenino, aparentemente origen último de todo pecado e incitador de lujuria. “En la Edad Media, se relaciona el atractivo femenino con las tentaciones del diablo [...] El cuerpo de la mujer se ha convertido en lugar de sacrificio, frustración, culpas y renuncias” (Santiso 2001: 223-241).

La mujer es identificada con la sexualidad y condenada por ello, identificada con el demonio y la lujuria en lugar de con la vida y la maternidad. Y es que el estado ideal de la mujer, según el cristianismo, es el virginal, el de santa mártir o el de madre de familia. Tal y como podemos constatar en la carta apostólica redactada por el beato Juan Pablo II Ordinatio Sacerdotalis. (22 de mayo de 1994) sobre la ordenación sacerdotal reservada exclusivamente a los hombres:

El Nuevo Testamento y toda la historia de la Iglesia muestran ampliamente la presencia de mujeres en la Iglesia, verdaderas discípulas y testigos de Cristo en la familia y en la profesión civil, así como en la consagración total al servicio de Dios y del Evangelio. Se trata de santas mártires, de vírgenes, de madres de familia1, que valientemente han dado testimonio de su fe, y que educando a los propios hijos en el espíritu del Evangelio han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia.

Los cultos patriarcales como el católico buscan una represión de la sexualidad femenina, una ocultación de sus atributos y una negación del cuerpo. Es debido a esto, que encontramos prácticas brutales contra la integridad física, rayanas con el sadomasoquismo, en muchas beatas y santas. El cristianismo es una religión que premia el maltrato físico autoinflingido. Su idea de penitencia resulta paradójica, ya que si es cierto que la vida fue un regalo de un ser superior que nos ama, ¿cómo podemos llegar a estar más cercanos a ese padre dañando un don tan precioso?; ¿por qué condenar los placeres terrenales si han sido obra de ese supuesto dador celestial que tanto nos quiere? ¿No estaríamos entonces negando su perfección? ¿Cayendo en la herejía? ¿Negándonos a aceptar un regalo de su omnipresente gentileza?

Esta renuncia a la carne conlleva demostraciones anti-vida premiadas a ojos de la Iglesia como lo son el ayuno y la abstinencia. Tenemos el ejemplo algo más radical de santa Catalina de Siena (doctora de la Iglesia), la cual deformó por su propia mano su rostro con ácido, se sumió en la anorexia y la bulimia (a modo de penitencia por ser mujer imaginamos) y acabó muriendo a una muy temprana edad... pero bueno, gracias a estos elementos su beatificación fue casi inmediata...

Y es que todas las santas fueron martirizadas por un intento vano de proteger su virtud consagrada a Dios pero no su fe. Lo cual acabaría derivando en torturas muchas veces relacionadas con su sexualidad (como la de santa Ágata) cuyo retorcido ingenio sólo sería superado por las oscuras invenciones de la Inquisición... Y de la caza de brujas pasamos a la caza de histéricas: innovador Malleus Malleficarum del siglo XIX... Las estigmatizadas pasaron de ser beatificadas a ingresadas en hospitales como le Salpetrière.

Es curioso que la intervención divina sólo hiciera acto de presencia cuando las mujeres iban a ser violadas, pero no para evitar sus terribles mutilaciones y torturas...

La acusación de brujería ha sido muchas veces empleada para condenar la independencia femenina, golpeando sobre todo a viudas y mujeres solteras que no dependían de ninguna figura patriarcal. Este tipo de mujeres eran condenadas más a menudo que las casadas, especialmente si se trataba de mujeres con un amplio capital económico ya que este dinero sería posteriormente repartido entre el acusador y el juez que impartía el veredicto.

El caso de las beatas durante el periodo más activo de la inquisición resultaba bastante revelador. Ciertas mujeres independientes atraían a su alrededor numerosas otras fieles y decían tener visiones e incluso conversaciones con Cristo o la Virgen; episodios que podrían poner en tela de juicio el poder de la doctrina católica. Algunas de ellas fueron condenadas por brujería, mientras que otras, tras ser asignadas a un confesor adecuado, han llegado incluso a ser canonizadas... Deducimos que las viudas adineradas tendrían menos posibilidades de llegar a santas que las jóvenes vírgenes de mentalidad débil y salud mental cuestionable.

Artistas como Martha Amorocho u Orlan reivindican su sexualidad y la expresan como algo de lo que no hay que avergonzarse, algo que no debe ser ni ocultado ni condenado. Orlan se erige a sí misma como santa, como una virgen blanca que transgrede los convencionalismos teológicos, religiosos y culturales de lo femenino (Ballester 2012:58); ella emplea la sátira como arma y nutre sus performance de una gran carga fetichista, mostrando su pecho desnudo a la cámara.

