Mujeres de letras: pioneras en el arte, el ensayismo y la educación
BLOQUE 2. Pensadoras y filósofas

Rosario de Acuña y Villanueva. Una mujer ilustrada en el infierno neocatólico español

Isidoro Neira Toboso

Universidad de Sevilla

Resumen: Rosario de Acuña, Madrid 1850 – Gijón 1923, encarna la secular lucha entre el conocimiento y el dogma. En la irrespirable atmósfera del neocatolicismo y del Concordato de 1851, en que se reconoce a la iglesia católica el derecho a fiscalizar la enseñanza de los colegios religiosos y las escuelas públicas, es educada no obstante, por sus propios padres en claves humanistas y de libertad. Escritora, desde los siete años hace poemas y con veinticinco años estrena su primera obra dramática, Rienzi el Tribuno, con la aprobación del público, la crítica y de “consagrados” como Campoamor y Echegaray. Logra pronto el reconocimiento como escritora en el proceloso mundo de hombres escritores, y además su indomable visión social, le mueve a romper con la noble cuna en que nace y con la sociedad que la agasaja, y da un giro a su vida para convertirse en el referente de la intelectualidad, de la preocupación social, de la emancipación femenina, y del libre pensamiento y por tanto, objeto de persecución y caza desde todos los cotos de la reacción.

Palabras clave: Rosario de Acuña; Neocatolicismo; Escritora; librepensamiento; Rienzi el tribuno; emancipación femenina.

¡Pueblo, nobleza, ¡oh Dios! Delirios vanos

que empecéis esa lucha fratricida!

Pueblan el mundo siervos y tiranos;

mientras no se confundan como hermanos

jamás la ley de Dios será cumplida.

La nobleza ignorante, el pueblo imbécil;

¡cuanta sangre vertáis, toda perdida!

¡Faltan ciencia y virtud! ¡aún está lejos

la redención completa de la vida!1

Rosario de Acuña y Villanueva nace en Madrid el 1 de Noviembre de 1850 en el seno de una familia acomodada de la que heredaría un título nobiliario que nunca usó, pues siempre hizo dejación de las prerrogativas que su cuna le hubiera deparado en la España de su tiempo.

No bien cumplidos los cuatro años comienza a sufrir una afección visual en la córnea que cursaba con vesículas dolorosas, con la correspondiente merma en la visión durante largas temporadas, de tal modo que con dieciséis años estuvo a punto de quedar ciega. Un problema de salud que abre el camino a trastocar el plan de enseñanza, en tanto el colegio de monjas elegido para su educación, en clave de materias y doctrinas pacatas y discriminatorias por sexo, es sustituido por la afortunada y preparada atención de sus padres y de un abuelo, quiénes la imbuyen en el estudio de la historia al que dedica, según ella misma relata, largo tiempo leyendo, razonando obras en profundidad cuya sedimentación, hija del tiempo, afloraría en forma de conocimiento y de los correspondientes análisis contextualizados a lo largo de su vida. “Mi padre me las leía con método y mesura y, en mis largas horas de obscuridad y dolor, las grababa en mi inteligencia” (Fernández Riera 2009: 43). Posiblemente la decisión paterna de ampliar el campo de conocimientos de su hija, le dio una especial visión de conjunto de la sociedad en la que debería desenvolver su propia existencia.

Durante el reinado de Isabel II, la influencia del neocatolicismo2 impregnaba la ya de por si cargada atmósfera social y religiosa española, de la creencia en el destino que Dios había deparado a las mujeres, en su sagrada misión ante la familia y la crianza de los hijos. Otra relevante enseñanza recibía de un abuelo, experto naturalista quien le inculca el conocimiento y amor por las Ciencias Naturales algo que materializaría en sus repetidas visitas a la naturaleza, donde pasaba largas temporadas, relacionadas con su padecimiento ocular cuando, en las crisis dolorosas sus abuelos aconsejaban ¡¡esa niña, al campo¡¡ o al Cantábrico dónde el yodo de la mar, le hacía bien. La observación y el análisis, verosímilmente ya sería para una niña de su tiempo, un valor añadido en relación al panorama que presentaba la educación en España en ese tiempo, aún peor si era hembra; a lo que sumar sus frecuentes viajes por España y a algunos países europeos, y sin embargo para nada estuvo lejos de la cotidianeidad de la vida doméstica y sencilla, pues, su propia madre Dolores de Villanueva, era una especialista en el bordado con aguja y seda de colores, reproduciendo conocidas obras pictóricas.

