Mujeres de letras: pioneras en el arte, el ensayismo y la educación
BLOQUE 3. Activistas de la historiografía y genealogía feminista

Fundadoras del nuevo feminismo: Betty Friedan y la mística de la feminidad

Elisa María Casero Osorio

UNED

Resumen: A finales del siglo XIX y principios del XX apareció una generación de mujeres que lucharon contra el sistema patriarcal al que estaban sometidas, reclamando su posición en la sociedad como un individuo más. Junto con las llamadas feministas surgieron las sufragistas que consiguieron el derecho al voto femenino. La lucha continuaría durante el siglo XX en el que nació un nuevo movimiento social denominado Nuevo Feminismo. Betty Friedan, conocida como una de sus fundadoras, realizó un estudio al que llamó La Mística de la Feminidad, en el que reflejaba la verdadera situación de la mujer de la época. El resultado de este estudio se convirtió en un referente indispensable para la configuración de este nuevo movimiento feminista de la década de 1970.

Palabras clave: Feminismo; Literatura; Sociedad patriarcal; Movimientos feministas siglo XX; Friedan; Mística de la Feminidad.

1. Introducción

El término feminismo se refiere a un conjunto de movimientos sociales, económicos, políticos y culturales que tienen como objetivo la reivindicación de los derechos de las mujeres desde todas sus diferentes perspectivas. Las corrientes feministas aparecieron a finales del siglo XIX y siglo XX en muchos países y tuvieron grandes figuras femeninas como representantes: María Deraismes o Jeanne Deroin en Francia, Concepción Arenal o Clara Campoamor en España,  Emmeline Pankhurst en Inglaterra, Anna Maria Mozzoni en Italia, entre muchas otras. Pero, además de los movimientos feministas que aparecieron, esta ideología feminista también fue divulgada por otros medios: la literatura es uno de ellos.

A través de este artículo pretendo dar a conocer a una mujer que fue pionera para la literatura en la segunda ola del feminismo: Betty Friedan. Su obra, La Mística de la Feminidad, es un estudio de la situación de la mujer a principio del siglo XX y muestra como muchas de aquellas mujeres sufrían el llamado “malestar que no tiene nombre”, “malestar” que, paradójicamente, podemos encontrar aún en nuestros días.

2. La sociedad norteamericana a mediados del siglo XX

Después de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad norteamericana sufrió un cambio radical. Económicamente, la hegemonía de los EEUU era indiscutible: “disponían más del 50% del PIB Mundial y de más del 60% de las reservas de oro del mundo” (Ayén 2010: 15) Este rápido crecimiento tanto económico como tecnológico, llevó al llamado “estado de bienestar”, fenómeno social caracterizado por el protagonismo del Estado en asuntos como la economía y la protección del bienestar social de los ciudadanos.

Como consecuencia de la aparición de este nuevo estado de bienestar que apareció a principio del siglo XX, gracias a factores como la creación de nuevos aparatos tecnológicos o a los avances médicos, la clase media norteamericana sufrió un crecimiento significativo, apareciendo una nueva sociedad que llegaría a denominarse sociedad consumista. Esta nueva sociedad respondía a un prototipo muy bien definido: matrimonios con varios hijos con una casa en las afueras, dos coches y una gran capacidad de gasto1. Generalmente, la esposa se quedaba en casa a cuidado de ésta y de los hijos y el marido era el que trabajaba. Este modelo de familia corresponde nuevamente al modelo patriarcal conocido en el siglo anterior y del que mujeres pioneras habían intentado escapar: recordemos a escritoras como Charlotte Perkins Gilman o Kate Chopin. En aquella época, los movimientos feministas aparecieron con la finalidad de romper con el rol de la mujer hasta entonces conocido, una mujer victoriana que se debía a su casa y a su marido. Es la conocida figura del ángel del hogar, mujer frágil, delicada, dedicada a los cuidados domésticos y a sus hijos, que debía fiel obediencia a su marido. Es un modelo de familia patriarcal que parece que se repite en el siglo XX. Pero recordemos la definición de sociedad patriarcal:

Sociedad patriarcal, entendida como aquella sociedad donde nos encontramos con una hegemonía masculina, esto es, ¡en la que mandan los hombres! En las sociedades patriarcales el varón tiene el poder y el dominio de la comunidad, existiendo una distribución desigual de derechos y obligaciones […] Así, desde el patriarcado se parte de la categoría biológica hombre y mujer estableciendo lo masculino y femenino, asignado además a cada uno de los sexos un espacio, la masculino, el exterior; al femenino, el interior (Rubiera 2011: 19-21)

Es el hombre al que le corresponden todas las características que tienen que ver con una vida pública, es el que estudia, el que sabe, el que debe llevar la voz en su casa. Sin embargo, la mujer, es caracterizada con los roles típicos del ya mencionado símbolo ángel del hogar: es todo pasión, débil, sin voz, cuyo lugar es su casa, abnegada a su marido. Es importante señalar que desde un punto de vista patriarcal, los roles de género se intentan transmitir como naturales.

