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28/07/2006

ascenso a los cielos del jazz latino

Fue un ascenso en toda regla a los cielos del jazz latino. Un subidón de vértigo en el ascensor emocional del pianista Chucho Valdés, que puso al auditorio de San Javier en pie y tuvo que salir tres veces a petición del público que, lógico, no quería dejarlo ir.

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Fue un ascenso en toda regla a los cielos del jazz latino. Un subidón de vértigo en el ascensor emocional del pianista Chucho Valdés, que puso al auditorio de San Javier en pie y tuvo que salir tres veces a petición del público que, lógico, no quería dejarlo ir. Cuando uno sube a las nubes, se resiste a bajar a ras del gris asfalto. El cubano ilustre propició la escalada con una técnica apabullante, una sonoridad envolvente y su esencia isleña, intacta de delicioso magnetismo. Dicen que tiene los dedos de las manos más largos de lo normal y, olvidando lo que el refranero popular más picante dice de la equivalencia de extremidades, lo que el cubano tiene en proporción es su genio, igual de superdotado que sus falanges.

Puede que las dimensiones de sus manos le permitan ir más allá en el despliegue de virtuosismo, pero no es sólo eso lo que le convierte en el pianista más completo del mundo. Posiblemente el mejor. Dejó claro su dominio de las dos manos, impresionante la exhibición de destreza cuando imprime velocidad a su mano izquierda manteniendo la tensión mientras con la derecha, o viceversa, moldea una melodía de cortar el aliento. No hubo dudas de su capacidad jazzística, como inigualable improvisador, con el aplomo de quien conoce el bosque desde la infancia y camina por él en cualquier dirección y atajo.

Ahí se le vieron las huellas de otros grandes, como McCoy Tyner o Art Tatum. Pero sobre todo, el piano de este Valdés, hijo del gran Bebo, respira, exhala, palpita y recita. Tremendo cubano éste, que cuando reta a sus músicos a una escalada de ritmo, uno contiene el aliento y, de pronto, pasados unos minutos, uno se da cuenta de que no respira. En los cielos del jazz latino ni falta que hace el oxígeno.

Ni siquiera a los entregados músicos que acompañaron al pianista se les echó de menos cuando Valdés comenzó a mostrar su talento en solitario, con una musicalidad sorprendente. Ese toque de escogido que se capta al primer acorde, un primera clase. No menos impresionante era el hermano conguero que se trajo Valdés de la isla caribeña, el vigoroso Yoldy Abreu Robles, que puso mucho de la esencia afrocubana que destiló el concierto de Chucho, con retazos de clásicos y composiciones propias y de "papá" Bebo. Este hombre desgarbado y de enormes dimensiones, con aspecto de isleño indolente y andares de oso Yogui, ejerce todo un concepto vital de la música, que comenzó a los 6 años y lo ha convertido en un tesoro nacional en Cuba. El resultado es de una fuerza tan arrasadora que merecería otra revolución.

Con poderío

Precedió al cubano un producto nacional, el cantante y colíder de la Barbería del Sur, Enrique Heredia Negri. Todo un espectáculo de sello español, con el trío del cristalino pianista Pedro Ojesto, que parecía teclear sobre un lago transparente, el brioso guitarrista David Cerrezuela y toda una orquesta de carácter flamenco que contaba con los coros de la viuda de Ray Heredia y de su hija, Triana Heredia, dueña de una voz melosa llena de duende y corta aún de soltura. Negri comenzó con boleros aflamencados y continuó con un flamenco melódico con poderío.

Negri se entregó incluso en el tema del recordado Ray Heredia, Alegría de vivir, todo un himno para una generación, y terminó percutiendo en el taburete. Temperamento nacional.

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