En cualquier caso, sea como fuere, Rosario de Acuña con veinticinco años refiere que ya lleva 18 años escribiendo versos “muchos y desiguales renglones que con lápiz, carbón o tinta iba escribiendo en ratos tan perdidos, que ni de ellos me daba cuenta”.

Ya en 1873 publica Un ramo de violetas editado en la Bayona francesa, en junio de 1874 en La ilustración española y americana3 se da a conocer su poema En las orillas del mar, en 1875 publica obras en verso tituladas La vuelta de una golondrina, y en 1876 Ecos del alma. Cada tiempo tiene sus gustos e influencias, hemos visto cómo Rosario de Acuña tiene un buen conocimiento de la historia. Es un tiempo en que el drama histórico está de actualidad y en ello es reconocida la autoridad de Echegaray. Rosario va a iniciar pronto su carrera como autora dramática en Febrero de 1876 con el drama trágico en dos actos y epílogo4 que se desenvuelve en el Capitolio de Roma. La obra, traza la lucha entre el pueblo y la nobleza durante el septenio 1347-1354. Como protagonista, Rienzi, quién lucha por la libertad y por terminar con la decadencia en Roma, un proyecto digno al que se adhiere la nobleza que, una vez frenada la dinámica, intriga y logra volver al pueblo contra su líder. Un argumento que no es nuevo, pues ya había estrenos y trabajos previos sobre el personaje, además de que pocos días antes, el 5 de Febrero de 1876 se representó en Madrid la primera obra de Wagner cuyo personaje principal era Rienzi.

Al estreno el sábado 12 de Febrero de 1876 de su drama Rienzi el tribuno, acudió un público asiduo que llenó el aforo del teatro del Circo. Se había filtrado que la obra era fruto de la escritura de una señorita conocida por sus publicaciones poéticas. Al término del primer acto, el público entusiasmado pedía conocer a la autora, Rafael Calvo uno de los actores principales pidió al público permitiese esperar hasta el final de la obra, pero el segundo acto cautivó tanto que la autora no tuvo más remedio que presentarse en escena entre inacabables aplausos (Acuña 1989: 27)

Obtiene la aquiescencia del público, la aprobación de la crítica y los parabienes de renombrados escritores del momento, como Núñez de Arce, Campoamor, Alarcón, y Echegaray (Fernández Riera 2009: 9). La crítica fue unánime en su asombro por la fuerza poética de la autora a la que calificaron como varonil, un epíteto que en el contexto de la época debe interpretarse como un halago, pues desde una sociedad influenciada por el dominio del varón, se suponía que una mujer no tenía facultades para alcanzar la calidad del hombre, salvo casos excepcionales, que inmediatamente relacionaron con Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Rosario de Acuña y Villanueva, entonces una bella mujer de veinticinco años que peinaba tirabuzones, puede leer al día siguiente en El Imparcial:

Posee el prestigio del genio que engrandece y avasalla cuanto su mano toca […] la musa de Rosario de Acuña entra en la escena entre una alfombra de flores, y bajo arcos de palmas. El Imparcial. 13 Febrero 1876.

El domingo siguiente, 20 de Febrero, Asmodeo un conocido crítico escribe lo siguiente:

Si no lo hubiera contemplado con mis propios ojos, […] aparecer una y otra vez en la escena a aquella graciosa joven de semblante risueño, de mirada apacible, de blanda sonrisa y ademán tranquilo y sereno, no hubiera creído nunca que Rienzi era inspiración de una musa femenil […] pero era una mujer en toda la plenitud de sus facultades intelectuales…Ignoro aun si la joven es un autor dramático, pero puedo asegurar ya que es un poeta de gran aliento, de rica fantasía y alto vuelo. (La Época. 20 Febrero 1876)

Rienzi el tribuno, fue representado en el teatro del Circo, en Madrid, durante dieciséis noches de completo éxito. Conviene en este punto retomar su vida personal pues un año antes en 1875 había contraído matrimonio con Rafael de la Iglesia y Auset, un teniente de infantería del que se siente enamorada. Se trasladaron durante un tiempo a Zaragoza, como destino profesional del marido, si bien pronto, este matrimonio comienza a fracasar, al parecer por infidelidades del marido (Pérez-Manso 1991: 50), cuestión que resuelve Rosario de Acuña con la separación, algo completamente infrecuente para aquél tiempo. Decide irse a vivir a una finca en una población al sur de Madrid, pues, ve en el medio urbano hostilidad, vanidad y envidias fútiles. Rodeada de personas conocidas que le ayudan, crea el ambiente adecuado para la meditación y la escritura, a veces frenética en poesía, cuento, novela, teatro y desde luego artículos de prensa. Su pensamiento, lejos del medio urbano, del que piensa corroído por las envidias, las apariencias y nimiedades de una sociedad que ha perdido el rumbo y a la que considera enferma, nos introduce en escenarios que contemplan la necesidad de regeneración y que nos hacen atisbar que Rosario de Acuña va mostrando un interés por lo social, que su profunda visión de conjunto la impele a seguir el camino de las vanguardias intelectuales que por ese tiempo comienzan a reaccionar por la interrupción, una vez más, del tiempo de libertad que supuso la que dio en llamarse Revolución Gloriosa o Sexenio Democrático (1868-1874).

