Mujeres de letras: pioneras en el arte, el ensayismo y la educación
BLOQUE 2. Pensadoras y filósofas

Las mujeres pioneras de la heterodoxia: de las beguinas a Teresa de Jesús

Elena Fernández Treviño

IES Miguel Fernández. Duoda Barcelona

Resumen: Se trata de un recorrido por los diálogos femeninos con la divinidad durante la Edad Media, entendiendo la espiritualidad de estas como algo transformador, creativo, innovador y como espacio femenino propio. Las verdaderas “maestras” de la entrega espiritual y de la acción, desde el beguinaje hasta la mística Teresa de Jesús, convertida luego en el legado despedazado y enorme de Teresa de Ávila. Y todo ello a partir de sus escritura, de sus palabras y de sus obras. Un recorrido heterodoxo, poético e iconoclasta y desde el feminismo de la diferencia que nos hará entender mejor a estas mujeres pioneras, protofeministas, teólogas revolucionarias y reformadoras, a partir de Rosa Rossi, Luisa Muraro, Diana Sartori, Ángeles Caso y Milagros Rivera, entre otras y algún que otro autor.

Palabras clave: Religiosidad heterodoxa; Revolución; Feminismo; Amor; Libertad.

María Milagros Rivera cuando nos habla sobre el feminismo de la diferencia observa algo que las que hemos leído mujeres de muchas épocas y en muchas disciplinas también hemos observado: “que la practica política de la diferencia femenina no deriva del feminismo, porque mucho antes del feminismo han existido mujeres que han sabido darle un sentido libre a la diferencia femenina, sustrayéndose a los roles y mandatos de género”. Ella misma utiliza un término que me parece muy acertado “mujeres de-generadas”, esta observación es muy apropiada y es justa, como es justo reconocer que la presencia de una mediación femenina libre en la historia humana combate hoy por un significado universal. La lucha consiste en conquistar o reconocer la autoridad de las mujeres como hacedoras y participantes activas y creadoras de historia y creadoras de un simbólico femenino que hemos dejado silenciado, apartado u olvidado. Solo así podemos resignificar y conocer quiénes somos y hemos sido las mujeres y solo así podemos rehacer una existencia libre, o recorrer la que nuestras antecesoras construyeron.

En la misma historia europea vemos que se practican formas de autoridad, y precisamente de autoridad femenina, que no siguen la línea de los mitos religiosos ni de los mitos fundacionales mas extendidos o que los cuentan desde otro origen o perspectiva. Cuando pienso en las mujeres que reescriben la historia, pienso en las escritoras beguinas del siglo XIII, que revolucionan el concepto religioso desde dentro y consiguen conectar su historia con la mía. Mujeres que supieron ser ellas y cuestionar el dogma dominante poniendo en duda cuestiones como la eternidad del infierno por la omnipotencia divina o bien traerlo aquí abajo, a la tierra, traer la eternidad misma y el infierno que son el amor o el desamor en ellas ,o que, como Margarita Porete, desarrollan una concepción del paraíso que no tiene nada que ver con el triunfo de las almas virtuosas. Ellas pertenecen a una larga genealogía de consejeras, maestras, predicadoras, carismáticas creyentes o laicas espirituales que, en el transcurso del medievo, desde Macrina la Joven ya en el siglo IV pasando por Hildegarda de Bingen hasta el Concilio de Trento y mas allá, han proporcionado palabra, y obra autorizada, aunque iconoclasta y heterodoxa, y sobretodo lucidez a los detentores del poder tanto político como religioso.

Así comienza mi ponencia que trata de seguir el rastro por esas mujeres que nos hablan del amor y sus formas, y también y sobretodo de la forma divina del amor. Este amor que está lleno de olvido, aunque el olvido esté lleno de memoria. De olvido de sí pero también del olvido estrepitoso que la historia ha tenido con muchas de estas que aquí señalo y que han debido estar en nuestros libros mas cercanos como referentes de una espiritualidad femenina que nos habría servido, porque en la historia de las ideas y de la espiritualidad, a la mujer dividida en cuerpo y alma, a menudo se la privaba de esta segunda. Es por tanto que apenas tenemos referencias espirituales de cómo tratarla.

Y así concediéndome la oportunidad de rastrear este hilo mas allá de la religión patriarcal en limite con el cuestionar a este Dios (agnosticismo) o negarlo (ateísmo), sigo las huellas de estas féminas en la que encuentro un nuevo halo de espiritualidad. En ellas se abre un campo inmenso hacia la Otredad, hacia lo otro que es espíritu ; concebido este sin mediaciones o desde cánones de autoridad que ellas en muchos casos no reconocen y yo tampoco.