Por su parte, Amorocho rompe con el papel sumiso de la mujer en la sociedad, se transforma en una mártir “del falocentrismo católico y de la concepción patriarcal de la mujer […] pues las muestras de poder y autonomía de la mujer suponían para el patriarcado la justificación de la tortura y el exterminio.” (Ballester 2012:66).

4. La mujer en la religión. Desde la antigüedad hasta el día de hoy

Ha sido gracias al dogma y a la doctrina cristiana, y en general de las grandes religiones monoteístas, que el papel de la mujer se ha visto claramente reducido en importancia y valía social, ampliándose de esta manera la subyugación masculina en todos los ámbitos de la sociedad.

Desde esa Eva bíblica que carga sobre sus hombros el pecado con el que condena a toda la humanidad, la mujer ha sido martirizada por la religión, desde ese castigo de “parir a sus hijos con dolor” a ser considerada un mero objeto, todo esto parte de una ideología que lo que busca es transformar las grandes deidades femeninas de los cultos considerados “paganos” en algo negativo y débil que debe ser educado y manejado por los hombres.

También la figura de la bruja y de la histérica beben mucho de este tipo de ideologías. La idea de que la mujer es un ser débil que no debe ser sometido a grandes presiones ni situaciones profundas porque su débil salud mental puede verse trastocada de un modo salvaje nos dice mucho de cómo hasta en el siglo pasado la situación distaba mucho de haber mejorado.

Hasta el nacimiento del cristianismo, la mujer era considerada dadora de vida y proporcionadora de alimentos, y la gran mayoría de los descubrimientos técnicos de la era pre-agrícola están relacionados con ella. Ya cuando el ser humano se convirtió en sedentario se comenzó a arraigar a la mujer al seno del hogar, responsabilizándola del cuidado de los hijos. Esta estructura patriarcal en la que el hombre dicta todos los actos es principalmente reforzada por las grandes religiones monoteístas cuyo ejemplo máximo hallamos en el islam. Sin embargo, no es que el cristianismo se quede corto, sólo necesitamos echar un vistazo a su estructura jerárquica para darnos cuenta de que la mujer no es más que un “cero a la izquierda” dentro del poder eclesiástico.

La propia creación de la mujer, narrada en el Antiguo testamento ya la sitúa en un lugar inferior al del hombre, siendo creada de una de las costillas izquierdas de Adán. Es a partir de este momento cuando la asociación de la figura femenina con el pecado y la tentación se consolida, se reiterará a lo largo de la Biblia con ejemplos como el de las hijas de Lot que intentan emborrachar a su padre para quedarse embarazadas de él.

El papel reservado a la mujer dentro del cristianismo es el de la marcada por el dolor, en la que nos hemos basado en nuestro proyecto, una María plañidera condenada a un voto casto de por vida. ¿Y esa es la mujer modelo según la Iglesia? ¿Una mujer total y absolutamente carente de iniciativa que debe mantener celibato y abstenerse del sexo de por vida, sometiéndose al hombre? La respuesta es sí. La única manera de librarse de este destino, aunque no mucho mejor, es la de dar a luz; convertirse en una especie de máquina de parir desechable que perpetúe la estirpe del hombre; ya que tal y como decía el padre Aradillas en su blog In Itinere, “dentro de la religión cristiana la mujer ha sido identificada con el útero”.

Una vez indagamos en este tema nos va resultando, más y más alarmante. Y es que, la propia Biblia mantiene, que, si se demuestra que una mujer no llegaba virgen al matrimonio debe ser apedreada hasta su muerte.

El tema de la sexualidad y la mujer está muy presente, sólo tenemos que echar un vistazo a lo altamente sexualizados que eran los castigos inquisitoriales para con las mujeres, o el alto contenido sexual al que se hace referencia cuando se habla de brujería con esas viejas harpías que se masturbaban con los mangos de escobas mientras entonaban cantos satánicos alrededor de una hoguera como Dios las trajo al mundo… O la insana depravación presente en las historias de tantas y tantas muertes de santas.

Tanto en el judaísmo como en el islam, la mujer adopta el papel de una mera sierva al servicio del hombre, y es que la manipulación de la lectura de textos sagrados como la biblia o el Corán se ha usado como herramienta supeditadora de la mujer, aún en la actualidad.

5. La Performance Feminista

Una performance es una demostración, una acción que representa aquello que quiere mostrar a través de prácticas artísticas consistentes en actos performativos que configuran un sentido, dándose juntas en un mismo cuerpo o entre varios cuerpos intercomunicativos. (…) Se trata en cierto sentido, de convertir el cuerpo del/la artista en obra de arte (Benito-Climent 2013:11-12).