Luego efectivamente no hay que perder de vista el pensamiento krausista,5 pues lo peculiar del krausismo no es solo que recupere elementos fundamentales de la Ilustración, sino que además le añade un sentido moral muy acusado de la existencia. Como dice J. Cuesta (2003: 214), a finales del XIX, se va a defender desde los sectores de la sociedad más progresista la necesidad de integrar a la mujer en la sociedad.

Las cosas empezaron a cambiar a finales de siglo con la emergencia de las nuevas clases medias y bajo la influencia de los intelectuales krausistas y la Institución Libre de Enseñanza, que empezó a preocuparse de la educación de la mujer (Ureña 1999: 37-73).

En esta línea el discurso del krausismo piensa en convertir a la mujer en factor de progreso y, no de reacción, educándola en una clave moderna y laica, que chocaría fuertemente con la beatería que muchos grupos ideológicos atribuían y denunciaban en las mujeres españolas. No obstante, para este tiempo, estos deseos regeneracionistas respecto a la mujer, no significaban una tendencia feminista profunda, tal como podríamos entenderla en nuestros días, sino la constatación de que la mujer vehiculaba a sus hijos los primeros valores de su vida, un rol privilegiado que la sociedad desde la filosofía del krausismo necesitaba con vista a la creación de una sociedad nueva, ética y de valores morales indiscutibles. Rosario de Acuña publica: “La regeneración social vendrá del individuo, el individuo se regenerará en la familia, y de la familia sois vosotros el único motor.”(El Correo de la Moda. Madrid. 10 de Abril de 1884)

Un programa regenerador que irá dando a conocer a partir de la primavera de 1882 durante tres años, en varios artículos que publica en El Correo de la Moda que, ayer como hoy, tenía como lectoras a la clase media del entorno urbano, a quiénes intenta convencer de las bondades que la familia obtiene al vivir en el campo. Ello sin hacer dejación de su obra literaria, con nuevas reediciones de Ecos del Alma, Tiempo perdido o su aportación a la obra colectiva que dirige Faustina Saez de Melgar6 titulada Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas. En el mes de marzo de 1884 publica Sentir y pensar una obra en verso en la que relata la frustrada relación entre María, una chica de “servir”, y Fernando un joven adinerado que no cumple las promesas que le hacía a su amante.

No mucho después recibe invitación, que acepta, para leer públicamente sus poemas en el Ateneo Científico y Literario de Madrid, un asunto que no estuvo exento de polémica en la prensa madrileña con argumentos favorables y contrarios a que una mujer pudiera ocupar la tribuna. No obstante el sábado 21 de abril de 1884 Rosario de Acuña lee sus poemas, una especie de pica en Flandes para las mujeres que interpretaron su protagonismo en el vedado espacio del Ateneo como un gran avance y desde luego todo un reconocimiento personal del mundo de la intelectualidad y de la cultura, que sin embargo no va a comprender que su poesía romántica, soñadora, consuetudinariamente en la tradición burguesa de dejarla estar pero no estorbar, trastoque en una incipiente preocupación por lo social ante las inmensas desigualdades que observa en su tiempo y le duelen de su muy querida España, dando paso a un relato más pegado al suelo, en claves de pesimismo y dolor por el comportamiento de los seres humanos.

La restauración borbónica que siguió al Sexenio Democrático (1868-1874), no hizo otra cosa que “restaurar” la ausencia de la esperanza en un país moderno. Será en ese contexto en el que nacen sus artículos en El Correo de la Moda en demanda de que sean las mujeres quiénes lideren la regeneración social desde un campo que les es especialmente conocido, la familia.