Los textos que nos llegan de la teología en lengua materna o de la escritura mística femenina arrojan una luz lo suficientemente importante como para seguir leyéndolos. Son textos como nos dice Luisa Muraro “de una escritura que no tenía curso legal ni autorización simbólica ni precedentes históricos y que a veces carecía incluso de los prerrequisitos mas elementales como el saber leer y escribir, y sin embargo estas mujeres se adelantaron a su tiempo”1

¿Pero quiénes eran estas mujeres heterodoxas, eclécticas e iconoclastas y qué las movía? Nos cuenta Ángeles Caso en su libro “Las olvidadas2” cómo era frecuente en la Edad media que las mujeres se recluyeran voluntariamente entre cuatro paredes y por distintas razones. Mujeres marginadas, viudas miserables, prostitutas, huérfanas sin recursos. Antes de recluirse era frecuente que se las ofreciera una misa e incluso que se les diera la extremaunción .

Muchas mujeres decidieron apartarse voluntariamente pero seguir formando parte de la vida activa y participativa de sus ciudades y países: son las beguinas, que surgen en Bélgica y Holanda y que pronto se extienden al norte de Francia y el oeste de Alemania.

Pero ¿quiénes eran las beguinas? Ellas eran mujeres que se dedicaban a la caridad, al cuidado de los demás y a labores sociales de muchos tipos, a acompañar a la familia de quien moría o a enterrarlo ellas mismas, al estudio y, sobre todo, a la oración, pero no pertenecían a ninguna orden religiosa y gozaban de una libertad de acción inimaginable en los conventos o casas donde vivían. Tanta admiración causaban que la nobleza, al principio del siglo XIII comenzó a financiar la construcción de los beguinajes a las afueras de las ciudades.

En un comienzo vivían en casitas individuales que alquilaban a la comunidad, a veces tomando como criada a otra beguina de origen más humilde, pero mas tarde el canon ortodoxo las obligó a vivir en conventos. Prescindían también de toda protección masculina, lo que era algo muy adelantado y novedoso para la época en donde vivían, lo que desde nuestra época actual puede ser calificado de actitud “feminista”.

Con los conventos de la época abarrotados y el excedente de mujeres propio de los tiempos de las cruzadas, algunas eligieron llevar una vida religiosa sin renunciar del todo a la seglar (podían entrar y salir con libertad, pidiendo permiso). Aunque mas tarde fueron perseguidas por las Iglesias dominantes y bajo sospecha de herejía o brujería se las obligaba a entrar por el camino conventual al servicio de las ordenes religiosas.

Los nombres de algunas destacadas escritoras beguinas y místicas medievales fueron María de Oignies, a Lutgarda de Tongeren, a Juliana de Lieja y a Beatriz de Nazaret, autora de “Los siete grados del Amor”, Mechtild de Magdeburgo o Hadewijch de Amberes.

Se considera que las beguinas, junto con los trovadores y Minnesänger, fundaron la lengua literaria flamenca, francesa y alemana. Participaban en la apertura del saber teológico a los laicos, tomándolo del latín clerical y vertiéndolo a las lenguas vulgares. La traducción de obras del místico alemán Johannes Eckhart y la divulgación de su propia obra le costó la hoguera en París en 1310 a Margarita Porete, autora de El Espejo de las Almas Simples que dice:

Teólogos y otros clérigos

no tendréis el entendimiento

por claro que sea vuestro ingenio

a no ser que procedáis humildemente

que amor y fe juntas

os hagan superar la razón,

pues son ellas las damas de la casa.

Sus actividades suscitaron recelos fuera de sus muros. El riesgo de que dieran su propia interpretación a las escrituras llevó a la Iglesia a describirlas como brujas e infieles. Por eso el Papa Clemente V amenazó con excomunión a quienes las protegieran. A veces eran perseguidas, otras acusadas de herejes e incluso de prostitutas.

Pero la necesidad de un espacio específicamente femenino y que pocos siglos antes las mujeres llamadas beguinas habían materializado, creado y definido por las mismas mujeres, también había sido sentido y expresado literariamente en la ginecotopía de Cristina de Pizán a principios del siglo XV en el libro “La Ciudad de las Damas”, en el cual ella imaginaba la construcción de una ciudad, sólida e inexpugnable, habitada sólo por mujeres. Escogieron un camino que no era nuevo y que ya había sido inventado más de mil años antes por Macrina la Joven, una mujer que (327-379) en la Grecia helenística y al morir su novio fundó una comunidad monástica y dedicó su vida a Dios3. O por Hidelgarda de Bingen (1098-1179) que escribía sus constantes visiones en cartas o libros, que también desafió la autoridad dominante, defendía la complementariedad de los sexos, que dejó una extensa obra literaria, científica, telológica, de poesía mística y que también padecía en su cuerpo lo que ocurría en su alma4. O por Herralda de Hohenburg, abadesa que vivió en el siglo XII y que es autora del Jardín de las delicias y en la que puede recorrerse una línea genealógica femenina en la que se sustentan la fundadora de su orden Odilia y llega hasta la restauradora de la orden Relinda. El Hortus deliciarum está pensado para la formación y el estudio de las jóvenes novicias, con una didáctica activa, un compendio de conocimientos fundamentales de la cultura y el saber monacal que recorría las distintas ciencias y estaba ilustrado por 300 imágenes. Una verdadera enciclopedia. Y encontramos textos como este: “Lo he compilado siguiendo la inspiración divina como una pequeña abeja y en alabanza y honor de Cristo y de la iglesia, y para vuestro disfrute lo he reunido en un único panal de miel. Por eso es importante que vosotras os nutráis de la dulce lectura de este libro con asiduidad.”