Pero entonces, ¿qué sucede con la situación de la mujer en la primera mitad del siglo XX? La mujer consigue, finalmente, el voto, en el año 1920, con la ratificación de la 19 Enmienda a la Constitución de los EEUU, en la que en su sección 1, expone que “El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será negado o menoscabado por los Estados Unidos, ni por ningún estado, por motivos de sexo”. Curiosamente, fue la economía y no la política la que produjo el cambio en el papel de la mujer en la sociedad norteamericana. Factores como la Gran Depresión en el 29 y, seguidamente, la Segunda Guerra Mundial a partir de 1939, provocaron que las mujeres salieran de sus casas para ayudar, en primera instancia, a la economía del hogar, y en segunda, para ocupar el espacio que habían dejado los hombres que servían como soldados. Cuando terminó la guerra, muchos de esos soldados ocuparon el puesto de trabajo que había estado cubierto por mujeres; volviendo éstas a sus casas para formar parte de ese modelo ideal de familia estadounidense. Pero no todas abandonaron su profesión y continuaron ejerciendo su trabajo fuera de sus hogares.

3. El Nuevo Feminismo

La Real Academia de la Lengua Española define feminismo como “ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”.

Como expone de las Heras (2009: 3-4) en su artículo “una aproximación a las teorías feministas”:

El Feminismo, como movimiento social y teórico, surge vinculado a la Ilustración, cuando se conforma un nuevo orden político y social basado en la primacía de la ley y la autonomía de los seres humanos y que reconoce la dignidad humana y los derechos que le son inherentes, pero que excluye a las mujeres y a otros muchos grupos continuamente vulnerados. Frente a esa marginación, como recuerda Cristina Sánchez, “las ilustradas reivindicarán la inclusión de las mujeres en los principios universalistas que la Ilustración mantenía: la universalidad de la razón, la emancipación de los prejuicios, la aplicación del principio de igualdad y la idea de progreso”

Pero es a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el movimiento feminista comienza a aparecer con fuerza con la aparición de las llamadas sufragistas. El principal objetivo del sufragio era conseguir el derecho al voto de las mujeres. Otros objetivos fueron: la incorporación de la mujer al trabajo, la mejora de la educación, la capacitación profesional, la consecución de la apertura de nuevos horizontes laborales, y la equiparación de sexos en la familia como medio de evitar la subordinación de la mujer. En EEUU, el sufragio fue dirigido por Susan B. Anthony, Lucy Stone y Elisabeth Cady Stanton encuadradas desde 1890 en la Asociación Nacional Americana por el Sufragio de la Mujer (National American Woman Suffrage Association) dirigida por Carrie Chapman Catt, líder del sufragio americano, quien luchó por el sufragio utilizando marchas, oradores en las calles, peticiones y mítines.

Varias fueron las formas que el género femenino tomó para reivindicar una nueva posición en la sociedad norteamericana de finales del siglo XIX. Ya hemos hablado de las sufragistas como movimiento social; otro de los caminos fue por medio de la literatura. A finales de siglo, escritoras, denominadas feministas, introdujeron en sus historias y personajes que pedían por un nuevo rol para la mujer en la sociedad norteamericana. Algunos, como The Yellow Wallpaper de Charlotte Perkins Gilman o The Awakening de Kate Chopin, tenían como protagonistas personajes femeninos que mostraban la necesidad de escapar de todo lo que le rodeaba, su casa, su marido, la sociedad, etc. Para estas mujeres que comienzan a mostrar esta rebeldía hacia la sociedad patriarcal al que estaban sometidas, su única vía de escape fue la locura o la muerte. Muchas fueron las escritoras femeninas, por ejemplo, Alice James, Edith Wharton, Willa Cather o Susan Glaspell.

De las Heras (2009: 49) explica, desde el feminismo teórico, los diferentes movimientos feministas que han aparecido a lo largo de la historia y que, con el fin de clasificarlos, se han denominado “olas” feministas.

Desde el Feminismo teórico, con el fin de clasificar los movimientos feministas que han ido surgiendo históricamente, se ha hecho referencia a “olas” feministas. La primera ola, correspondería a los movimientos de finales del siglo XIX y principios del XX, que tenían como objetivo principal lograr la igualdad de derechos para las mujeres, especialmente el derecho de sufragio. La segunda ola se refiere al resurgimiento del feminismo a partir de los años 60. Respecto a esta clasificación podemos realizar dos apuntes. Por una parte, no todas las teóricas feministas comparten esa propuesta. Así, según la filósofa española Amelia Valcárcel, entre otras, la primera ola surge con el feminismo ilustrado y no con el sufragismo […] Por otra, como señala Jane Freedman, esa clasificación es útil como resumen histórico, pero puede provocar ciertos equívocos. Así, podría parecer que no ha existido actividad feminista fuera de esas dos olas y, por otra parte, puede enmascarar la diversidad que caracteriza al Feminismo.