Con frecuencia tendía la mirada sobre mi patria, y, viéndola enferma de nostalgia de moral, con los huesos roídos por el sibaritismo del vicio y de la vanidad, adormecida por el aroma del incienso, opio funesto […] viéndola en el indiferentismo de la mujer prostituida, sin rubor en sus frente ante las bajezas de sus señores, sin indignación en su alma ante el cinismo de sus dueños

Las Dominicales [del Librepensamiento].
Domingo 28 Diciembre de 1884

Con treinta y tres años Rosario de Acuña es consciente de la trayectoria singular de su propia vida como escritora muy acreditada en un mundo dominado por los hombres, y sin embargo accede al doble salto mortal de seguir sus pensamientos, pese al enorme viento en contra de una España anclada en las influencias del neocatolicismo, decisión que le hace comprender que su anhelo no es único sino compartido por otros muchos españoles, sólo que quizás revestidos del dulce ropaje de lo clandestino, -que algunos de nosotros, tuvimos ocasión de saborear en la transición política-, y posiblemente sintiéndose en esta tesitura también tan singular como ya lo era en su vocación de escritora. Una confirmación la obtiene conforme llegó a sus manos un ejemplar de Las Dominicales [del Librepensamiento]7 un semanario que se publicaba desde pocos meses antes y que le hizo comentar:

En ellas [sus páginas] palpitaba la vida de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, […] ¡Cuánto he meditado teniéndolas delante y con los ojos a medio cerrar, para resumir mejor la síntesis de cada uno de sus artículos! (Fernández Riera, 2009: 97)

Una meditación que poco a poco va a ir tomando cuerpo cada vez más seguro en las filas del progreso, de la defensa de los derechos de las mujeres y haciendo suyo los postulados del librepensamiento, de tal forma que, a partir de 1884, y previa carta solicitando el plácet, dirigida a su fundador y director Ramón Chíes, comienza a colaborar con uno de los símbolos de las revistas de su tiempo, la ya mencionada Las Dominicales [del Librepensamiento], haciéndolo saber a través de una carta que aparece en la primera página de la Revista8, en diciembre de ese año.

Sus primeras colaboraciones tuvieron como fondo la religión, para expresar su profunda fe religiosa y para hacer comprender la idea de que para nada los librepensadores eran sinónimos de ateos. Destaco entre sus múltiples artículos, el que titula “Se lo merecen”:

Se lo merecen![...] ¿Por qué? ¿Por qué se merecen el dolor, el hambre, el trabajo incesante y agotador, la miseria y la muerte sin hogar y sin familia, esos hijos del hombre? ¿Por qué se merecen tal acumulamiento de males esos desventurados? ¿Porque nacieron sin fortuna? ¿Porque se criaron sin educación? ¿Y vuestro dinero, en qué se gasta, potentados? ¿Y vuestra caridad, en qué se emplea, sacerdotes? Y ese clero, que sanciona con su presencia vuestros festines y saraos, ¿por qué no guía con su consejo a los poderosos de la tierra, hacia las sendas de la verdadera redención, enseñando con imperturbable constancia y continuo ejemplo que los que amen al pobre serán amados de Dios? ¿No es ésta la doctrina de Cristo?

Las Dominicales [del Librepensamiento],
Domingo 10 Mayo de 1885.

Es un tiempo en que es consciente de haber cruzado a un punto de difícil retorno de tal forma meditado que ingresa con 35 años en la logia masónica, La Constante Alona, bajo el simbólico nombre de Hipatia, con el que va a firmar muchos de sus escritos a partir de entonces (Ramírez 2000: 48-50).

Rosario en ese tiempo despliega aun mayor actividad con constantes viajes, por toda España. Conocida por sus escritos en países como Alemania, Francia y Portugal, le sirven de altavoz y acicate para su lucha a favor de los derechos de las mujeres, convirtiéndose en una de las máximas defensoras del matrimonio civil al tiempo que es consciente de que el ámbito de su discurso está señoreado por la fuerte influencia y poder de la iglesia católica que, conforme al Concordato de 1851, era la encargada de velar por la pureza ideológica y asimismo de la educación de todos los españoles tanto en las escuelas de la iglesia como en las estatales.

Por ello la utilidad de la obra de Acuña, con fuerte vocación didáctica obedece a una voluntad que se proyecta hacia el futuro, la regeneración, la educación, el proyecto, el cambio y el progreso y, en este sentido, rompe siempre con la tradición, y su excepcionalidad escapa a cualquier intento de explicación reduccionista (Díaz Marcos 2006: 49). Y posiblemente sin pretenderlo, –sólo leer sus múltiples escritos–, la convierte al mismo tiempo, en una fuente primaria para la historia de su tiempo, pues su sensibilidad detecta al detalle los entresijos del drama político, económico y social, en un siglo en que una buena parte de la sociedad europea está entusiasmada con el progreso de la ciencia y de sus avances científicos y sin embargo en España, desde muchas tribunas y púlpitos, se ofrece el continuismo como almoneda, condenando todo lo que se mueva, mientras entre bambalinas y poderes ocultos, la tramoya intenta hacer creer que el solar patrio no es un esperpento.