Pero ¿qué movía a estas mujeres? Podemos decir que el amor en su máxima expresión de contenido es lo que mueve a estas mujeres. El amor y la libertad. Una libertad que es las mas profunda de las libertades y que podría constituir el germen de las libertades actuales.

“Es este amor sin objeto o siempre dispuesto a perderlo y nunca seguro de poseerlo, pero real y potente, lo que vuelve innecesarias y no vinculantes las construcciones, incluida la religión y la noción misma de Dios.” dice Luisa Muraro. “Este lenguaje que adquiere la etiqueta de misticismo, de lenguaje de los místicos sabemos y comprobamos al leer a estas mujeres que era un lenguaje con forma propia pero al que no le son ajenas las cosas mundanas, la vida, la muerte o el enamoramiento.”

A ellas y su pasión les debemos textos tan bellos como este de Hadewijch de Amberes:

Al noble amor

me he dado por completo pierda o gane,

todo es suyo en cualquier caso.

¿Qué me ha sucedido

que ya no estoy en mí?

Sorbió la sustancia de mi mente.

Mas su naturaleza me asegura

que las penas del amor son un tesoro.

En España el beguinaje adquiere una forma particular con las comunidades de beatas. Aunque este término hoy adquiera un carácter peyorativo, estas eran también mujeres distintas que no seguían el camino del matrimonio y hacían votos de castidad, oración e intensa caridad.

Conocemos a algunas, su vida y sus nombres, como Antonia de Jesús, que fundó un beaterio en el barrio del Albaicín, en Granada que mas tarde tendría que convertirse bajo vigilancia inquisitiva, en un convento de recoletas. Esta mujer fundó conventos en el centro de Granada también, en Chiclana de la frontera, y en Medina Sidonia, donde murió y escribió un “Libro de las fundaciones” como muchas de estas religiosas, y en concreto la propia Teresa de Ávila.

Como Isabel de la Cruz, beata de Guadalajara y que encabezó la secta mística de los alumbrados o iluministas, relacionada con el protestantismo de Lutero que fue un culto sin mediadores y que lee e interpreta las escrituras con entera libertad, tanto que en 1523 fue arrestada y acusada de hereje junto a su discípulo Pedro de Alcaraz que fue condenado a prisión perpetua y librado diez años después. Influyó en la también beata María de Cazalla.

Maria Dolorez López, conocida como la beata Dolores, que era ciega, y que fue ahorcada y quemada por la temible Inquisición sevillana, entre otras cosas por sus relaciones “intolerables” con sus confesores o por relacionarse con el demonio o beber un liquido mágico que le permitía poner huevos. Su proceso inquisitorial la acusaba de “proposiciones, iludente, ilusa, fingidora de revelaciones, revocante, negativa y pertinaz. Se la acusaba de “molinosismo” ,un movimiento parecido al “quietismo” que era considerado también herejía. Recordemos que la Inquisición duró en España hasta 1834.

Magdalena de la Cruz, visionaria y mística, que había sido considerada santa y gozaba de gran popularidad en las primeras décadas del siglo XVI, fue encarcelada en 1544 y que torturada y amenazada llegó a decir que sus acciones se debían a un pacto con el demonio y por el que se consideraba poseída. Fue calificada de “falsa santa” y condenada a un convento en Andújar abandonando la cárcel con una soga al cuello y una mordaza en la boca.

Luisa de la Ascensión, la monja de Carrión, que vivió en el convento de Santa Clara en Carrión de los Condes (Valencia), impuso la igualdad entre las monjas independientemente de su alcurnia. Fue acusada también de falsedad y falta de cordura. Murió antes de que pudiera resolverse su proceso inquisitorial, del que salió absuelta.

Sor Maria de la visitación, monja de Lisboa, famosa por sus estigmas sangrantes en forma de cruz, sus éxtasis y sus visiones, fue condenada por simuladora (ella misma se los hacía con alfileres) a prisión perpetua en un monasterio.

Como ella una larga lista de mujeres en toda Europa Christina Ebner, Catalina de Génova, Santa Brígida de Suecia, Margery Kempe, Mechtilde de Magdeburgo, Santa Catalina de Siena, ...y que entre ellas las hubiera fingidoras no se puede negar, pero también hallamos restos de una religiosidad especial, incluida Teresa de Ávila, que aunque intentó dejar claro que ella no pertenecía a ninguna de estas sectas, comparte mucho con estas mujeres.