La primera ola del feminismo surge a finales del siglo XIX y principios del XX, para intentar romper con el rol de la mujer en la sociedad victoriana y dar voz al género femenino comenzando con el derecho al voto. En esta ola es donde se enmarcan los primeros movimientos sufragistas anteriormente mencionados. En De las Heras (2009: 52-53)

Lo primero que tenemos que tener en cuenta al analizar esta etapa es que la evolución del discurso de la ciudadanía de las mujeres y el reconocimiento de sus derechos no se desarrolló igual en Europa que en Estados Unidos. Las mujeres norteamericanas consiguieron establecer alianzas con otros movimientos sociales, como el movimiento abolicionista24 o el movimiento de reforma moral; así, mientras que en el continente europeo el discurso feminista lo elaboraron voces aisladas25, en Estados Unidos tuvo una resonancia colectiva que se plasmó en un movimiento social. Además, y quizá como consecuencia de lo anterior, alcanzaron algunos derechos, como el de la educación o el del trabajo, antes que las europeas. En cualquier caso, uno de los argumentos centrales del sufragismo, recogido de la vindicación feminista ilustrada, era “la apelación a un universalismo ético que proclamaba la universalidad de los atributos morales de todas las personas”. Así, se invocaba la justicia y el principio de igualdad como derechos morales y, por tanto, universales. Esos principios quedaron reflejados en La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, publicada en 1848 tras la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer y considerada el texto fundacional del Feminismo estadounidense. En dicha Declaración, las mujeres proclamaron su independencia de la autoridad ejercida por los hombres y de un sistema social y jurídico que las oprimía y aprobaron una serie de resoluciones dirigidas a mejorar los derechos civiles, sociales y religiosos de las mujeres alegando el principio utilitarista de la mayor felicidad.[…] En cuanto al movimiento sufragista europeo, cabe señalar que el inglés fue el más potente y radical29. Destaca la labor política y teórica de John Stuart Mill30, así como la de las sufragistas británicas de principios del siglo XX y, en concreto, de Emmeline Pankhurst y sus hijas Sylvia y Christabel, que en 1903, crearon, junto a otras mujeres afiliadas al Partido Laborista Independiente, la Unión Social y Política de las Mujeres y el periódico Votes for Women, que más tarde se denominaría The Suffragette. El principal objetivo de dicha asociación era la aprobación parlamentaria del voto femenino y, con ese fin, llevaron a cabo diversas acciones para llamar la atención sobre sus propósitos dirigidas a la opinión pública y al Gobierno.

Pero poco después de esta lucha por conseguir darle voz a la mujer norteamericana, ya iniciado el siglo XX, se inició un periodo llamado de bienestar, en el cual, la figura femenina quedaba otra vez relegada a su casa. El ideal de familia norteamericana, como he mencionado anteriormente, era tener una casita a las afueras, la mujer al cuidado de sus hijos y su marido, siendo éste último el que trabajaba. Pero la Segunda Guerra Mundial obliga a las mujeres a ocupar puestos de trabajo que antes ocupaban los hombres. Ellas empiezan a salir de sus casas. Cuando acaba la guerra, muchas de ellas dejaron de trabajar pero otras muchas siguieron haciéndolo. En este punto es cuando llega una nueva oleada de pensamiento feminista, conocido ahora como Nuevo Feminismo. Como explica De las Heras (2009: 56)

En esos primeros años dos grandes temas sirvieron de eje tanto para la reflexión teórica como para la movilización feminista. El primero estuvo representado por el lema “lo personal es político”, que llamaba la atención sobre los problemas de las mujeres en el ámbito privado; el segundo fue el análisis de las causas de la opresión, en el que el concepto de Patriarcado desempeñaría un papel fundamental. Hasta los años 80 aproximadamente este gran impulso del Feminismo se canaliza en tres perspectivas que marcan distintas visiones sobre la situación de las mujeres: el feminismo liberal, el feminismo socialista y el feminismo radical.

Esta nueva corriente feminista criticaba, en cierta forma, el papel de la mujer como perfecta ama y esposa. En 1949, Simone de Beauvoir con su obra El Segundo Sexo, lanzó un manifiesto en el que denunciaba la posición de la figura femenina en la sociedad. Años después, en la década de 1960 e influenciada por la obra de Beauvoir, Betty Friedan publicó La Mística de la Feminidad, obra en la cuestionaba el estilo de vida, familiar y laboral, de la mujer o esposa de clase media.