En 1888, escribe Un certamen de insectos y La casa de muñecas, ambos para el público infantil. El proyecto educativo de Acuña en La casa de las Muñecas coincide plenamente con los planteamientos básicos del Krausismo y la Institución Libre de Enseñanza en materia educativa (Díaz 2006: 30). Este mismo año va a dar sendas conferencias en el Círculo de las Artes de Madrid la primera de ellas el sábado 14 de Enero en que disertará sobre Los convencionalismos, otro sábado de tres meses después, 21 de Abril da su segunda conferencia, Consecuencias de la degeneración femenina, ambas nos confirman la notoriedad o aura de que disfruta. Sin dejar el año 1888, fruto de un conocimiento reciente de gente joven asociada a un “Ateneo Familiar”, va a hacer buena amistad con un joven estudiante de Derecho de diecinueve años, Carlos Lamo Jiménez quién es el Presidente de mencionado Ateneo. A él le dirige carta de la que entresaco el siguiente párrafo:

Atiende, Carlos, y hazlo presente a tus asociados. Tengo por seguro que la regeneración española, es decir, el levantamiento de las energías laceradas y entumecidas de mi patria no se realizará sino por la juventud. […] Vuestra generación es la España del porvenir, con ella están en los códigos del estado: la República, sin adjetivos, sin reyes y sin Histriones; la Iglesia sin autoridad devastadora, sin rentas sacadas del trabajo de pueblo contra su voluntad, y sin soberanía sobre la dignidad de los ciudadanos.

Las Dominicales [del Librepensamiento], 31 de Marzo de 1888

El Padre Juan, es uno de los iconos de su obra literaria en tanto está escrita con resolución y valentía, fruto de una mujer madura en un contexto siempre difícil. Para Rosario de Acuña, el rubicón9 que supuso poner su pluma al servicio del conocimiento, de la razón y el librepensamiento, por ser éstos más incomodos que los dogmas dados, la convierte en una escritora, pensadora y periodista a derribar. En esta obra teatral, esquemáticamente traslada la sociedad de su tiempo al escenario, pues la arrolladora juventud quiere terminar con la corrupción y vileza establecida y sobre todo legitimada por el responsable de mantener el fanatismo del dogma. Su desarrollo es en una aldea asturiana, manejada por el Padre Juan en la que Isabel Mongorviejo y Ramón Monforte deciden casarse por lo civil al tiempo que forjar una profunda reforma social. Estas ideas se oponen a la de los viejos lugareños, corrompidos por la larga manipulación y perversidad del Padre Juan. Un drama que tiene su acto final con el asesinato de Ramón Monforte, quien resulta ser hijo ilegítimo del sacerdote.

De claro sentido anticlerical, para nada excepcional en esos lustros, y pese a haber superado la censura previa, la obra no encuentra empresario que se atreviera a ponerla en escena por lo que, es la misma autora quien crea su propia compañía ad hoc y la estrena en el madrileño teatro Alhambra el jueves 2 abril de 1891, en una noche de clamoroso éxito y con las entradas vendidas para la representación del día siguiente que, no llegó a hacerse, pues una orden verbal del gobernador10 suspende las siguientes representaciones al tiempo que se agotan en las librerías los dos mil ejemplares de la edición impresa y los de una segunda edición, también de dos mil ejemplares, pues un error administrativo había olvidado secuestrarlos. El republicano periódico La Justicia, lo considera un drama “en el que se pone en juego la eterna lucha entre los partidarios de la fe y del librepensamiento” conceptos que reconoce haber sido rabiosamente aplaudidos por el público en la única representación; por su parte la prensa conservadora que estuvo inicialmente de acuerdo con que fuera suspendida la obra, conforme ésta se prohíbe, ya no aborda el trasfondo de ataque a la intolerancia religiosa de la iglesia católica, sino que ahora la emprende como una fuerte crítica literaria a la pieza dramática. La suspensión se volvió en contra del Gobernador si bien con el matiz de que la prensa conservadora lo criticaba no por suspenderla sino por no haberla prohibido previamente. Las actitudes expresadas por los medios de comunicación no guardaron moderación, por lo que resultaba difícil desentonar aún más, aunque se consiguió, pues, en La Libertad el miércoles 8 de abril de 1891 se publica una síntesis del pensamiento patriarcal imperante: “Esa señora ha podido optar por la vida doméstica y nadie la hubiera traído ni llevado. La vida pública tiene esos inconvenientes y nadie se exime de ellos.”