Muchos de estos cultos derivaban también en una unión místico-erótica, y pasaban también por la mortificación del cuerpo y la renuncia a este siendo muchos de sus ritos verdaderamente escalofriantes: llevar cadenas con púas debajo de la ropa o alimentarse solo de agua y hostias consagradas en el caso de Colomba da Rieti, quemarse los genitales con cera en el caso de Francesca Bussi, mutilarse la nariz y el labio superior con una cuchilla como hizo Margherita de Cortona, beberse el agua con la que había lavado a los leprosos en el caso de Angela da Foligno, o vivir encerrada y alimentarse de hierbas y un poco de pan como hacía Catalina de Siena.

Parémonos en estos dos fragmentos del libro de “Los siete modos del amor de Beatriz de Nazaret:

Sucede a veces que amor se despierta en el alma como una tempestad, con gran estrépito y gran furor, y parece como si el corazón fuera a quebrarse por la fuerza del asalto y el alma hubiera de salir de sí en la entrega al amor y en su irrupción. [...] Por instantes el amor pierde en ella hasta tal punto la medida, brota con una tal vehemencia y agita el corazón con tal fuerza y tan furiosamente, que este parece herido por todos lados y sus heridas no cesan de renovarse, cada día con dolor más amargo y con nueva intensidad. Y le parece que sus venas se rompen, que su sangre se derrama, que su medula se marchita: sus huesos desfallecen, su pecho arde, su garganta se seca, su rostro y sus miembros sienten el calor interior y el furor de amor. Otras veces es como una flecha que atraviesa su corazón hasta la garganta y más allá hasta el cerebro, y le hace perder el sentido, o como un fuego devorador que atrae cuanto puede consumir; tal es la violencia con la que experimenta el alma en su interior la acción del amor, implacable, sin medida, apoderándose de todo y devorándolo todo.

La belleza de amor la hace bella, la fuerza de amor la subyuga, la dulzura de amor la absorbe, al grandeza de amor la sumerge, la nobleza de amor la estrecha, la pureza de amor la atavía, la altura de amor la eleva y la une a sí misma de forma que ha de ser toda amor y solo amor puede ejercer. Cuando siente esta sobreabundancia de delicias y esta plenitud del corazón, su espíritu se abisma por entero en amor, su cuerpo desfallece, su corazón se disuelve y sus fuerzas la abandonan. Tan por completo dominada por amor, apenas puede sostenerse y a menudo pierde el uso de sus miembros y sentidos. Tal y como una copa llena se desborda y se derrama al mínimo movimiento, así ella, conmovida y abrumada por la plenitud de su corazón, sin querer, se desborda.

El feminismo hoy es generar un sentido libre de lo que significa ser mujer y en esto las místicas resignifican lo espiritual y lo estallan con la desmesura libre del amor.

Aunque no podamos hablar de una dirección unitaria y orquestada, si rastreamos la historia encontramos las huellas, los textos, los temas, la flecha y el arco y quizá la dirección. Además y como apunta Luisa Muraro ,fue una lucha que podíamos considerar política en el sentido de que pretendía y apostaba por un sentido mas grande y mas libre de nuestro estar en el mundo. Por la felicidad. Y por cambiar el orden simbólico y agrandarlo.

Milagros Rivera, en el prólogo del libro “El dios de las mujeres” de Luisa Muraro, nos dice “con el dios de las mujeres no hay que cargar”. Por eso en la mística beguina, uno de sus nombres es Amor y, otro, Olvido.” Y nos lo cuenta Hadewijch de Amberes en el poema siguiente:

El séptimo nombre es Infierno,

de este amor que me consume.

Pues todo lo devora y todo lo daña

y nadie se libra de verdad

si ha sentido su gusto y su zarpa,

aquí no se concede gracia a nadie.

Como el infierno todo lo destruye,

no se gana más

que desgracia y pena,

estar siempre en la inseguridad,

siempre un nuevo asalto, persecución nueva,

todo es devorado, todo engullido

en su sustancia abismal,

hundirse sin fin en el ardor y en el hielo,

en la profunda y alta tiniebla del amor:

esto supera la obra del infierno.

Quien conoce el amor y sabe bien sus idas y venidas,

puede entender que su nombre más alto

sea Infierno.