El Nuevo Feminismo se define como un movimiento social que se inició a finales de los años 60 en Estados Unidos y Europa con diferentes ejes temáticos: redefinición del concepto de patriarcado; análisis de los orígenes de la opresión de la mujer; el rol de la familia; la división sexual del trabajo; el trabajo doméstico; la sexualidad; la reformulación de la separación de espacios públicos y privado; y el estudio de la vida cotidiana. Como explica Gamba (2008: 3-4) el Nuevo Feminismo

Plantea también la necesidad de búsqueda de una nueva identidad de las mujeres que redefina lo personal como imprescindible para el cambio político […] El nuevo feminismo asume como desafío demostrar que la Naturaleza no encadena a los seres humanos y les fija su destino: «no se nace mujer, se llega a serlo» (S. de Beauvoir). Se reivindica el derecho al placer sexual por parte de las mujeres y se denuncia que la sexualidad femenina ha sido negada por la supremacía de los varones, rescatándose el orgasmo clitoridiano y el derecho a la libre elección sexual. Por primera vez se pone en entredicho que - por su capacidad de reproducir la especie- la mujer deba asumir como mandato biológico la crianza de los hijos y el cuidado de la familia. Se analiza el trabajo doméstico, denunciando su carácter de adjudicado a ésta por nacimiento y de por vida, así como la función social del mismo y su no remuneración. Todo ello implica una crítica radical a las bases de la actual organización social.

Además de Simone de Beauvoir y Betty Friedan, entre las escritoras de este Nuevo Feminismo encontramos a Emma Goldman con obras como Anarquismo y otros ensayos, Alekxandra Kolotái con Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor, entre otros, o Kate Millet y su famosa obra Sexual Politics.

4. Betty Friedan

Hija de un matrimonio de inmigrantes judíos, nació el 4 de febrero de 1921 en la ciudad de Peoria, Illinois. Curso estudios de psicología en la Universidad de California, Berkeley, después de graduarse en el Smith College, en 1942. Se estableció en la ciudad de Nueva York donde, entre 1943 y 1946, empezando a trabajar como redactora para Federated Press, un servicio de noticias establecido en 1920 que se dedicaba a la prensa radical y mano de obra en América, y del que se nutrían la mayoría de los periódicos sindicales; entre 1946 y 1952 trabajó para UE News, publicación oficial de United Electronical, Radio and Machine Workers of America, sindicato radical que representaba a diferentes trabajadores tanto del sector público como privado.

Mientras trabajaba en UE News, Nueva York, conoció a Carl Friedan, productor y ejecutivo de una agencia de publicidad con el que se casaría en 1945, mientras trabajaba en UE News. Tuvo tres hijos con él. Pero en 1949 fue despedida del periódico y se trasladó al vivir a un suburbio de la ciudad de Nueva York, dedicándose a ser ama de casa. Continuó su trabajo periodístico publicando en revistas de consumo popular como Redbook, Ladies’ Home Journal, Good Housekeeping, Cosmopolitan y Reader’s Digest. A partir de este periodo fue cuando comenzó su investigación, lo que más tarde se convertiría en La Mística de la Feminidad.

En 1966 fundó la Organización Nacional de la Mujer en Estados Unidos, de la que fue presidenta hasta 1970. Paralelamente, colaboró en la organización del National Women’s Political Caucus en 1971, the First International Feminist Congress en 1973 y del First Women’s Bank en 1973.

El 26 de agosto de 1970, justo en el 50º aniversario del sufragio femenino, Friedan organizó, a nivel nacional, la Huelga por la Igualdad de las Mujeres (Women’s Strike for Equality), donde participaron más de cincuenta mil personas en la ciudad de Nueva York, con el fin de reivindicar la aprobación de leyes sobre el derecho al aborto, gratis e inmediato.2

Fue profesora y conferenciante en la universidad y siguió escribiendo libros sobre temas relacionados con la mujer, como It Changed my Life: Writings of the Women’s Movement (1976), The Second Stage (1981), The Fountain of Age (1993), Beyond Gender (1997) y sus memorias, Life so Far (2000) donde relata sus 22 años de violento matrimonio.

Esta gran defensora del feminismo falleció el 4 de febrero de 2006 en Washington D.C. a causa de una dolencia cardiaca, a los 85 años de edad.

5. La Mística de la Feminidad

Publicado en el año 1963, Friedan ganó, con este libro, el premio Pulitzer, en 1964. Este libro comenzó siendo un simple cuestionario que Friedan realizó en 1956, iniciándose con una serie de preguntas a antiguas compañeras del instituto sobre ciertos aspectos de sus vidas desde que habían terminado su etapa educativa. Como explica Bloch (2013: 73)

También utilizó encuestas a egresadas de otras universidades, así como estadísticas y estudios sobre mujeres realizados en varias disciplinas de las ciencias sociales, especialmente psicología y sociología. Además, condujo entrevistas periodísticas con quienes ella denominó expertos: psicólogos, profesionales de la salud mental, pedagogos, trabajadores de la publicidad, editores de revistas y especialistas en los medios. Tras extraer una impresionante cantidad de información, opiniones e historias de vida, describió el problema fundamental de las mujeres blancas de la clase media que vivían en los suburbios con la etiqueta de “la mística de la feminidad”.