Un año y medio después estrena La voz de la Patria, un breve drama en un sólo acto por el que anima a defender a la Patria en el marco de la guerra de África, una defensa que contrapone con el sentimiento de amor a la familia, y que es representado en el Teatro Español. Tras este estreno, viaja brevemente por Europa y a su regreso abandona Madrid definitivamente, acompañada de su madre, y del joven Carlos Lamo Jiménez, que ya no la abandonaría nunca. Se instalan en principio en Cueto a las afueras de Santander, años después fijarán su residencia Gaguean, población costera al lado de Gijón. (Ramírez 2000: 48). Para entonces Rosario de Acuña tiene cuarenta y dos años, y no se plantea el matrimonio. Muchos años después, tras su muerte, su compañero sentimental escribe: “Durante cuarenta años fui el compañero de todos los minutos de aquella mujer extraordinaria”.

Por otra parte Rosario de Acuña, conforme falleció su madre, hizo testamento en Febrero de 1907 por el que declaraba como único heredero a Don Carlos Lamo Jiménez, abogado, “a quien lego todos mis bienes muebles o inmuebles, en una palabra, todo cuanto posea en la fecha de mi fallecimiento […] y es mi voluntad terminante que nadie le dispute la herencia ni en total ni en parte” (Fernández Riera 2009: 148-150).

Fruto posiblemente de sus largas temporadas en la montaña y en la mar, Rosario de Acuña era una experta excursionista, las cuales a veces duraban varias semanas, turnando senderismo, montañismo, paseos a caballo11, en los Picos de Europa y en la Sierra de la Estrella:

Usted siente bien la naturaleza y tiene que comprender toda su belleza en este rincón español. Yo la conozco casi palmo a palmo; en cuanto a Asturias, la Montaña y Galicia, las sé como mi casa (Bolado, 2000:36)

También en ello una adelantada del amor a la naturaleza y del respeto a los animales, cuyo testimonio vemos con frecuencia en su extensa obra y en su pensamiento, alegando la necesidad de vivir o hacer vida campestre y de evitar las grandes ciudades. De su testamento llama la atención lo siguiente:

Se lo suplico encarecidamente, cuide los animales que haya en mi casa cuando yo muera, especialmente mis perros, que no los maltrate, y les proporcione una vejez tranquila y cuidada, y que tenga piedad y amor hacia las pobrecillas aves que dejé, y si no quiere o no puede sostenerlas […] de ninguna manera las venda vivas para que no sufran los malos tratos que les da el brutal pueblo español (Castañón, 1986: 167-169)

Una última etapa de su vida, (1909-1923), ésta de Gijón, en la que, pese a las heridas en su alma por la larga pelea, es fiel a sus ideas, pues por una parte vive en una retirada casa sobre un acantilado de la costa gijonesa, y por otra, su pensamiento y sus artículos no cejan en defensa de la razón, el librepensamiento y la necesidad de una regeneración de la sociedad española que para ella debe ser dual, a través de la educación de la mente y espíritu y de la higiene corporal. También seguirá denunciando el clericalismo que todo lo influye, y asimismo defiende a los más desfavorecidos participando en campañas para socorrerlos. “El siglo XIX es la época de plena vigencia de la creencia en el progreso” (Marías 1980).

Pero el episodio más ingrato de los tres lustros en que estuvo en Gijón y por tanto de sus últimos años de vida, fue el que se produce en el otoño de 1911 a las puertas de la Universidad Central de Madrid en que unos estudiantes se concitaron a la salida de clase para insultar de palabra y físicamente a compañeras universitarias. Una persona que pasaba por allí tirando de una carreta, se enfrentó a los estudiantes y los puso en huida. A Rosario de Acuña, a su indomable espíritu luchador, este hecho le impele a escribir a la publicación parisina L’Internationale, una carta, donde muestra su indignación por los ataques sufridos por algunas estudiantes en la Universidad Central12, carta que va a ser publicada, denunciando a la Universidad Española y a la misoginia de su estudiantado varonil. Como si de un esperpento se tratara, hubo huelga general de toda la Universidad española, incluso apoyada por el propio gobierno, que da orden de busca y captura contra Rosario Acuña, quien con el paso del tiempo, hubo de exiliarse en Portugal.