Todas esas mujeres ya citadas al principio, beguinas, beatas y otras religiosas, precedieron o fueron coetáneas a Teresa y todas ellas libraron actos de rebeldía. Y también añado yo, de coherencia y valentía. Se podría rastrear toda una línea no ortodoxa, ni cumplidora de lo patriarcal o de lo canónicamente establecido que recorre las historias de los conventos, de las ordenes, de la autoridad cristiana. Ya hemos citado algunas de estas mujeres y podríamos seguir nombrando todas las teólogas en lengua materna del siglo XIII que según Tomás de Aquino cometían el pecado de “endiosamiento”, “totum mundum esse Deum” (Aquino 2004) refiriéndose a aquellos y aquellas endiosadas que creían que lo divino podía estar contenidos en ellas y ellos. Todas ellas llevaron su signo femenino libre. Todas ellas y también Teresa llevaron este signo que fue entender que Dios no es, en primer lugar Dios padre sino Dios amor5.

Entre todas estas mujeres me detengo a destacar el caso de Teresa de Ávila. En la búsqueda de la Teresa mujer me encuentro con Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada. El nombre con el que nació y que es de su madre y de su padre. Un nombre que le ofrece una inscripción social en el mundo en el que vive, un nombre sospechoso de judeoconversos que enriquecidos por el comercio pudieron comprarse un certificado falso de hidalguía que le permitiría acceder a la vida de noble y comportarse como cualquiera de los ‘cristianos viejos’. Un nombre que pronto le indica que su destino no es el matrimonio y que le sugiere un camino distinto en las puertas abiertas de su imaginación que había ya comprendido en los libros de caballería de su madre. Teresa amó mucho a su madre pero no pudo disfrutarla mucho tiempo. De ella leía novelas de caballería ,como el Amadís de Gaula, Esplandián, Florisandro, Tirante, Tristán, que eran aventuras repletas de misterio y llenas de poesía. Como yo leía las historias de tebeos de mi madre y los libros de santos que ella también tenía, como leía todo lo que en mis manos caía. Los libros encendieron su imaginación de niña y mantuvieron la llama viva de historias que construía solo en su imaginación o junto a alguno de sus hermanos, sobretodo con Rodrigo de Ahumada con el que solo se llevaba un año. Y es que su madre, Beatriz de Ahumada, murió pronto (a los 33 años). Supongo que no ayudó haber tenido 10 partos en 18 años de matrimonio y un marido que por aparentar que pertenecía a la clase noble se iba llenando de unas deudas que los ahogaban.

Dura y difícil vida la de las mujeres de la época de la madre de Teresa. Mujeres dedicadas a ser la perfecta casada, como escribió Fray Luis de León o La Femina Christiana, de Luis Vives6. Una obra en la que describía perfectamente cómo tenía que comportarse la mujer casada, y cómo eran las mujeres buenas y las malas. En definitiva el rol de la mujer de la época de Teresa:

Que es decir que ha de estudiar la mujer, no en empeñar a su marido y meterle en enojos y cuidados, sino en librarle dellos y en serie perpetua causa de alegría y descanso. Porque ¿qué vida es la del aquel que ve consumir su patrimonio en los antojos de su mujer, y que sus trabajos todos se los lleva el río, o por mejor decir, al albañar, y que, tomando cada día nuevos censos, y creciendo de continuo sus deudas, vive vil esclavo, aherrojado del joyero y del mercader?

Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: «Hagámosle un ayudador su semejante» (Gén, 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer, y el fin para que Dios la crió, es para que sea ayudadora del marido, y no su calamidad y desventura; ayudadora, y no destruidora. Para que la alivie de los trabajos que trae consigo la vida casada, y no para que añadiese nuevas cargas. Para repartir entre sí los cuidados, y tomar ella parte, y no para dejarlos todos al miserable, mayores y más acrecentados. Y, finalmente, no las crió Dios para que fuesen rocas donde quebrasen los maridos y hiciesen naufragio de las haciendas y vidas, sino para puertos deseados y seguros en que, viniendo a sus casas, reposasen y se rehiciesen de las tormentas de negocios pesadísimos que corren fuera dellas.7

Y entre todas las opciones que la joven Teresa tenía y seguramente afectada por la vida de su madre y de lo que significaba ser mujer en su época, convencida de que el matrimonio era un peligro para la salud y la libertad femeninas, como años más tarde explicará a sus monjas, De esa sujeción al hombre nos hemos librado, les decía Teresa, eligió el convento de la Encarnación, pese a la férrea oposición de su padre.

Eligió la vida del convento, como hacían muchas mujeres de la época, después de pasar por periodos de pésima salud. Nadie atinaba con lo que tenía pero a menudo caía enferma y tanto las monjas como su familia probaron de todo: desde la medicina convencional (sangrías, emplastes, aceite de escorpión) a todo tipo de medicina alternativa que practicaban curanderas (remedios de hierbas que muchas veces la hacían vomitar ). A veces tenía que retirarse al campo para recuperarse, pero estas crisis culminaron en una muy grave en la que entró en una catalepsia de cuatro días. Todos la dieron ya por muerta, e incluso tenían ya la sepultura preparada, la habían cubierto con la mortaja y habían sellado sus ojos con cera caliente. Su padre sin embargo decía “esta hija no está para enterrar” y así fue. Despertó un buen día. Pero su cuerpo estaba destrozado. Tardó ocho meses en poder moverse (solo movía el dedo meñique) y tres años en poder siquiera gatear. Muchas de las biografías posteriores coinciden en que muchos de los síntomas y padecimientos que tenía Teresa eran de tipo psicosomático, tras pasar por diagnósticos relacionados con el corazón, la epilepsia, la histeria, tuberculosis, meningitis cerebral, malaria y un largo listado de otros males. Mas tarde volveré sobre ello.