Lo que Friedan quería plasmar en su obra eran todas las limitaciones impuestas a las mujeres en la esfera doméstica, hábitos de vida que incluían cuidado de los hijos, de la casa y estar atenta a cualquier deseo de su marido. Contraria a toda esta forma de vida, ella presentó lo que define Bloch (2013: 73) como

La imagen bonita de un cuadro de las amas de casa que trataban de enaltecerse mientras “enceraban el piso de la cocina […] horneaban su propio pan, cosían su ropa y la de los niños, y mantenían sus nuevas lavadoras y secadoras en funcionamiento todo el día” (Betty Friedan, op. Cit., 1965, p.32)

El estudio consta de un total de 469 páginas divididas en 14 capítulos. No voy a resumir cada capítulo de la obra porque aconsejo leerla pero sí que mencionaré cada uno de ellos, aportando algunos párrafos de relevancia para entender las ideas de Friedan. El capítulo primero es titulado “el malestar que no tiene nombre”. Friedan simboliza con este título ese mal que aquejaba a las mujeres. Pero, ¿qué o cual es ese mal? A pesar de vivir cómodamente, dedicada a sus hijos y su casa, sin tener que trabajar, muchas mujeres caían en depresión y había un mayor número de alcohólicas. Friedan habla de ese vacío, de esa necesidad de identidad propia de la mujer. Ese es el malestar que no tiene nombre.

El malestar ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las mujeres estadounidenses, durante muchos años. Era una inquietud extraña, una sensación de insatisfacción, un anhelo que las mujeres padecían mediado el siglo XX en Estados Unidos. Cada mujer de los barrios residenciales luchaba contra él a solas. Cuando hacía las camas, la compra, ajustaba las fundas de los muebles, comía sándwiches de crema de cacahuete con sus hijos, los conducía a sus grupos de exploradores y exploradoras y se acostaba junto a su marido por las noches, le daba miedo haber, incluso hacerse a sí misma, la pregunta nunca pronunciada: “¿Es esto todo?” (Friedan 20093: 51)

El capítulo segundo, “la feliz ama de casa, heroína”, Friedan retrata el papel de La mujer en torno a los años 50. Como bien su título indica, una mujer perfecta es una perfecta ama de casa, cuyas funciones son planchar, lavar, fregar, barrer, etc. además de ocuparse de sus hijos y de que a su marido no le falte nada. Toda la sociedad de la época mostraba que el papel de la mujer era conseguir marido, casa y niños. Véanse algunos ejemplos de artículos de revistas de la época: “la feminidad comienza en el hogar”, “ tal vez el mundo es de los hombres”, ”tenga hijos mientras es joven”, ”cómo se pesca un hombre”, “¿debo dejar mi empleo cuando nos casemos?”, ¿prepara usted a su hija para que sea una buena esposa?”, etc.

Pero la nueva imagen que esta mística les ofrece a las mujeres estadounidenses es la vieja imagen de “Ocupación: sus labores”. La nueva mística convierte a las madres – amas de casa, que nunca tuvieron ocasión de ser otra cosa, en referente para todas las mujeres; presupone que la historia ha alcanzado una cúspide final y gloriosa aquí y ahora en lo que se refiere a las mujeres. Por debajo de tan sofisticadas trampas, sencillamente convierte algunos aspectos concretos, delimitados y domésticos de la existencia femenina –tal como la vivían las mujeres cuyas vidas estaban limitas, por necesidad, a cocinar, limpiar, lavar y parir– en una religión, un modelo de vida que han de seguir todas las mujeres, pues de lo contrario niegan su feminidad. De “realizarse como mujer” sólo había una definición para las mujeres estadounidenses de 1949: la madre-ama de casa. (Friedan 2009:81)

El capítulo tercero, “la crisis de identidad de las mujeres”, muestra cómo la sociedad empuja en una sola dirección a las niñas y sus deseos: casarse. Muchas de ellas, buenas estudiantes, tienen que dejar su educación a causa del matrimonio. Friedan nos enseña cómo a éstas jóvenes, con anhelos de tener una profesión, se les cortan las alas porque la sociedad no permite o no ve con buenos ojos que una mujer llegue más lejos que un hombre fuera del hogar.

Durante muchos años, sociólogos, psicólogos, analistas y educadores han señalado ese extraño y terrorífico punto de inflexión que las mujeres estadounidenses alcanzan – a los dieciocho, a los veintiuno, a los veinticinco, a los cuarenta y uno. Pero creo que no se ha comprendido lo que era. Se ha llamado una “discontinuidad” en la adaptación cultural; se ha llamado la “crisis de rol” de la mujer. Se ha achacado a los estudios, que hicieron que las chicas estadounidenses crecieran sintiéndose libres e iguales a los chicos – lo que suponía hacer cosas tales como jugar al béisbol, montar en bicicleta, conquistar la geometría y los comités universitarios, marcharse al college, salir al mundo ara buscar empleo, vivir solas en un apartamento en Nueva York, Chicago o San Francisco, poner a prueba y descubrir sus propios poderes en el mundo. Todo eso les dio a las chicas la sensación de que podrían ser y hacer lo que quisieran, con la misma libertad que los chicos, decían las voces críticas. No les preparó para su papel de mujeres. La crisis se produce cuando se ven obligadas a amoldarse a dicho papel. (Friedan 2009: 113)

“La apasionada travesía” es el título del capítulo cuatro, en el que, como su nombre bien indica, Friedan retrata a esas mujeres que fueron capaces de salir de sus hogares e iniciar su propio camino (Friedan 2009: 119) “Fue la necesidad de una nueva identidad la que lanzó a las mujeres, hace un siglo, a una apasionada travesía, esa vilipendiada y malinterpretada travesía que las sacaba de casa”. En este capítulo habla de importantes sufragistas de la época, como Lucy Stone.

