Reflexiones de un bululú

Denis Rafter

Actor y Director de escena





Cumplí setenta y cinco años en el pasado mes de abril, pero todavía me siento como un chaval de veinticinco. Como actor tengo la misma ilusión, como director la misma energía y en mis encuentros con actores y actrices más ganas de compartir experiencias, dudas y puntos de vista sobre este arte tan complicado y sencillo a la vez; tan frustrante y espiritualmente gratificante; tan trágico y tan cómico. Un arte donde no siempre los que tienen más talento triunfan y a veces la mediocridad confunde al público con fuegos artificiales.

Cada persona que se dedica a las artes escénicas va a tener un camino diferente. Todos somos únicos y cada uno aporta una visión diferente sobre el teatro. Por eso no hay una sola manera de interpretar a Segismundo o a Rosaura; a Hamlet o a Ofelia. Cada actor o actriz debe aportar al personaje su instinto para el personaje. Al final no es el director, ni un gurú, ni Stanislavsky, ni la Tía Paca quien va a encontrar para ti el personaje, sino tú mismo. Entonces el principio de todo el proceso de interpretación eres tú. Tú mismo, con tus imperfecciones, incertidumbres, inquietudes y bloqueos.

Mi camino por las artes escénicas empezó cuando era muy joven, un niño de siete años. Nací actor. Siempre quería divertir a la gente y era un instinto natural. Me sentí vivo y realizado cuando escuché las sonrisas del público. Mi estreno en un teatro grande con mucho público fue sobre el escenario de un manicomio; yo demasiado pequeño para el micrófono, cantando una canción de una película de Bob Hope y Jane Russell y vestido de vaquero del viejo Salvaje Oeste. No recuerdo si tuve éxito como cantante aquella noche. Algunos me decían que no podían escucharme bien pero el momento más importante para mí fue sacar rápido mi pistola. Y eso sí, eso lo hice de maravilla. Cada actor debe tener su propio reto. Salir al escenario bajo la mirada de quinientas personas y no morir en el camino fue ya un éxito para mí y el colmo fue sacar aquella pistola sin dejarla caer.

¿Cuántas veces he tenido que superar mi falta de confianza cuando empecé con un personaje? Siempre, multiplicado por una vida. Y errores, un montón. Y desilusión conmigo mismo, casi cada vez que salgo del escenario. No siempre tu duende te acompaña. ¿Qué significa duende? García Lorca, en una conferencia suya en La Habana en el año 1930 lo explica muy bien. Dice que el duende no es una cuestión de habilidad sino una forma viva, de una cultura antigua, de acción creativa. Explica que no hay mapa ni una disciplina para ayudarnos a encontrar el duende; solo sabemos que quema la sangre… que es agotadora … que rechaza todo lo que hemos aprendido … que rompe todos los estilos.

Aunque explicar de dónde viene su duende es más difícil, incluso imposible. En sus ritos religiosos a Dionisio, los griegos antiguos llegaban a bailar “ fuera de sí”. Es decir, parece que perdían el control de sí mismos, como poseídos por otro espíritu. Llegar a este extremo en el escenario sería peligroso no solo para el intérprete sino para los otros actores también. En este caso Otelo puede matar a Desdémona de verdad.

Pero es en Andalucía donde se entiende mejor el fenómeno de duende. Y es más a menudo demostrado en el flamenco. A veces he sentido mi duende en el escenario. Vino en los momentos más inesperados, por ejemplo cuando estuve enfadado conmigo mismo. Duende debe ser algo como la muerte. Edith Piaf lo tenía y Billie Holiday. En inglés la palabra más adecuada sería soul. Y por eso también el jazz me ayuda a encontrar mi duende.

Sí, interpretar es fácil y difícil a la vez. Una contradicción. Siempre hay conflictos. El conflicto es la base del teatro. Y si el actor es capaz de encontrar el verdadero conflicto en su personaje y de hecho su conflicto dentro del contexto de la obra sería su primer gran paso hacia la verdad y su razón de existir en el escenario. Y con esta realidad, el público va a sentir también la lucha interna del personaje y puede compartir sus emociones. El público es una parte íntegra del proceso de creatividad. La energía del actor conmueve al público y el público retransmite esta energía al actor. Y con esta energía, el actor se siente fuera de sí. Por eso el actor siempre debe pensar que su público forma parte del personaje.

¿Cuándo he llegado a estas conclusiones? Tal vez fue aquella noche en el escenario del manicomio. A los siete años, por supuesto, no lo entendía con tanta claridad. Más bien fue un instinto que me ha seguido toda mi vida como actor. No siempre debemos entender lo que hacemos en el escenario. Conseguir convencer a un público con otro personaje que no eres tú por dos horas es un misterio, una complicidad espontánea. Por lo menos he llegado a una conclusión y eso es un buen principio. No siempre debemos buscar las respuestas; las preguntas pueden ayudarnos más. Y una pregunta con respecto al teatro tiene muchas respuestas y todas válidas. No hay una manera solo de interpretar a Hamlet.