Solo estuvo allí, en el convento de la Encarnación, hasta los 46 años, que fue cuando decidió escuchar lo que sus oídos y su corazón le decían: cambiar el mundo cambiando ella. Escribir su libro vivo de la vida.

Ella no era feliz en el convento de la Encarnación, tampoco podía decirse que fuese infeliz pero sobre todo no se sentía plenamente libre ni estaba plenamente satisfecha. El tipo de espiritualidad que allí se practicaba no la llenaba y a menudo influía en su estado de ánimo. Y como nos dice Milagros Rivera en su libro sobre ella, quería una vida de sensaciones fuertes, creativa, sin aburrimiento, que hiciera vibrar todas sus cuerdas (2014: 31).

Teresa quiso poner en el centro de su vida su deseo. Y este se realiza y se resume en dos grandes labores. Una de hecho, la reforma del Carmelo y otra labor que queda por escrito. A partir de este momento es cuando nace realmente la mística Teresa de Jesús. La primera labor era como cumplir su sueño de niña, un deseo de vida heroica que se encontraba con las dificultades culturales provocadas por el hecho de que Teresa era una mujer. Y esta labor mas tarde se deja entrever en la necesidad que siente Teresa de plasmar ese proceso en la escritura, y entonces nace la escritora Teresa de Jesús.

La escritora Teresa de Jesús plasma ese proyecto de vida en el Libro de la Vida, el Camino de Perfección y las Moradas o Castillo Interior, y esa orden en el Libro de las Fundaciones, las Constituciones y la Visita de descalzas. Ambos procesos en ella se encuentran tan estrechamente entrelazados que es imposible entender el uno sin el otro. Porque la creación de su orden, su proyecto de reforma, toma sentido en la escritura, pues esta escritura se dirige a las mujeres que le ayudan a crear la misma reforma, sus discípulas, hijas, hermanas carmelitas, que son las destinatarias nombradas o no de su obra escrita. A ellas, Teresa de Jesús lega una orden y una obra escrita, las dos cosas.

Mediante esta labor Teresa desafía el orden patriarcal establecido. Rechaza el designio del destino como la Antígona de Sófocles, rechaza el mandato tomista, la sentencia paulina de las mujeres cállense en las iglesias, y recupera una autoridad primigenia que nos ha sido arrebatada: la autoridad de la Madre. Y es que lo que une a Teresa a sus discípulas es la autoridad de la Madre, –así llaman a Teresa las carmelitas– autoridad del ejemplo (las fundaciones, la reforma, las luchas de Teresa por defenderlas) y la autoridad de la palabra (sus obras, que transmiten su proyecto de libertad). Una referencia de autoridad que todas sus discípulas aceptan libremente (como se debe aceptar la verdadera autoridad) aunque luego interpreten de forma distinta.

Para entender las dos obras de Teresa (la escrita y la de su reforma) es importante entender las coordenadas históricas y religiosas en las que se mueve. Todo alrededor era hostil ante tal labor y ella que no hace sino hablarnos de obediencia y humildad (lo dice en el prólogo del libro de la Vida). Una obediencia que no era sino a si misma, a la voz interior que la llevaba a Dios mismo, a esa voz divina que le habla y le dice lo que ha de hacer. Esa voz que consigue siempre cambiar la opinión de los letrados y del mundo entero, esa voz que es su propia fuente de autoridad y que se abre paso en un orden rígido y nos abre paso a las demás.

Teresa escribe su autobiografía espiritual jugándose su propia vida y en un momento de efervescencia y cambios espiritual.

La inquisición tenía un índice de libros prohibidos, prohibía cualquier traducción de la Biblia aunque fuera parcial y otras formas de religiosidad alternativa eran condenadas fulminantemente. Había condenado a alumbrados y erasmistas y otros sectores reformistas luteranos. Así se controlaba la palabra sagrada en manos de un clero masculino que hablaba latín. Cuando ella empezó a escribir había terminado la II parte del Concilio de Trento que había fijado el credo a seguir y había redefinido la forma de vida religiosa de las mujeres obligándolas adoptar la clausura y la ‘santa ignorancia’. Pero lejos de acatar esto: Ella seguía los consejos de confesores y letrados que fueran duchos en cuestiones espirituales, si no, no podían juzgarla. Ella practicaba oración vocal pero acompañada de devoción interior. Ella obedecía a la jerarquía eclesiástica pero por encima estaba la voz de dios mismo. Para ella la Iglesia era mediadora en su credo pero la unión con dios era la esencia.