El capítulo cinco, titulado “el solipsismo sexual de Freud”, analiza la perspectiva de Freud hacia las mujeres y su teoría de la feminidad que gira en torno a la supuesta degradación de las mujeres.

En cualquier caso, Freud daba por supuesta la degradación de las mujeres – y esto constituye la clave de su teoría de la feminidad. La fuerza motora de la personalidad de la mujer, según la teoría de Freud, era su envidia del pene, que le hace sentirse tan despreciada a sus ojos “como a los ojos del niño, y más tarde tal vez del hombre” y conduce, en la feminidad normal, a desear el pene de su marido, un deseo que nunca llega a satisfacerse plenamente hasta que posee un pene dando a luz un hijo (Friedan 2009: 157-158)

El capítulo sexto gira en torno al funcionalismo y el trabajo de Margaret Mead. Critica esta teoría y la tesis de Mead. Titulado “El letargo funcional, la protesta femenina y Margaret Mead”, habla y define el funcionalismo

El funcionalismo, originalmente centrado en la antropología y la sociología culturales y que se extendía hasta abarcar el campo aplicado de la educación para la vida familiar, empezó como un intento de convertir las ciencias sociales en algo más “científico”, al adoptar de la biología la idea de estudiar las instituciones como si fueran músculos o huesos, en términos de su “estructura” y “función” en el cuerpo social. (Friedan 2009: 172)

Ejemplificando el uso del término, Friedan llega comparar los pensamientos de los funcionalistas con los de Freud. Pero, sin embargo, llega a la conclusión que la sociedad está cambiando y que ninguno de los argumentos son válidos (Friedan 2009: 181) “Los funcionalistas no aceptaron plenamente el argumento freudiano según el cual “la anatomía es el destino”, pero aceptaron con los brazos abiertos una definición igualmente restrictiva de la mujer: la mujer es lo que la sociedad dice que es.” Friedan ejemplifica el trabajo de Margaret Mead como autora que más influyó en la mujer moderna desde la perspectiva tanto del funcionalismo como de la protesta femenina. Según Friedan (2009: 182-182)

La mística de la feminidad posiblemente haya tomado de Margaret Mead su visión de la infinita variedad de los modelos sexuales y de la enorme plasticidad de la naturaleza humana, una visión basada en las diferencias de sexo y temperamento, que la antropóloga identificó en tres sociedades primitivas: la arapesh, en la que tanto hombres como mujeres son “femeninos” y “maternales” en su personalidad y pasivos […] mundugumor, en la que tanto el esposo como la esposa son violentos y agresivos y presentan una sexualidad positiva, “masculina”; y la tchambouli, en la que la mujer es la socia dominante, que gestiona de manera impersonal, y el hombre es el menos responsable y el emocionalmente dependiente […] De estas observaciones antropológicas posiblemente traslada a la cultura popular una visión auténticamente revolucionaria de las mujeres, que finalmente se ven facultadas para desarrollar sus capacidades plenas en una sociedad que ha sustituido las definiciones arbitrarias de los sexos por un reconocimiento de los dones individuales y genuinos que se dan en personas de ambos sexos”

El capítulo siete “Los educadores sexistas” es una crítica al sistema universitario estadounidense en el que pueden participar las mujeres pero que, para ellos, es un simple pasatiempo hasta que llegue la hora de su indiscutible destino: casarse y tener hijos. Por ello, Friedan, en el capítulo ocho “La elección equivocada”, explica el error cometido por aquellas mujeres que, brillantes en su carrera, la abandonan para asumir el papel impuesto por la sociedad: el de esposa y madre.

Y así la mujer estadounidense hizo la elección equivocada. Corrió de vuelta al hogar para vivir únicamente en función del sexo, entregando su individualidad a cambio de su seguridad. Su marido entró al hogar tras ella y la puerta se cerró, dejando fuera el mundo exterior. Empezaron a vivir la bonita mentira de la mística de la feminidad […] ¿Qué fuerza en nuestra cultura es lo suficientemente poderosa ara escribir “ocupación: sus labores” en letras tan grandes que todas las demás posibilidades que se les presentan a las mujeres prácticamente han quedado anuladas? (Friedan 2009: 259-260)

El capítulo nueve “El camelo sexual” es un estudio de un informe que sirvió como referencia a todas las campañas de publicidad de la época “Institute for Motivational Reserch”. Como explica Friedan (2009: 276)

Hoy en día la feminidad no puede ser tan explícitamente predatoria, exploradora, decía el informe; tampoco puede tener las viejas y desfasadas “connotaciones de destacar de la masa y de egoísmo”. Por lo tanto es preciso limitar la “orientación del ego” de las pieles y sustituirla con la nueva feminidad del ama de casa, para la cual la orientación al ego debe traducirse en unidad, en orientación a la familia.