Mi intención con respecto a este breve ensayo no es tanto hablar sobre mí, sino explicar algunos instintos que he sentido y que me han inspirado durante mi camino como actor. Y por eso ofrezco estas reflexiones para que puedan servir de ayuda a otros actores y actrices que están ya en su propio camino o a punto de empezarlo. En efecto todos estamos al principio de nuestro camino. Como Estragón y Vladimir en Esperando a Godot, cada día es un principio en nuestro viaje circular. Siempre llegamos al principio de nuevo. Os doy un ejemplo con respecto a la ambición. Imagina que un actor tiene el deseo de interpretar a Edipo en el Teatro Romano de Mérida y cumple con esta ilusión. Al día siguiente otro nuevo reto va a entrar en su cabeza, tal vez, interpretar a Hamlet en el mismo escenario. Somos así, la ambición no se esfuma, siempre queda si por naturaleza somos ambiciosos. Es una emoción circular, como el amor, el odio, los celos; cada emoción empieza su camino y termina en el mismo sitio.

Conocer las obras de Samuel Beckett me ha abierto muchas puertas hacia el entendimiento del teatro y de la vida. La línea fina y casi inexistente entre la comedia y la tragedia. La conexión entre el nacimiento y la muerte. La conexión entre la juventud y la vejez. Que uno puede morir amargado por la vida o puede hacer su último mutis de este mundo enamorado de la vida y la gente que ha conocido en su viaje. Tampoco estoy siempre de acuerdo con lo que dice y propone Beckett. Su visión a veces es triste, demasiado apocalíptica y negativa. Oscura. Tal vez por eso se despierta en mí más optimismo y más aprecio por el mundo en el que vivimos. No obstante admiro a Beckett por muchas razones y sobre todo por su gran sentido del humor. Tener la capacidad y la humildad de reírte de tí mismo es una manera de sobrevivir.

Y es a través del teatro donde podemos demostrar los enigmas de la vida y los verdaderos valores. Por supuesto hay conflictos, y el conflicto mayor es la lucha eterna entre el bien y el mal. Y el teatro siempre ha estado y debe estar al lado del bien, es a decir el verdadero teatro. Y ¿dónde se encuentra este verdadero teatro? Dentro de cada uno de nosotros. Ese es nuestro instinto natural y la razón por la que cantamos en un manicomio con el miedo en la boca, las piernas temblando y vestido de vaquero; y a la vez puedes sentir que eres el mejor pistolero del Salvaje Oeste.

Sin saberlo estuve aprendiendo mucho sobre el teatro y el actor cuando tenía siete años. El actor debe ser consciente siempre de su entorno y por supuesto de la gente que está a su alrededor alimentando continuamente su creatividad con una variedad de sonidos e imágenes. El actor es una esponja que absorbe las sensaciones del mundo. Hoy en día el actor tiene en su vida muchas intrusiones que neutralizan su inspiración. Le falta tiempo para poder parar y mirar; estar debajo de un árbol y contemplar el campo; tiempo para sentarse en un banco y admirar los personajes de este gran teatro del mundo que pasa por la plaza del pueblo.

Confieso que antes de escribir este ensayo sobre el teatro eché una mirada a los libros que tengo en mi pequeña biblioteca, buscando inspiración. Después de todo es una responsabilidad dar una opinión sobre el teatro a gente que está empezando su carrera como actor y que quiere saber algo diferente e interesante sobre el arte de su oficio. El teatro tiene su lado oscuro y misterioso. Tampoco me gustan las palabras teatro ni actor. Son palabras del teatro griego hace 2.500 años. La cuna del drama empezó mucho antes, en una cueva prehistórica. Es un instinto humano y un deseo de comunicar con lo conocido y con lo desconocido, con otros seres humanos y con los dioses.

Además, el teatro o lo que llamamos teatro es algo camaleónico, enigmático, contradictorio y sobre todo personal y subjetivo. Y después de dar esta mirada a mis libros me di cuenta de que todos estos autores, casi todos, sabían más que yo sobre el teatro. Pero ninguno de ellos había tenido las mismas experiencias, los mismos encuentros con el teatro que yo; e igual que para cada uno de nosotros, mis experiencias son únicas y por eso quería compartir algunas de ellas con ustedes en este ensayo.

Hace años escribí Actor busca trabajo, una obra de teatro sobre un actor que por circunstancias de la vida había llegado a España. Pero no puede encontrar ningún trabajo como actor por el hecho de que tiene acento. Su único trabajo es como espantapájaros en un parque público. Durante los momentos que no aparecen los pájaros, el hombre se baja de su palo para entretener con canciones y textos de Shakespeare a los que pasan por allí. Al final vuelve a su palo; lo siguiente son sus últimas palabras; creo que son palabras que explican la razón de nuestra lucha eterna para seguir como actores:

Deja al actor vivir. Intentamos ser intermediarios con el pasado, el enlace con el futuro, el criterio del presente; y la voz y alma de Eurípides, Aristófanes, Calderón, Shakespeare o Brecht. Déjennos llevarles atrás en el tiempo a despertar de nuevo sentimientos a menudo escondidos u olvidados.

A través del actor podremos ponernos por debajo de las murallas de Troya, pasar por las calles del viejo Jerusalén, gritar a la tormenta con el Rey Lear, sentir el viento frío andando por los muros de Elsinore, llorar en el dormitorio de Otelo y ser testigos del asesinato de Julio César en el Foro de Roma.

El actor existe por causa de los sentimientos. Puede ser el último en irse. La verdad es que si los sentimientos se pierden ya no habrá necesidad del actor. Como el dinosaurio será extinguido. Y a dónde vamos entonces - a un vacío.

Pero tal vez eso es lo que quieren.

Desechar a los sentimientos e introducir las máquinas.

Desechar a los humanos e introducir los robots.

Desechar los actores y .… lo demás es silencio …

Y con estas palabras del personaje de un actor, sin trabajo y sin país, os dejo seguir vuestro camino por el escenario de este mundo donde todos somos actores.