Este equilibrio funambulista entre heterodoxia y ortodoxia estuvo amenazando su vida y su obra hasta el final y ella inteligentemente supo hacerlo (de esta estrategia nos habla muy bien Alison Weber) de ese subversivo equilibrio inteligentemente construido como proyecto político y transformador. Con su ironía sutil que no puede tomarse al pie de la letra, sus palabras ambivalentes, su comprender el espíritu y no la letra que permite que sus obras lleguen a sus destinatarias –las monjas carmelitas– sin ser destruidas.

El cambio de vida de Teresa de Jesús se produce en el momento en que Teresa inicia su búsqueda interior. Ha encontrado la forma de encontrar a Dios en sí misma, en un proceso de autoconocimiento que la autorizará para tomar la palabra y actuar en el mundo. Su objetivo: intentar crear el espacio ideal para que otras mujeres puedan vivir ese proceso extraordinario de búsqueda y encuentro de Dios que ella ha desarrollado en circunstancias no ideales y escribir una obra que ayude a explicar a las otras mujeres cómo se puede experimentar ese proceso. En su obra, la experiencia personal es el centro de todo. No lo que le dicen sus confesores, los teólogos que le atormentan insinuándole que no es Dios sino el demonio quien le envía las gracias místicas. Si no lo que ella sabe y vive y quiere hacer partícipe a otras mujeres.

Gracias a libros como el de Rosa Rossi o el de Alison Weber8 encontré a una Teresa que me conmovía, que se acercaba a mi como mujer de otro tiempo incluso no compartiendo sus creencias.

Ella nos demostró que cualquier mujer está igualmente capacitada para interpretar, decir y hacer dentro de un terreno tan masculino tan vedado, tan suspicaz y reticente al pensamiento femenino que muchas veces representa, la caja de los males de Pandora, la manzana de Eva, la seducción de la Magdalena, la debilidad o la incapacidad.

La Teresa mujer, Teresa de Cepeda y Ahumada deja de estar enferma (casi muerta) y vive porque muere de amor. El amor que incuba poco a poco en sus fundaciones que ella llamaba “palomarcitos”....con la labor inmensa de lo pequeño. ¿No es esto un rasgo de su feminidad que nos representa a todas?.

Del legado que nos dejó Teresa tenemos que recomponer bien su figura que queda despedazada y repartida a conveniencia de quienes la admiraban o trataban de sacar partido de ella.

Esas ciudades que la circundaban también habían quedado mutiladas y despedazadas tras la marcha de los judíos de ellas. Porque cuando sesgamos cualquier rasgo cultural ya no somos las mismas ni los mismos. Cuando amputamos, mutilamos la historia o la cultura por razón de sexo, raza o religión tampoco. Despedazar a Teresa me recuerda a despedazar a España con la expulsión de judíos y la posterior expulsión de los moriscos, como la constante expulsión en este país de todos los disidentes y los heterodoxos y los que piensan diferente. Ella fue requerida como reliquia de culto y poder que hubiera sido lo último que ella hubiera querido.

Cuando se inicio el camino a convertirla Doctora de la Iglesia, tras la canonización en 1622, la primera traba fue la condición de su sexo: era mujer- El Papa Pío XI niega su elección como Doctora de la Iglesia con un lacónico: “Obstat sexus”(lo impide su sexo). Era 1923 y habían pasado 3 siglos. Fue Pablo VI en 1967 el que consideró la cuestión sencilla de entender pero no de ejecutar de que ser Doctor pudiera conjugarse en femenino, de que una mujer Santa pudiera ser también Doctora de la Iglesia.

Pero entre todo lo que ella dejó se encontraba algo que iba a dejar huella indeleble en las generaciones de mujeres venideras: su obra escrita, impresa por primera vez seis años después de su muerte, salvada de las manos de la Inquisición.

Por mucho que su figura fuese distorsionada, sus obras estaban allí, y sus ediciones permitieron a multitud de mujeres leerlas sin intermediarios y acercarse a la personalidad de una mujer que contra todo y todos había hablado públicamente, se había apropiado de la palabra sagrada, había enseñado sobre Dios a sus discípulas, había fundado una nueva orden religiosa y, por si todo esto fuera poco, el clero católico la había declarado santa. Como afirman Electa Arenal y Stacey Schlau, el impacto de Teresa de Ávila en las vidas y en la escritura de las religiosas hispánicas fue enorme; la autorización y la inspiración de miles de textos de otras religiosas arrancó de su obra.