El informe describe las estrategias a seguir para captar a las amas de casa con el fin de que compren los productos y, así, satisfacer sus deseos y necesidades. De esta manera, Friedan escribe su capítulo diez “Las tareas domésticas se expanden para rellenar el tiempo disponible”. Como su título indica, este capítulo está dedicado a retratar, por medio de diferentes entrevistas, la vida de distintas mujeres. Algunas, representaban el papel de esposa y madre a la perfección.

Entrevisté a otra mujer en la enorme cocina de una casa que ella misma había ayudado a construir. Estaba ocupada amasando la harina de su famoso pan hecho en casa; un vestido que estaba haciéndole a su hija estaba a medio terminar sobre la máquina de coser; en una esquina había un telar. Tirados por todo el suelo de la casa, desde la puerta de entrada hasta la cocina, había pinturas y juguetes de los niños; en aquella costosa casa moderna, como en muchas de las casas de planta abierta de aquella época, no había puerta entre la cocina y el cuarto de estar. Aquella madre tampoco tenía ningún sueño, ni deseo, ni pensamiento, ni frustración propios que la indujera a separarse de sus hijos. Estaba embarazada de su séptimo hijo; su felicidad era completa, me dijo, cuando pasaba los días con sus hijos. Tal vez ella fuera una feliz ama de casa. (Friedan 2009: 292)

Pero no todas ejercían su papel tan seguras de que era su deber y su única profesión. La duda, en algún momento de sus vidas, siempre aparecía:

Estoy buscando algo que me satisfaga. Creo que lo más maravilloso del mundo sería trabajar, ser útil. Pero no sé hacer nada. Mi marido no cree que las esposas deban trabajar. Daría ambos brazos porque mis hijos volvieran a ser pequeños y tenerlos encasa. Mi marido me dice que me busque algo con que entretenerme y que no necesito trabajar. Así que ahora juego al golf, casi todos los días, sola. Cuando caminas por el campo, tres o cuatro horas diarias, al menos consigues conciliar el sueño por la noche. (Friedan 2009: 292)

Friedan llega a la conclusión que esta obsesión de las mujeres por tener la casa perfecta, ocuparse de los hijos y demás menesteres propios de una mujer casada, estaba relacionada con el tiempo. Era importante mantenerse muy ocupadas para no dar lugar a pensamientos que no estuvieran relacionados con su rol.

Aunque nunca encontré ninguna mujer que encajara con esa imagen de “feliz ama de casa”, observé otra cosa en aquellas mujeres capaces que estaban viviendo sus vidas bajo la protectora sombra de la mística de la feminidad. Estaban ocupadas –ocupadas haciendo la compra, llevando a los niños en el coche a todas partes, utilizando sus friegaplatos y secadoras y batidoras eléctricas, ocupadas arreglando el jardín, encerando el suelo, abrillantando los muebles, ayudando a los niños a hacer los deberes, haciendo una colecta para personas con problemas de salud mental y haciendo miles de pequeñas faenas. A lo largo de mis entrevistas con aquellas mujeres, empecé a darme cuenta de que había algo peculiar relacionado con el tiempo que llevan hoy en día las labores del hogar. (Friedan 2009: 292-293)

Los capítulos once, “Las ávidas del sexo”, doce “la progresiva deshumanización: un confortable campo de concentración” y trece, “la identidad sacrificada”, tratan diferentes perspectivas de la mujer ante el sexo y su situación. El capítulo once habla de que ese “malestar sin nombre” empuja a la mujer a una sexualidad irreal y un amor, hacia su marido e hijos, posesivo que no crea más que frustración.

Aun cuando el sexo no les satisface, estas mujeres perseveran en su interminable búsqueda. Para la mujer que vive de acuerdo con la mística de la feminidad, no hay vía que conduzca al logro ni al estatus social ni a la identidad, excepto la sexual: el logro de la conquista sexual, el estatus de objeto sexual deseable, la identidad de esposa y madre sexualmente satisfecha. Y sin embargo, porque el sexo no acaba realmente de satisfacer esas necesidades, intenta reforzar su nada con cosas, hasta que con frecuencia el sexo mismo, y el marido y los hijos en los que descansa su identidad sexual, se convierten en posesiones, en cosas. Una mujer que es a su vez un mero objeto sexual acaba viviendo en un mundo de objetos, incapaz de alcanzar en otros la identidad individual de la que ella misma carece. (Friedan 2009: 324)