La performance se nutre del concepto de lo voyeur, es el espectador el que, en última instancia, consigue dotar de significado a la pieza. Este público expectante será sometido a una transformación, ya que la acción que acaba de contemplar quedará grabada en su mente para siempre. La obra de arte carnal, física, en la que el cuerpo del artista se ha visto transformado en cuestión de minutos u horas, quedará impregnada en su cabeza. Esta obra, ha sido interpretada para quedar relegada a la extinción, a lo efímero. Es un arte para vivir en el momento, durante el desarrollo de su representación, que puede perder su sentido una vez desplazado de su contexto original, pero que permanece en el inconsciente del espectador debido a lo visceral y crudo de su impacto visual.

Las artistas feministas, y más concretamente las performers, pretenden acabar con los roles sociales asignados a la mujer desde siempre, borrar prejuicios y aniquilar un lastre que lleva atando a las mujeres a un papel de sometimiento patriarcal durante generaciones. Enfrentan a la sociedad a asumir la esclavitud a la que ha condenado al 50% de la sociedad, agitar las conciencias y originar malestar para que esta injusta situación cambie. Su propósito es “transfigurar el mundo y sus valores, a través de la transgresión de la corporalidad” (Benito-Climent 2013: 23-24).

Las mujeres se han re-apoderado de sus cuerpos, único elemento a lo que se las ha reducido durante siglos y lo han empleado como medio de denuncia política y social, como herramienta subversiva, arma de lucha por la reivindicación de sus derechos. “Si hay algo que define el arte de las mujeres en los últimos años es la conciencia sobre la corporalidad. El cuerpo en todas sus facetas es una presencia constante en el arte de las mujeres” (Bernárdez 2011:144-145).

Buscan impactar, romper la impasividad del público, agitar las conciencias a través de actos extremos y redimirse de imágenes, pecados y roles que les son ajenos y les han sido impuestos por culturas paternalistas.

Las artistas y académicas feministas llevan a cabo un análisis crítico de esa construcción y se esfuerzan en buscar planteamientos estéticos alternativos que no las reduzcan a objeto bello y que eludan la trampa del placer visual masculino (Fernández 2012: 284).

Estas artistas se convierten en abanderadas de su cuerpo, un cuerpo al que dotan de un nuevo significado a través de este arte experimental, vívido, carnal. Transforman su cuerpo en un arma contra la misoginia y la intolerancia del patriarcado. Su lucha, es una lucha reivindicativa que nace de lo artístico pero que acaba desembocando en lo político.

Para las mujeres el cuerpo no es un elemento a superar por precario, sino un territorio que todavía hay que conquistar. Tener derecho al cuerpo con su propia precariedad, con su parte más doliente, más sangrante, pero también más eufórica, es el objetivo artístico que se convierte en objetivo político (Bernárdez 2011: 148).

6. Orlan y el género performativo

Orlan nació en Sant-Étienne, Francia en 1947, actualmente vive y trabaja entre París, Los Ángeles y Nueva York.

Pese a que, a lo largo de su carrera ha trabajado con diversos medios, tales como la foto manipulación, la escultura, el video, la realidad aumentada, etc. toda su obra gira en torno a su cuerpo y a la personalidad icónica que se ha construido, nombre que adoptó en 19712. Su excentricidad la ha convertido en una artista terriblemente mediática aún a riesgo de que esto haya podido restar seriedad a su mensaje artístico.

Orlan convierte su propio cuerpo en soporte, lo deshumaniza y lo convierte en medio, lo reduce a carne; lo transforma, lo maltrata, lo abre ante las cámaras en una representación histriónica, que sacude al espectador. Genera sentimientos enfrentados, de admiración e incluso repulsión en muchos.

Orlan se opera transformando su cara en una composición de diferentes rasgos faciales de mujeres que inspiraron el ideal de belleza en distintas épocas, para convertirse en un monstruo sobre la perfección del ideal (Climent 2013:24).

Su arma es el humor, la teatralización, tal vez empañado de cinismo; en sus obras ridiculiza roles asociados a la mujer, poniendo en evidencia aspectos claves en la religión, el patriarcado, el racismo... Con sus reliquias, sus vendas manchadas de sangre de sus operaciones, reinventa el discurso cristiano y se reencarna en Santa Orlan, patrona de la cirugía estética y re-inventora del yo.

En palabras de la artista, su cuerpo es un espacio de debate público, que crea interrogantes, oponiéndose al determinismo social impuesto y a toda forma de dominación. Es la representación física de la transgresión del orden dado. En una amalgama de humor, parodia y grotesca teatralización, su obra hace temblar los cimientos de una sociedad injusta que debe ser transformada por todos en algo mejor.

Bibliografía

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1 Resaltado de la autora.

2 Información extraída de la web de la artista www.orlan.eu

Región de Murcia