Si bien es cierto que las razones por las que un lector decide leer una obra determinada son diferentes y diversas, también es cierto que todo lector busca “sentir”. Es precisamente a través de las emociones como el lector conecta con la obra literaria. Por eso, la finalidad de la literatura ficcional, ya sea narrativa o poética, es la de producir un efecto emocional en los lectores. Solo con el inicio de una frase o de un verso se estimula la pasión, el horror, la curiosidad, la rabia…
Si finalmente aceptamos que la respuesta emocional es fundamental para el éxito de la comunicación literaria, entonces el área de lengua en sus contenidos relacionados con la literatura no solo no puede ignorarla, sino que debe convertirse en el eje central del proceso de enseñanza-aprendizaje.
En efecto, el área docente que posee el más valioso de los instrumentos para la construcción del aprendizaje, el lenguaje, debe ir más allá de la transferencia del conocimiento adquirido y la identidad cultural unificada que promueve el estudio tradicional de la literatura, para atreverse a abrir la puerta del aula a una pedagogía crítica que aborde el valor de los sentimientos, las emociones y los deseos como parte ineludible del proceso formativo. No olvidemos, como sostiene Giroux (2001), que “los estudiantes se mueven por sus pasiones y se motivan, en gran parte, por las inversiones afectivas que aportan al proceso de aprendizaje”.
El referente para activar esa necesaria inversión afectiva no puede derivarse solo de las formas más mundanas del discurso, las llamadas paraliteraturas (rock, rap, pintadas urbanas, series televisivas, videopoemas…), ampliamente devoradas por los adolescentes, verdaderos depredadores audiovisuales a tiempo completo. Didácticamente, su eficacia es ya indiscutible para abordar la educación lingüística y literaria en el aula de secundaria. Estas prácticas culturales comparten con los libros aquella exigencia juvenil de Kafka hacia una buena obra literaria: “un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”. En efecto, como si de libros atomizados se tratara, muy frecuentemente, las paraliteraturas también vulneran nuestro ser, cuestionan lo que somos, en definitiva, también rompen el mar congelado de los alumnos de secundaria.
Ahora bien, estas otras literaturas han de convivir didácticamente en constante diálogo intertextual con los propios clásicos literarios. De hecho, como sostiene Nuccio Ordine (2017), la actividad más urgente en la actualidad que debe llevar a cabo un profesor es la lectura de los clásicos y su interacción con la vida misma.
De acuerdo, pues, con esta prioritaria acción docente e impulso humanizador de la escuela, en este libro se procura que sean los clásicos los textos literarios que conecten con las necesidades emocionales de los alumnos, convencidos de que en ellos es donde nos encontramos con nosotros mismos. Por ello, como azorinianos rescatadores, hemos indagado en los clásicos literarios para desvelar si estos están de acuerdo con nuestra manera de ver y de sentir la realidad, con la intención de proporcionar algunas herramientas al alumnado para su empoderamiento afectivo.