Las primeras en recibir su inspiración fueron sus más directas discípulas. Al menos tres de sus grandes obras, Camino de Perfección, el Libro de las Fundaciones y Las Moradas tenían como principal destinatario las religiosas descalzas. Sus discípulas copiaron e hicieron circular estas obras de forma manuscrita, salvando en ocasiones algunos textos, como el Comentario al Cantar de los Cantares, que Teresa de Jesús tuvo que quemar por orden de su confesor, pero que ya había sido copiado por sus compañeras antes de ser entregado al confesor. Entre estas primeras discípulas ya hay importantes escritoras como María de San José o Ana de San Bartolomé. Entre la segunda generación de descalzas como escritoras en prosa y verso, además de traductoras, se encuentran María de San Alberto y Cecilia del Nacimiento.

Teresa se recompone y todavía anda por los caminos de este país siendo ella misma mezcla cultural y contradicción para quienes la miran. Toda su obra queda embelleciendo aún mas las murallas de esta bella ciudad porque ella la abre al mundo entero.

Aunque las tres Teresas confluyen en la mas importante que es Teresa de Jesús, a mi no me interesa tanto la Teresa Santa porque es un código de autoridad que no comparto. A mi me interesa la Teresa mujer y la Teresa escritora. Porque la escritura es una forma de resistencia siempre y mas para una mujer en sociedades patriarcales.

A Teresa como no podía cambiársele el sexo se la cambió de género...(se ha definido en algunas obras y estudios como la mujer de rasgos varoniles o la mujer-hombre)..con lo que no estoy de acuerdo. Se la ha convertido en una mujer ilustre y excepcional apropiándose sus textos la política conveniente y el poder. Es Doctora de la Iglesia, si, porque los varones preclaros le han otorgado dicha distinción.

Ni admiración desmedida y exagerada que la convierta en ser ilustre ni sometida a la domesticación. A mi me interesa la Teresa que integra un hilo de mujeres que configuran una tradición de libertad y autoridad femeninas. La Teresa desobediente, insurrecta por amor, libre y mujer que cierra un círculo hermenéutico sexuado o continúa esta espiral que no pretende incluirse en el mundo canónico sino transformarlo y dar nuevos criterios, es decir de crear cultura y de cuestionar la intelectualidad dominante, como cualquier otra mujer que nos ha dado mano con la aguja y con la pluma.

Porque las mujeres hemos ido atesorando palabras y obras de mujeres del pasado, cuya originalidad y fidelidad a sí mismas han tenido la fuerza de romper los cánones patriarcales de pensamiento con conflictos que han resultado fecundos para contar su propia historia. Hasta el punto de que hoy estamos en presencia de conversiones culturales y simbólicas, algunas de ellas radicales, en muchos campos del saber, con efectos liberadores, gracias a una inteligencia femenina esparcida por todo el mundo y ofrecida a todos. Hemos entrando en la apasionante tarea de rescatar a todas estas mujeres que han formado parte de la historia reconstruyendo una genealogía femenina como si tirásemos de ese hilo de la Penélope de Homero y destejiéramos la historia contada para encontrar el hilo necesario que teje otra manera de decir y de ser y en cuya entretela sí nos vemos reconocidas las mujeres. Es esa otra historia de Penélope contada por ella misma.

Y esta tarea ingente y necesaria de destejer para tejer juntos hombres y mujeres debe hacerse desde la propia escuela y es urgente y necesaria, pero también desde la investigación y los libros.

Todos los seres humanos han nacido de una mujer, nos dice Adrienne Rich. Ahí están comprendidas nuestras madres, nuestras hijas, nuestras hermanas, nuestras abuelas, nuestras amigas. Pero lo está cualquier mujer que anda por la calle, que te atiende en un supermercado, que te mira en una panadería, que espera largas horas en cualquier frontera. Las mujeres y los hombres no somos, pues, en cuanto tales, ni iguales ni desiguales sino diferentes y dispares. Y esto es una fuente de riqueza y de sentido inagotable y sagrado.

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1 Nos lo cuenta la filósofa Luisa Muraro en su libro “El dios de las mujeres”.

2 La mayoría de los nombres de beguinas y beatas aquí citados están en su libro “Las olvidadas”.

3 Véase en el libro M. M. Rivera Garretas (2014): Teresa de Jesús. Madrid: Sabina Editorial.

4 Véase sobre esta autora el libro de S. Schaup Sophia. Aspectos de lo divino femenino (1994), Barcelona: Kairos,1999.

5 Lo explica Milagros Rivera en su libro M.M. Rivera Garretas. El amor es el signo. Educar como educan las madres, Sabina Editorial, Madrid, 2012.

6 L. Vives, De femina christiana, Madrid, Aguilar, 1944: “Dará fe de todo lo que él dijere, aun cuando contare cosas inverosímiles e increíbles; reflejará todas las expresiones de su rostro; si se riere ella reirá, si se entristeciere, se le manifestará triste”, p.323.

7 L. de León. La perfecta casada, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003.

8 Del libro de Alison Weber aún no hay traducción al castellano.

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