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07/08/2006
el carisma de alquibla levanta el telón del certamen teatral decano de la región
No muchos festivales de teatro son inaugurados por la brisa que mece los decorados. Los altos telones que arroparon la comedia que inspiró a Mozart, Las bodas de Fígaro, cobraron vida con el viento minutos antes de aparecer los actores murcianos de Alquibla, encargada este año de abrir la 37 edición del certamen. Una magia fugaz de breves instantes, que dio paso al carisma y la veteranía del reparto habitual del grupo murciano, metido en la moda del siglo XVIII para representar una divertida comedia de Pierre Agustín Caron de Beaumarchais. La apertura contó con todos los ingredientes para avivar el encanto del teatro: música en vivo del Cuarteto Saravasti, sutil y cortesana, vestuario colorista de Gema de Dios, ambientación impecable y las tablas de los actores murcianos, que ya han representado la obra en varias ocasiones y se desdoblan con graciosa agilidad.
Esperanza Clares con su carisma habitual, del que saca partido en cada comedia; Lola Martínez con momentos de brillante lucidez escénica; pero sobre todo, inspirados e iluminados que debieron llegar al Mar Menor, Alfredo Zamora y Pedro Segura, con sus seis interpretaciones -tres personajes cada uno- se emplearon para dejar con la boca abierta al poco abundante público que asistió a la apertura del Festival. Genial fue la interpretación del señor Atagansos por Alfredo Zamora, quien compone un personaje singular, tartamudo y de cojera balanceante, que se convierte en una joya de la comicidad. Impecable en la piel de Juan Salomón, uno de los burgueses agitadores que contribuyen a desencadenar la Revolución Francesa. La función se traslada cuatro años antes de la Revolución, «el momento en el que las personas decidieron ser personas», como afirma el grupo en su presentación. Así que Juan Salomón-Alfredo Zamora dice cosas como «el hombre es capaz de asaltar los cielos», «todos somos iguales ante la ley», «fraternidad» y alturas parecidas, con un convencido aplomo que despierta el instinto revolucionario y las ganas de lanzarse a las trincheras. Encarna en definitiva el fondo libertario y de cambio que bullía en el ambiente de aquella sociedad prerrevolucionaria y decadente, el pálpito latente del cambio. El Beaumarchais de Pedro Segura es también palabras mayores. Su borracho despierta la misma admiración que su gravedad en el papel de malo bueno que encarna en Beaumarchais, el comprometido con piel de escéptico, al estilo del Ricks de Casablanca o del Ret Battler de Lo que el viento se llevó: «Vendió las armas a los americanos en su Guerra de Independencia, aunque los ingleses las hubieran pagado mejor», le recuerda Juan Salomón para arrebatarle su careta de despreocupado.
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