El Progreso, de Barcelona, el 22 de noviembre de 1911 reproduce el polémico artículo titulándolo La Jarca de la Universidad que, traza la turbación de la autora por la situación de la mujer en una sociedad patriarcal que la condena a un papel de sumisión sin igualdad en la educación y abocada a una vida fútil, inactiva, recluida en el ámbito doméstico y sometida por sus obligaciones y por la religión.

En cualquier caso, este artículo muy posiblemente en la sociedad de ese tiempo, soliviantó los imperturbables esquemas. Muy en extracto escribía:

Esto pasa en la Universidad de la capital española. ¿Y qué significa esto? Pues nada más que lo siguiente: excepto unos pocos españoles, la mayor parte, perteneciente a la categoría social del carretero, y el resto de dicha parte a la categoría de los Costa, Pi y Margall, Linares, Giner de los Ríos, y unos poquitos más, todo el resto de los españoles no son ni machos siquiera...¡no! porque ni los perros, ni los verracos, ni los garañones, ni aún los mochuelos machos, acometen a las hembras y hasta se dejan morder, cocear y picar por ellas, con la mayor dulzura y benevolencia, y ¿por qué? porque son machos; porque tienen la conciencia de su destino, de amparadores y defensores de sus compañeras. Nuestra juventud masculina no tiene nada de macho, como la mayoría son engendros de un par de sayas, la de la mujer y la del cura o el fraile, y, de unos solos calzones los del marido o querido, resultan con dos partes de hembra: […] Tienen, en su organismo, tales partes de feminidad, pero de feminidad al natural, de hembra bestia, que sienten los mismos celos de las perras, las monas, las burras y las cerdas, y ¡hay que ver cuando estas apreciables hembras se enzarzan a mordiscos; las peloteras suyas son feroces...!

¿Qué les quedaría que hacer a aquellas pobres chicas?... digo pobres chicos... si las mujeres van a las cátedras, a las academias, a los ateneos y llegan a saber otra cosa que limpiar los orinales, restregarse contra los clérigos, y hacer a sus consortes cabrones y ladrones, para lucir ellas las zarandajas de las modas...?

¡Arreglados quedarían entonces todos estos machihembras españoles si la mujer adquiere facultades de persona! ¿qué van a ser ellos? ¿amas de cría? No, no; los destinos hay que separarlos; los hombres a los doctorados, a los tribunales, a las cátedras, a las timbas y a las mancebías de machos, a ser unas veces ellas y otras veces ellos; […] Júntense todos cuantos carreteros sean precisos para secundar al carretero apaleador de estudiantes, y lluevan palos sobre esos hijos espurios, amamantados en los hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beaterios, alcahuetes de vicios y crápulas...! ¡firme contra esos micos, sin la gracia del rabo, y sin la utilidad que dan los auténticos al titiritero ambulante!

¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba! Así como se van a cazar alimañas al África, para repartirlas luego por las colecciones zoológicas, así se vendrán a cazar indígenas a España para luego repartirlos, de barraca en barraca, enseñándolos como ejemplo de hasta dónde puede llegar la degeneración humana.

¡Qué bien estarían esos estudiantitos de la Universidad de Madrid con un libro de retórica en la diestra, y relamiendo una lagartija recién chamuscada; sin taparrabos ¿para qué? con un aro de cobre en las narices; las piernas casi todos serán patizambos llenas de ajorcas; cuatro plumas de gallo tiesas en la coronilla, y una lavativa tatuada sobre los riñones...Puestos así, haciéndolos bailar en un tablado, al son de la “Marcha de Cádiz” el himno de nuestras glorias y con un letrero anunciándolos como la elite de la raza española, eran el clou del mundo...

¡Ande el movimiento y venga de ahí, ilustrísima, reverendísima y sapientísima falange de machos españoles!

El Progreso, Barcelona, 22-11-1911

Para los últimos años de su vida vemos una evolución en su discurso social y en su reflexión e ideales sobre el linaje humano. El 1º de Mayo de 1916, con sesenta y cinco años de edad pronuncia un discurso en que dice: “Hay que ir al porvenir sin capital, sin reyes y sin iglesias, con el alma saturada de amor: la única religión de la Naturaleza” (Acuña 2006: 11).

