Después se fueron a vivir a Gargantilla de Lozoya, y allí, en su empeño por seguir aprendiendo, además de ir a la escuela, encontró la artimaña para que el cura del pueblo le enseñara matemáticas a cambio de ayudarle como monaguillo. Y como, además de tocar la campanilla, tenía que decir algunas frases, pensaba Paco que aquel era, en cierto modo, su primer trabajo de actor.
Al acabar las obras para el tren que tenía que hacer aquella empresa murciana, se fueron a Madrid. Vivían en un barrio marginal que se llamaba “Las 40 fanegas”, en una casa de vecinos muy pobre.
Pero muy cerca de aquella barriada había una especie de urbanización con lujosas casas, que a Paco le parecían palacios, en las que vivían personas tan importantes como el poeta Dámaso Alonso o el filólogo e historiador Ramón Menéndez Pidal.
Allí les sorprendió el levantamiento militar que dio lugar a la Guerra Civil Española.
Y fue en el sótano-biblioteca de Menéndez Pidal donde algunos vecinos del barrio pobre, entre ellos los Rabal, se refugiaban durante los ataques de la aviación.
Y mientras las bombas caían en los alrededores, Paco aprovechaba el tiempo ojeando y leyendo cualquier libro que tuviera a mano. “No entendía casi nada, pero supongo que algo se me iba quedando”, decía el propio actor recordando aquellos momentos.
A mediados de la guerra, y cuando los ataques aéreos sobre Madrid empezaron a ser más continuos y violentos, Paco, su madre y su hermana Lolita, que apenas tenía tres años, se fueron a Águilas. Allí estuvieron poco más de un año, y de aquel tiempo guardaba muy buenos recuerdos. Sobre todo, de uno de los maestros que tuvo y que organizó un grupo de Boy Scouts con el que hacía excursiones. Decía Paco que aquel maestro les enseñaba a ver el mundo, pero el mundo de todos los días, el real y verdadero.
Al volver a Madrid, para ayudar a su familia, Paco trabajó en todo lo que pudo: hizo de pregonero de mercaderes callejeros, vendió golosinas, frutos secos, juguetes artesanos…