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Las hermandades de ánimas

En los dos primeros tercios del siglo XVI todas las poblaciones del reino de Murcia experimentaron sucesivas catástrofes, como tres epidemias de peste (1506, 1522 y 1559), a las que hay que añadir la guerra de las Alpujarras (1568-1570), que dieron lugar a una gran mortalidad, de modo parecido a lo que sucedió en el siglo XV. A estas catástrofes acompañaron o siguieron frecuentes establecimientos de ermitas y conventos que fueron favorecidos por la evolución de la religiosidad de la época, muy predispuesta a la recepción de los frailes mendicantes (franciscanos, dominicos, agustinos y carmelitas). Estos religiosos, más que los sacerdotes seculares, contribuyeron grandemente a impulsar desde mediados del siglo XVI, con la culminación del Concilio de Trento, todo un conjunto de devociones específicamente católicas, como la veneración de la Eucaristía, el culto a Santa María y la devoción a las benditas Ánimas del Purgatorio. Tal tendencia digamos que tuvo su ambiente propicio en un periodo de crecimiento como fue el del último cuarto del siglo XVI y el primero del XVII (1575-1625), de numerosas fundaciones de conventos, ermitas y cofradías entre las que hubo muchas relaciones.

Fue precisamente en el último tercio del siglo XVI cuando se constató la formación de hermandades de Ánimas, como la de Cieza, de 1574, recientemente objeto de un estudio monográfico, el de Alfredo Marín Cano. En Murcia, por otra parte, a finales de 1588 se aprobaron las Constituciones de la Cofradía del Santísimo Sacramento y Benditas ánimas de la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, de existencia anterior, por el obispo Jerónimo Manrique de Lara y el licenciado Valdivieso de Mendoza, canónigo de la catedral, que fueron exhumadas y renovadas en 1758, aprobándolas el obispo Diego de Rojas Contreras (Jiménez de Gregorio: 1950, 229).

Esta evolución, desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVIII es objeto hoy en día de discusión en lo que se refiere a la derivación de cuadrillas de animeros y campanas de auroros a partir de las hermandades de ánimas. Es cierto que algunas hermandades de ánimas de poblaciones murcianas se remontan hasta el siglo XVI, como es el caso del ejemplo de la de San Bartolomé de Murcia. Su pronta existencia fue simultánea a la fundación de otras cofradías, generalmente de tipo gremial, como la de Santa Lucía, de los sastres, o la de San Eloy, de los plateros. Estas cofradías prestaban el servicio de funeral y entierro a sus componentes, como lo hacían también las penitenciales, pero surgieron asimismo hermandades de ánimas para dar estas prestaciones, que estaban formadas a veces por pocos hermanos, veinticinco en la ya mencionada, pero el número de estas hermandades se multiplicó enormemente a finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII.

Todas o casi todas las parroquias urbanas y rurales llegaron a tener una hermandad de ánimas, unida generalmente a la Hermandad del Santísimo Sacramento y por lo tanto de carácter secular, es decir, ligadas a parroquias y no a conventos.

Surgió muy pronto la necesidad de testimoniar su actividad mediante la escritura, en libros y cuadernos, o en documentos simples que se han conservado entre las actas notariales. La Cofradía del Santísimo Sacramento y Benditas ánimas del Purgatorio de la Parroquia de Santa Catalina de Murcia, por ejemplo, hizo en 1676, por medio de Antonio Usón, su mayordomo, una petición de un traslado de la escritura de compra de la capilla del Santo Cristo, que adquirió al Hospital de San Juan de Dios, con su bóveda de entierro, se dice textualmente que "para juntarlo con los demás títulos de dicha cofradía". Es esta petición una buena muestra de la práctica de mantener un fondo documental, de archivo, y de la formación de un vestigio, distinto al patrimonio ornamental [AHPM, notario Juan de Egea: 1676, 948/547 bis]. Cabría preguntarse si era esta la Capilla del Cristo de la Salud, pero no puedo dar una respuesta.

Las hermandades de ánimas, en consonancia con su desenvolvimiento, fueron generando un acerbo material, entre el cual estuvo su patrimonio documental, como sus títulos de pertenencia. Aunque se mantuvieran sobre todo de limosnas, las de sus propios cofrades y devotos, necesitaban también alguna propiedad, como la capilla, que lo era de culto y entierro, y acumulaban además otros utensilios. Entre otros muy diversos, han quedado partituras musicales, del canto de la Salve, por ejemplo, que se han conservado como guardas de libros. Así ha sucedido, en concreto, en dos protocolos notariales de Caravaca, donde se contienen partituras muy antiguas, quizá de los siglos XVI o XVII, según un estilo de composición de la escuela de Palestrina.

Las reformas de los ilustrados (Aranda y Floridablanca en 1770-1792) se dirigieron contra las postulaciones o peticiones de limosnas, que fueron prohibidas. Las cofradías protestaron y entre ellas las hermandades de ánimas, que según el Informe del intendente de Murcia al Conde de Aranda se situaban entre las que tenían más ingresos y más gastos, en sus respectivas parroquias de Murcia, incluidos sus anejos en la huerta, como en Monteagudo y otras poblaciones. Lo normal era que aún entonces (1771) la hermandad de ánimas estuviera unida a la sacramental, salvo excepciones (San Antolín, San Juan, San Pedro) y ello era un claro ejemplo de la eficacia de las disposiciones del Concilio de Trento, que consiguieron fomentar estas hermandades en cada parroquia.

Bibliografía

Jiménez de Gregorio, F. 1950. Incidencias en algunos gremios y cofradías de Murcia a finales del siglo XVIII. En Anales de la Universidad de Murcia (Filosofía y Letras). Vol. de 1950. P. 217-242. cfr. 226.

Montojo Montojo, V. 2009. Las hermandades de ánimas. En: Egerio. N. 5. P. 28-30.