Rosario de Acuña, fallece en Mayo de 1923 de una embolia. El día de su entierro, republicanos, y otras avanzadillas políticas y sociales, además de multitudes de gijoneses, fueron hacia su casa, gente sencilla, el pueblo llano y trabajador que, agradecidos, llevaron su féretro a hombros durante varios kilómetros por las calles de la ciudad hasta depositarlo en el cementerio civil. En su testamento dejó escrito:

Habiéndome separado de la religión católica por una larga serie de razonamientos derivados de múltiples estudios y observaciones, quiero que conste que no consiento que mi cadáver sea entregado a la jurisdicción eclesiástica, testificando lo que en vida afirmé con palabras y obras, mi desprecio completo y profundo del dogma infantil y sanguinario, cruel y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización de la especie humana. Rosario de Acuña. Testamento.

Como para tantas otras mujeres, el inicio en 1936 de la guerra civil y su correlato de dictadura durante cuatro décadas sirvió para sustanciar de iure y con toda seguridad también de hecho, lo que los historiadores conocemos como Damnatio Memoriae13.

Bibliografía

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MARÍAS, Julián (1980): La mujer en el siglo XX. Madrid; Alianza Editorial.

PÉREZ-MANSO FERNÁNDEZ, Elvira M. (1991): Escritoras asturianas del siglo XX: entre el compromiso y la tradición. Oviedo: Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias.

RAMÍREZ GÓMEZ, Carmen (2000): Mujeres escritoras en la prensa andaluza del siglo XX (1900-1950). Sevilla: Publicaciones de la Universidad de Sevilla.

UREÑA, Enrique M.; ÁLVAREZ LÁZARO, Pedro; (eds.) (1999): La actualidad del krausismo en su contexto europeo, Madrid: Editorial Parteluz.


1 Rienzi el Tribuno. Acto II, Escena IV.

2 Ideología política que se desarrolló a finales del siglo XIX y principios del XX, que aspiraba a restablecer en todo su rigor y con la máxima fidelidad y ortodoxia las tradiciones católicas en la vida social y en el gobierno del Estado.

3 Publicación periódica española de la segunda mitad del s. XIX y primeros del S. XX

4 La obra la escribió en muy pocas semanas

5 El Krausismo es un Sistema filosófico de K. C. Friedrich Krause (1781-1832), caracterizado por el intento de conciliar el racionalismo con la moral. Toma el nombre del filósofo alemán K. C. Friedrich Krause, (1781-1832). Es Julián Sanz del Río quién introduce en España el Krausismo. Posteriormente Giner de los Ríos, su discípulo, fundará en Madrid la Institución Libre de Enseñanza, que terminará su andadura tras el golpe de estado contra la República de 1936.

6 Faustina Sáez de Melgar (1834-1895), escritora y periodista, apoyó los movimientos políticos que impulsaban la evolución de la sociedad, presidió el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, con el respaldo de los krausistas, dirigió la revista La Mujer, y no obstante desde su disposición, el sistema de enseñanza femenino “debería preparar a la mujer burguesa española para el trabajo intelectual a fin de evitar su proletarización en caso de desamparo,”

7 Las Dominicales del Librepensamiento, dirigido por el librepensador y republicano Ramón Chíes, se había convertido en portavoz de los intelectuales progresistas españoles, de los masones, de todos aquellos que se consideraban voluntariamente fuera de la ortodoxia religiosa, social y política de la Restauración.

8 En la primera página del nº 98, 28 de Diciembre de 1884.

9 Cuando en el año 49 antes de Jesucristo, César llegó a orillas del Rubicón, después de unos momentos de reflexión acerca del peligro que entrañaba franquear dicho río, se decidió a vadearlo, diciendo: Alea jacta est (La suerte está echada). Sabía que este hecho desataría la Guerra Civil contra Pompeyo. Pero no porque ese río marcara el límite de Italia con el resto de provincias, sino porque ningún gobernador podía salir con su ejército del territorio asignado sin consentimiento.

10 Marqués de la Viana

11 Fue detenida en El Barco de Valdeorras, por orden gubernamental, sin más razón que lo extraño de su modo de viajar: Iba a caballo (Acuña 1989: 136).

12 Fueron seis jóvenes estudiantes. Dos españolas, dos francesas, una norteamericana y una alemana, matriculadas en la Universidad Central en la Cátedra de Literatura General y Española. Fueron esperadas a la salida por algunos compañeros, maltratadas de palabra y vituperadas.

13 Condena de la Memoria. El Senado romano la decretaba a quiénes consideraba enemigo o traidor. S obra, inscripciones, estelas, y monumentos que lo recordaran, eran destruidos y se prohibía usar su nombre.

14 Notas y edición.

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