En el capítulo doce, Friedan establece una durísima comparación entre los campamentos nazis y la situación de la mujer como ama de casa. En el capítulo trece, Friedan sostiene la importancia de tener un trabajo fuera del hogar que desarrolle las habilidades de la mujer para completar su identidad. Intenta demostrarlo a través del psicoanálisis

A finales de la década de 1930, el profesor Maslow empezó a estudiar la relación entre la sexualidad y lo que él denominó “el sentimiento de dominación” o la “autoestima” o el “nivel del ego” en las mujeres […] descubrió, contrariamente a lo que cabría esperar basándose en las teorías psicoanalíticas y en las imágenes convencionales de la feminidad, que, cuando más “dominante” es la mujer, mas disfruta de su sexualidad […] Nuevamente, el profesor Maslow halló una clara relación entre la fuerza de la identidad y la sexualidad, la libertad de ser una misma y la libertad para “someterse”. Descubrió que las mujeres que son “tímidas, vergonzosas, modestas, buenas, llenas de tacto, silenciosas, introvertidas, retraídas, más femeninas y más convencionales” no eran capaces de disfrutar de la misma plenitud sexual de la que gozaban libremente las mujeres de alto nivel de dominio y autoestima. (Friedan 2009: 381-384)

Finalmente, el último capítulo, “Un nuevo plan de vida para las mujeres” concluye con diversas propuestas y opiniones personales sobre la situación de la mujer de su época. Define lo que es para ella “el malestar que no tiene nombre” y qué hay que hacer para combatirlo

El malestar que no tiene nombre –que es sencillamente el hecho de que a las mujeres estadounidenses se les impide crecer en la medida de sus capacidades humanas y plenas- está cobrándose un peaje mucho mayor sobre la salud física y mental de nuestro país que cualquier otra enfermedad. Consideremos la elevada incidencia de los derrumbamientos emocionales de las mujeres en las “crisis del rol” entre los veinte y los treinta años […] Consideremos la preponderancia de los matrimonios adolescentes, la creciente tasa de embarazos ilegítimos […] Consideremos la alarmante pasividad de las y los adolescentes estadounidenses. […] estos problemas no los pueden resolver la medicina, ni siquiera la psicoterapia. Necesitamos reformar drásticamente la imagen cultural de la feminidad de modo que ésta permita a las mujeres alcanzar la madurez, la identidad, la plenitud del ser, sin conflicto con su plenitud sexual. Es preciso que los educadores y los padres –y los sacerdotes, los editores de revistas, los manipuladores y los asesores orientadores- han un esfuerzo masivo por detener la tendencia al matrimonio temprano, por evitar que las chicas dejen de crecer porque quieren ser una “simple ama de casa”, evitarlo insistiendo, con la misma atención que esos padres y educadores dan a partir de la infancia a los niños varones, en que las niñas desarrollen los recursos de la individualidad, unos objetivos que les permitirán encontrar su propia identidad. (Friedan 2009: 431)

Según Friedan, solo hay un camino para que ese “malestar que no tiene nombre”, desaparezca, y es que la mujer consiga tener su propia identidad

Sólo hay una vía para que las mujeres alcancen su potencial humano pleno: participando en la corriente principal de la sociedad, dejando oír su propia voz en todas las decisiones que den forma a esa sociedad […] deben ser económicamente independientes […] sería necesario cambiar las reglas del juego para reestructurar las profesiones, el matrimonio, la familia y el hogar.[…] Y las tareas domésticas y la crianza de los hijos tendrían que ser compartidos de una forma más igualitaria por el marido, la esposa y la sociedad. (Friedan 2009: 454-455)

Friedan termina con algunas opiniones personales sobre lo que le ha cambiado la vida después de escribir La Mística de la Feminidad. Todas aquellas entrevistas a mujeres, perfectas amas de casa pero con un vacío imposible de describir, podrían referirse, perfectamente, a ella misma. Como explica al final de su libro (Friedan 2009: 464) “…me aferraba a un matrimonio que destruía mi respeto a mí misma. Acabé por encontrar el valor para divorciarme en mayo de 1969. Ahora estoy menos sola de lo que lo estaba cuando me aferraba a la falsa seguridad de mi matrimonio”

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1 La familia típica de mediados del siglo XX es representada desde multitud de fuentes: literatura, filmografía, anuncios publicitarios, ensayos, artículos, investigaciones, etc. En este caso, la fuente consultada es la página web www.historiassiglo20.org/HM/9-1b.htm

2 Datos bibliográficos obtenidos en la dirección web http://mujeresquehacenla historia.blogspot.com.es/ 2010/06/siglo-xx-betty-friedan.html y de Bloch Avial en “Betty Friedan: el trabajo de las mujeres, el liberalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial y los orígenes de la liberación femenil en Estados Unidos”

3 La primera edición del libro fue publicado en 1963; sin embargo, la edición utilizada a lo largo de estas páginas data del año 2009.

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