Aunque todavía era un niño, seguía teniendo tantas ganas de aprender, que cuando terminaba de trabajar, en vez de irse a descansar, o a jugar, se iba a las clases nocturnas que había para personas mayores.
Poco después, pero con la autorización de su padre porque era menor de 14 años, lo contrataron para trabajar en una fábrica de chocolates. Allí cobró su primer sueldo fijo diario, 2,50 pesetas, que era la moneda que había entonces en España, y que hoy equivaldría a menos de dos céntimos de euro.
A los 16 años, a través de aquel cura que le enseñó matemáticas, y que estableció muy buena amistad con su padre, encontró trabajo en los Estudios Chamartín, unas grandes naves recién inauguradas, donde empezaron a hacerse muchas de las películas de aquella época.
Lo contrataron como carpintero, pero logró que lo cambiaran a electricista. Pensaba que así, colocando y cambiando luces y cables, estaría más cerca de los personajes importantes, de los actores y directores, y tendría posibilidades de que se fijaran en él. Seguía soñando con ser actor.
Se aprendía de memoria los guiones que se encontraba sobre las sillas o encima de algún mueble, y siempre estaba dispuesto para hacer cualquier escena por muy insignificante que fuera. Por su estupendo aspecto físico e imagen de galán iban dándole pequeños papeles para interpretar.
Un día, su abuela le llevó al poeta Dámaso Alonso unos versos que había hecho Paco para que los leyera y viera lo listo que era su nieto. Y el célebre literato decidió que no podía desaprovecharse aquel talento. Habló con él, le prestó libros y hasta le pagó el coste de una academia para que siguiera aprendiendo.
Y le dio también una carta de recomendación para Luis Escobar, que entonces era director del Teatro Nacional María Guerrero, uno de los mejores y más importantes de España. Pero antes de que saliera corriendo con aquella carta entre sus manos, Dámaso Alonso, en tono serio, pero cariñoso y familiar, le dijo:
“Si vas a ser un buen actor, adelante, pero recuerda que no vale la pena ser un actor mediocre porque es la cosa más triste del mundo; para eso, mejor sigues de electricista”.
Con aquel consejo quiso decirle que solamente llegaría lejos haciendo siempre las cosas bien y, sobre todo, aprendiendo.